El odio ya estaba ahí, pero fue Gustavo Petro el que le dio forma y lo convirtió en comunidad política. Las consecuencias de este hecho apenas se están haciendo evidentes y aún no hemos cuantificado ni su verdadero alcance ni la magnitud del daño que ha causado en la sociedad. Simplemente no estábamos preparados para que la venganza se transformara en un objetivo político, en un tema político y una estrategia política. La reivindicación había sido un medio para alcanzar el poder, no el objetivo mismo del poder. Petro cambió el lenguaje político. Le dio forma narrativa y representación al odio.
El discurso de Petro no es original en su contenido, pero si en su forma. Toma tópicos de la nueva izquierda como el antisemitismo, el ambientalismo radical, la teoría critica de la raza, la interseccionalidad, el feminismo de tercera ola, el autonomismo de Negri o la desconstrucción de Derrida y los mezcla sin ninguna coherencia con imágenes de García Márquez, irredentismo identitario, discursos de Gaitán, citas de Marx y el sombrero, la espada y la sotana. De hecho, la incoherencia es el fundamento de su retórica porque no importa lo que diga, sino como lo dice. Es en el teatro de lo absurdo la representación de la ira y las elites, acostumbradas al lenguaje insulso de la politiquería y los lugares comunes de los medios de comunicación, no han sabido cómo enfrentar este estilo lumpen que pone en el frente de la conversación social el rencor sin ningún disimulo.
En la lógica del resentimiento, que es el fundamento del odio, justicia quiere decir venganza. Pero ¿cuál es la forma definitiva de la venganza? Nietzsche, que se interesó mucho por el fenómeno del resentimiento, concluye que esa forma es ninguna, es decir la destrucción y que a esa destrucción final la llaman igualdad. Es Cuba, sin energía eléctrica, con su gente viviendo en la pobreza extrema, calles y carreteras destruidas viviendas arruinadas, el mundo zombi del odio triunfante donde todos son iguales. Todo esto no sería extraño si no fuera porque este sentimiento se alinea políticamente, conforma un partido que está en el poder y que suma por lo menos una tercera parte de la sociedad. De una manera simple, tres colombianos, quieren vengarse de los otros siete, sin exclusión, porque si no eres parte de los vengadores entonces estás contra ellos. Los que creen que pueden esquivar la oleada del odio fingiendo neutralidad serán los primeros en convertirse en sus víctimas.
Estamos frente a algo más que una súbita ráfaga de odio. Estamos frente a un vasto plan de destrucción y siguiendo con Nietzsche y su reflexión moral sobre el rencor es necesario que alguien enfrente a esta gente y les diga que sí, que “alguien tiene que ser culpable esto: pero tú mismo eres ese alguien, tú mismo eres el único culpable de esto, ¡tú mismo eres el único culpable de ti!”. Esta visión quizá pueda ser la base de un programa político para oponernos al desastre que llega, una visión moral en defensa de la inocencia para expulsar de la sociedad a los profesionales del odio.
Jaime Arango
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