La Semana del Clima en Nueva York 2025 dejó una sensación agridulce. Por un lado, Wall Street finalmente se presentó con toda su artillería: inversores, banqueros y gestores de activos llenaron las salas de conferencias, señalando que el capital natural ya no es una apuesta marginal de filántropos idealistas, sino parte de las finanzas convencionales. Por otro, los datos científicos siguen siendo alarmantes y la acción concreta continúa rezagada frente a la escala del desafío.
Lo más sorprendente de esta edición no fue cuántos retrocedieron en sus compromisos climáticos —a pesar del hostil clima político en Estados Unidos— sino cuántos mantuvieron o incluso ampliaron sus ambiciones. El Net Zero Stocktake 2025 reveló que países representando el 74% de las emisiones globales y el 77% del PIB mundial mantienen objetivos de cero emisiones netas, con casi dos tercios ya en legislación o política formal. En el sector privado, el 63% de las empresas del Forbes Global 2000 ahora tienen metas neto cero, representando 36.6 billones de dólares en ingresos.
Pero aquí está el problema: tener una meta no es lo mismo que cumplirla. Solo el 7% de las empresas, el 6.5% de las regiones y el 4% de las ciudades cumplen con estándares mínimos de credibilidad. Muchos compromisos carecen de hitos intermedios, no incluyen las emisiones de Alcance 3 (las más difíciles de medir y reducir), o son vagos sobre el uso de compensaciones de carbono. Es como prometer bajar de peso sin cambiar la dieta ni hacer ejercicio: suena bien en papel, pero los resultados no llegan.
La naturaleza también tuvo su momento estelar esta semana. El TNFD 2025 Status Report mostró que más de 620 instituciones con 20 billones de dólares en activos se han comprometido a alinear sus reportes con las recomendaciones de la Fuerza de Tareas sobre Divulgaciones Financieras Relacionadas con la Naturaleza. Esto marca un cambio importante: por primera vez, la pérdida de biodiversidad y la degradación de ecosistemas se están evaluando como riesgos financieros sistémicos, no solo como preocupaciones ambientales.
Sin embargo, el entusiasmo por los reportes choca con una realidad incómoda: pocas organizaciones tienen las capacidades técnicas para realmente evaluar y gestionar sus riesgos relacionados con la naturaleza. Los datos son desiguales, las métricas son complejas, y hay una brecha masiva de talento profesional. Como se destacó en las discusiones de la semana, la demanda de profesionales capaces de tender puentes entre modelos de negocio sostenibles y finanzas está explotando, pero el talento disponible es limitado.
La presencia de Wall Street en la Semana del Clima es prometedora, pero el entusiasmo institucional aún no se traduce en flujos de capital suficientes. El dinero, o mejor dicho su ausencia, sigue siendo el elefante en la habitación. El Playbook for Climate Finance 2025 de The Nature Conservancy puso cifras contundentes sobre la mesa: aunque el financiamiento climático global superó los 2 billones de dólares en 2024, las necesidades anuales se estiman en 7.4 billones hasta 2030. Esa brecha de más de 5 billones no se cerrará con buenas intenciones.
Lo interesante es que las herramientas financieras innovadoras ya existen: desde fondos de inversión de impacto hasta refinanciamiento de deuda soberana, seguros de ecosistemas, mercados de carbono azul y finanzas combinadas para adaptación. El problema no es la innovación, sino el despliegue a velocidad y escala. Como se discutió ampliamente durante la semana, necesitamos hacer que las finanzas ambientales sean «aburridas» en el buen sentido: repetibles, bien estructuradas y lo suficientemente predecibles como para atraer capital institucional masivo.
Los mercados de carbono voluntario también acapararon atención. El reporte Catalyzing Carbon Markets del VCMI proyecta un crecimiento de 1.4 mil millones de dólares el año pasado a entre 40 y 250 mil millones en las próximas dos décadas. Las instituciones financieras tienen un papel clave que jugar en asesoría, estructuración de mercados de capital, gestión de fondos y mitigación de riesgos. Pero persisten barreras importantes: demanda incierta, riesgo reputacional, ambigüedad regulatoria y la falta de estructuras financiables para proyectos de carbono.
La buena noticia es que soluciones como seguros para mitigar riesgos de entrega y políticos, mecanismos de financiamiento diversificados y mayor alineación regulatoria podrían transformar los mercados de carbono de un espacio fragmentado y de alto riesgo en una clase de activo convencional. La pregunta es si las instituciones financieras están dispuestas a pasar de observar desde la barrera a realmente entrar al juego como líderes y tomadores de riesgo.
Y luego está la ciencia, que no espera a que nos pongamos de acuerdo. El Planetary Health Check 2025 confirmó que siete de nueve límites planetarios ya han sido sobrepasados. La temperatura global ha alcanzado 1.45°C por encima de niveles preindustriales, con un 50% de probabilidad de superar 1.5°C antes de 2030. Las poblaciones de vertebrados han caído un 69% desde 1970. La deforestación continúa a un ritmo de 10 millones de hectáreas anuales. Los sistemas de agua dulce están bajo estrés severo, con más de 2 mil millones de personas expuestas a alta escasez hídrica.
Lo paradójico es que mientras la capacidad de energía renovable se duplicó entre 2015 y 2024, los subsidios a combustibles fósiles alcanzaron 1.7 billones de dólares en 2024. Estamos pisando el acelerador y el freno simultáneamente. La brecha de financiamiento para biodiversidad se mantiene en 700 mil millones de dólares anuales, mientras que el financiamiento para adaptación se queda corto por más de 200 mil millones al año.
Lo que quedó claro en esta Semana del Clima es que la narrativa está cambiando. Ya no se trata de sostenibilidad como ideología, sino como pragmatismo económico. Identificar temas materiales permite diseñar soluciones innovadoras que impulsan valor, retorno de inversión y ventajas competitivas. Descarbonizar y adoptar economía circular no es solo mitigar impactos, sino reducir costes energéticos y de insumos, evitar riesgos, reducir volatilidad en la cadena de suministro y generar nuevas ventas.
Los datos y la tecnología son ahora el motor de esta transformación: teledetección, monitoreo de biodiversidad con inteligencia artificial, blockchain para seguimiento de créditos. Los datos se han convertido en la nueva moneda ecológica. Y aunque el carbono sigue siendo el principal impulsor de la primera ola institucional de inversión, la atención a biodiversidad y agua está creciendo rápidamente.
Al final, esta Semana del Clima reveló dos verdades incómodas pero no contradictorias: necesitamos regresar dentro de límites planetarios seguros, y al mismo tiempo debemos prepararnos para un mundo ya transformado. Las herramientas, el capital y el conocimiento técnico existen. Lo que nos separa del éxito no es la capacidad, sino la velocidad. Cada año de retraso no solo nos acerca a puntos de no retorno climáticos, también multiplica los costos de adaptación y reconstrucción. La ventana sigue abierta, pero se está cerrando rápido.
Raúl Arce
Raúl Arce
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