No se conciben a sí mismos como un gobierno sino como un proceso. Este proceso busca eliminar el pacto de 1991 y reemplazarlo por el pacto de la Picota convirtiendo a la retaguardia social del crimen en poder constituyente, una especie de versión gansteril de Toni Negri. Es por eso por lo que no importan los resultados en administración pública, o en gestión de gobierno, porque el proceso es un relato, un relato sobre la reivindicación, la venganza y el odio para justificar la destrucción. En esta narrativa no importa, por ejemplo, que la salud funcione, lo que importa es que ya no la manejan las elites, o las oligarquías. Esto mismo vale para los fondos de pensiones, el crédito educativo, la minería, las concesiones viales, o el petróleo. Esta especie de linchamiento a servido para transformar un movimiento de reivindicación en un movimiento de adhesión que celebra la destrucción y la violencia. Frente a este movimiento radical la respuesta de la sociedad ha sido la confusión y miedo.
En su libro La mente de los justos, Jonathan Haid plantea que las sociedades poseen, en mayor o menor grado, lo que él denominó “capital moral” que es “el grado en que una comunidad posee conjuntos interconectados de valores, virtudes, normas, practicas, identidades, instituciones y tecnologías que se combinan bien con los mecanismos psicológicos evolucionados y, por lo tanto, permiten a la comunidad reprimir o regular el egoísmo y hacer posible la cooperación”. Lo que busca la estrategia del odio es precisamente destruir el capital moral de la sociedad, hacer imposible la cooperación y aislar a los ciudadanos expulsándolos de la comunidad política. Pero a su vez, el capital moral es la única forma de oponerse a la estrategia del odio porque preserva a la comunidad de la narrativa de culpabilización que el odio necesita para avanzar en el desmantelamiento de la sociedad.
El odio es capital simbólico que ha sido transformado en capital político, ese es el gran logro del Pacto Histórico, por lo tanto, lo que le incumbe a la posición es convertir su capital moral en capital político. La confusión y el miedo ha sido el resultado de la incapacidad de la clase dirigente y en general de la elites, para enfocar políticamente el enorme capital moral de nuestra sociedad. En el marco de un realismo constructivo es posible reconstruir políticamente un lenguaje común que no es otra cosa que el rechazo de la ciudadanía a una por el miedo. El lenguaje del capital moral es entonces, en primer lugar, un alegato de inocencia.
El concepto de capital moral nos sirve también para comprender mejor el proceso que están llevando adelante las fuerzas vinculadas con lo extremistas que están en el gobierno. Siguiendo con el libro de Jonathan Haid, “si tratas de cambiar una organización o una sociedad y no consideras los efectos de sus cambios en el capital moral, te vas a meter en líos. Éste, creo, es el punto ciego fundamental de la izquierda.” Este punto ciego permanecerá así mientras el revanchismo satisfaga emocionalmente a los sectores de la sociedad que tienen ese sentimiento arraigado, y en los sectores que lo justifican, o sea, durante mucho tiempo.
Pero el capital moral está ahí y está encontrando su expresión en voces que provienen de escenarios ajenos a la clase política y a las elites y que cuentan una experiencia vital autentica y enérgica y por lo tanto, radical porque no se puede mediar con el odio y porque dejar atrás la confusión y el miedo exige claridad y determinación. Derrotar al odio, que dice representar a las victimas de la opresión y que gobierna como vengador de esas victimas culpado a toda la sociedad, implica una postura sin concesiones en favor de la inocencia de esa sociedad, ese es el fundamento de nuestro capital moral y la base de la victoria.
Jaime Arango
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