En la aldea de los mercados, la semana parecía tranquila: no había anuncios de dragones ni conjuros nuevos… salvo uno pequeño, el dato de inflación PCE de los Estados Unidos.
Pero entonces apareció Jerome Powell, el hechicero mayor de la FED. Con voz solemne
advirtió a los mercaderes:
—Las acciones están sobrevaloradas y las tasas bajarán más lento de lo que sueñan.
El eco de sus palabras agitó el reino: el dólar rebotó como un caballero recuperando fuerzas, las acciones y los bonos cayeron como torres sitiadas, y el petróleo resurgió de sus cenizas como un fénix rebelde. La inflación, terca como una bestia indomable, complicaba cualquier intento de bajar las tasas pronto.
En los reinos vecinos, los mercaderes de EE. UU. detuvieron su festejo accionario y las monedas regionales, aunque sorprendidas, lograron un leve repunte.
Al mismo tiempo, en las tabernas de Wall Street, las voces crecían:
—¡Esto es una burbuja! —decían unos.
—No, la magia de la IA aún nos sostiene —respondían otros, mostrando sus amuletos tecnológicos.
El oro, ese viejo sabio que siempre camina en dirección opuesta a las acciones de EE.UU., volvió a brillar. Sus señales parecían anunciar correcciones en el Norte y mejores tiempos para los reinos emergentes. Incluso los grandes bancos centrales comenzaron a acumularlo como tesoro estratégico. En Colombia, sin embargo, el Banco de la República seguía desconfiando de ese metal volátil, prefiriendo otras armas en su arsenal.
Mientras tanto, en el mapa de las monedas, el peso colombiano seguía más al compás del dólar global (DXY) y del peso mexicano que de su propio petróleo.
En los pasillos del Tesoro de Colombia, los contadores anunciaron que el presupuesto 2026 tendría un recorte de 10 billones. Pero la bestia del déficit, que rondaba entre 7% y 8% del PIB, seguía amenazante.
La reforma tributaria se encogió de 26 a 16 billones, aunque pocos creían en su hechizo. Con nuevas estrategias de crédito público, la caja del reino llegó a 33 billones, un respiro, aunque solo temporal.
En la arena política, la consulta de la izquierda se canceló. Un riesgo menos para los mercados en el corto plazo, aunque la bruma de incertidumbre se mantiene hacia marzo o junio de 2026, cuando los nuevos aspirantes del pacto histórico podrían desafiar la confianza de los inversionistas.
Ahora, los sabios se preparan para la próxima semana: el Banco de la República decidirá si mueve las tasas, y en el Norte, los datos de empleo —más poderosos hoy que los de inflación— marcarán el rumbo de los mercados.
El consejo de los mercados aún no termina. Y el eco del oro sigue resonando en los pasillos del poder.
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