El DANE reveló una cifra histórica: en agosto de 2025 el desempleo en Colombia cayó a 8,6 %, el nivel más bajo en lo que va del siglo. Un resultado que, con todas sus limitaciones, significa que más personas tienen trabajo y que sectores como la manufactura y la construcción lideraron la creación de empleo. Son buenas noticias.
Sin embargo, en espacios mediáticos dominados por voces pro-élite nunca hay lugar para reconocer avances. El guion es fijo: si el desempleo sube, se grita fracaso; si baja, se reduce a precariedad o burocracia inflada. Pase lo que pase, la conclusión está escrita de antemano: nada mejora. Así, en las últimas semanas se habló de que la creación de empleo se debió un empleo “mayoritariamente informal”, cuando los asalariados fueron los que más crecieron, y de un supuesto engorde de la nómina estatal cuando los empleados del gobierno incluso disminuyeron.
La misma táctica se repite en otros frentes. En las discusiones sobre el salario mínimo o la reforma laboral se difunden modelos económicos sofisticados que se instrumentalizan para anunciar catástrofes si se aprueban aumentos dignos o si se fortalecen derechos laborales. Se aprovechan de que estos modelos no están al alcance del ciudadano de a pie para revestir de autoridad lo que en realidad son simulaciones basadas en supuestos extremadamente restrictivos, metodologías frágiles y proyecciones presentadas con una confianza desmedida.
Por eso casi siempre circulan solo como documentos de trabajo: borradores sin revisión independiente de la comunidad científica.
La diferencia no es menor: la revisión por pares es el mecanismo que garantiza que los resultados resistan un escrutinio metodológico serio. Al saltarse ese filtro, lo que se difunde al público no es ciencia validada, sino hipótesis preliminares infladas como verdades incuestionables. Aun así, los medios los amplifican como si fueran diagnósticos definitivos para sembrar miedo. La evidencia de este año demuestra lo contrario: pese a los pronósticos de pérdidas masivas de empleo, el desempleo no solo no aumentó, sino que cayó al nivel más bajo del siglo.
La verdadera trampa consiste en presentar el conocimiento técnico como un monopolio de las élites, usándolo para blindar sus intereses y deslegitimar cualquier política orientada a ampliar derechos. En ese esquema, la prensa pro-élite actúa como caja de resonancia: no informa, sino que amplifica miedos prefabricados y convierte simulaciones en verdades causales.
Frente a esto, los movimientos sociales de base tienen una tarea urgente: disputar el uso democrático de los datos y la técnica. La estadística pública es un patrimonio colectivo, no una herramienta reservada a tecnócratas al servicio de los de arriba. Reconocer un avance —como el desempleo en mínimos históricos— no significa ocultar los problemas estructurales que persisten, sino construir sobre lo que mejora para transformarlo más a fondo. Para lograrlo, es indispensable dar la disputa política también en el terreno técnico, mostrando que los argumentos presentados como ‘científicos’ o ‘basados en la evidencia’ por los voceros proélite no son neutros ni autoritativos: esconden supuestos débiles y una fuerte carga de ideología reaccionaria.
Los datos no son neutrales, pero tampoco son propiedad de quienes los manipulan. Usados con rigor y compromiso social, se convierten en un instrumento de esclarecimiento y de lucha democrática. Por eso, no se puede ceder ese terreno: disputar el monopolio de la técnica implica también traducirla en pedagogía popular, acercar la estadística al lenguaje de la gente y mostrar cómo detrás de los números hay vidas concretas y derechos en juego. Hacer visibles esas verdades, y desnudar la manipulación sistemática de la prensa pro-élite, es indispensable para sostener un proyecto de país basado en la verdad, la justicia social y la participación ciudadana.
Dr. Andrés Zambrano-Curcio
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