El liderazgo surge como un atributo indispensable en el contexto de las ciencias de la gestión ya que enfatiza el papel que desempeña el líder en el proceso de conducir importantes desafíos cuando asume la responsabilidad de dirigir personas, proyectos y recursos cuantiosos, los cuales si no se lideran bien pueden llevar a una empresa al fracaso.
Sin embargo, cuando se habla de liderazgo público la importancia del líder se eleva exponencialmente ya que los recursos comprometidos son públicos y sagrados, de otra parte, no tiene bajo su mando seguidores, sino ciudadanos y comunidades que necesitan mantener vigente el vínculo entre ciudadanía y política. El liderazgo público plantea que los líderes deben estar al servicio de los demás, en lugar de buscar su propio interés o beneficio personal.
En seminarios sobre liderazgo y en conversaciones con gerentes públicos y privados en que he participado, siempre surge la pregunta ¿qué es lo que hace que policías y soldados de la patria estén dispuestos a poner en riesgo su vida en el cumplimiento de su deber?¿Cuál es el secreto para que mujeres y hombres luchen día a día durante años en las condiciones más extremas de inseguridad y enfrentando riesgos reales, bajo la premisa del servicio a los demás y siempre mantengan su fe en la causa?, esa misma pregunta se hizo la Policía de Colombia a manera de reflexión y dio origen al Modelo Holístico de Liderazgo Policial también conocido como MHLP, Nieto. (2018), en dicho modelo se describen cinco atributos que son comunes también al liderazgo público y que pueden iluminar el camino para obtener una respuesta al interrogante planteado y de paso trascender a la función pública en general.
En Attributes of Police Leadership Nieto, J., Acosta-Prado, J. & Cárdenas, J. (2019) se describen los atributos propios del MHLP y para efectos de esta columna se hará una fusión y un sincretismo dirigido al liderazgo público y a los servidores que en toda Colombia trabajan, también en condiciones muy difíciles, y logran salir avante en el cumplimiento de su deber.
El primer atributo es el honor, el cual es un prerrequisito y el punto de partida ya que se basa en comportamientos morales socialmente apropiados, ya que el funcionario público tiene el rol de garante de derechos y está obligado a ser un ciudadano ejemplar. De esta manera, logrará la necesaria aceptación y reconocimiento social de la comunidad a la que presta su servicio. Traducido al lenguaje de cualquier servidor público, significa vivir la ética no como un eslogan, sino como la médula de cada decisión. El honor es esa brújula que no se vende ni se alquila.
En lo público, el honor se mide cuando nadie está mirando. El funcionario que manipula una licitación, que acomoda una hoja de vida o que calla ante la corrupción no solo traiciona la ley: destruye el contrato moral con la ciudadanía. Y ese contrato, a diferencia de los papeles oficiales, no se firma con tinta: se firma con confianza.
La vocación de servicio, otro pilar del MHLP, es un atributo que no nace del reglamento. Es esa rara mezcla de gusto por servir y compromiso con la gente que no se agota con el horario ni se oxida con los años. La vocación es levantarse un lunes con la misma disposición que un viernes, es buscar soluciones donde otros ven excusas. Y en un mundo globalizado, donde los ciudadanos comparan y exigen, la vocación no es lujo: es obligación. En la administración pública, la vocación se nota en detalles tan simples como responder un correo, sonreír al público, atender una solicitud ciudadana sin regaños o buscar soluciones creativas a problemas cotidianos.
Credibilidad y confianza: son el capital intangible de cualquier institución. Sin ellos, el mejor plan se hunde y la mejor política se trunca. La gente confía más en las personas que en cargos o logotipos, la confianza no se hereda: se construye con coherencia. La confianza se alimenta de actos que confirmen que la autoridad está para proteger, no para abusar; para servir, no para servirse.
Adaptabilidad y efectividad: el liderazgo público del siglo XXI no puede ser un manual rígido. La adaptabilidad, como la define el MHLP, es la capacidad de ajustar pensamiento, comportamiento y métodos para responder a entornos cambiantes. Y la efectividad es lograr resultados concretos sin ahogar los procesos en burocracia.
Visión e innovación: el motor del cambio. Quizás el atributo más difícil de encontrar y más fácil de olvidar. La visión es la capacidad de mirar más allá de la coyuntura y entender hacia dónde debe ir una institución o un país para seguir siendo relevante. La innovación es atreverse a cambiar la ruta cuando el mapa se queda viejo. En lo público, la visión sin innovación es discurso, y la innovación sin visión es improvisación. El líder holístico entiende que modernizar no es simplemente comprar tecnología; es alinear cada cambio con un propósito superior: servir mejor al ciudadano.
Un liderazgo con perspectiva holística no se limita a gerenciar procesos; conecta la gestión con el contexto social, político y global, comprende que las decisiones locales se miden con estándares internacionales y que los errores domésticos pueden tener repercusiones diplomáticas, económicas y reputacionales.
El problema es que, en algunas oficinas públicas, el liderazgo se queda atrapado entre la burocracia y el cortoplacismo. “Siempre se ha hecho así” es la lápida que se irgue sobre muchas buenas ideas. Y mientras tanto, la ciudadanía, harta de promesas incumplidas, se refugia en la desconfianza y pierde la fe. Es por lo que es hora de proponer a la ética como una política de Estado, no basta con enarbolar valores; hay que encarnarlos en el servicio diario, en la vocación de servicio, en la transparencia de las decisiones que se tomen y en la cercanía genuina con la comunidad.
Por: Juan Carlos Nieto Aldana PhD
Experto en Inteligencia estratégica, liderazgo público y seguridad ciudadana.
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