La maternidad no debería implicar la renuncia a los propios proyectos, al tiempo personal o al desarrollo profesional. Tampoco debería traducirse en desigualdad en la distribución de tareas de cuidado ni en las oportunidades sociales o laborales. Es un tema complejo, en el que intervienen muchos factores; en esta oportunidad, el artículo se centra en la perspectiva de la salud mental maternal y el acompañamiento familiar y social.
El embarazo, el parto y el posparto transforman profundamente la vida de una mujer. Cuando nace un bebé también nace una nueva versión de ella, con cambios físicos, emocionales, mentales, espirituales y sociales que marcan su presente y su futuro. Estos cambios no solo afectan a la familia, sino que también tienen un impacto directo en la sociedad.
Según la Organización Mundial de la Salud, entre el 10% y el 15% de las mujeres en países industrializados y el 20% al 40% en países en desarrollo atraviesan depresión durante el embarazo o el posparto. (OMS,2022)
A pesar de estas cifras, la sociedad continúa atribuyéndoles la mayor parte de la responsabilidad: ser cuidadora, trabajadora productiva, sostén emocional del hogar y, además, cuidar de sí misma; un aspecto que suele quedar relegado e ignorado. Uno de los resultados es una falta de equidad que aumenta los riesgos de ansiedad y depresión perinatal, limita la autonomía económica y perpetúa la desigualdad.
Hablar de equidad e inclusión en la maternidad significa reconocer que cuidar a la madre es cuidar al bebé, el núcleo familiar y, en última instancia, a toda la sociedad. Se trata de redes de apoyo, de un rol activo de la pareja, de políticas laborales flexibles y de una mirada justa hacia la maternidad, una sociedad consciente de que el cuidado materno repercute directamente en la productividad y en la economía de un país.
La salud mental de la madre: un asunto de toda la Sociedad
Una de cada cinco mujeres puede experimentar trastornos de salud mental durante el embarazo o el año posterior al parto, siendo la depresión y la ansiedad las más frecuentes. Cuando no se atienden, no solo afectan la calidad de vida de la madre, sino también el vínculo con su hijo, el desarrollo temprano del bebé y la estabilidad familiar.
Una madre emocionalmente estable tiene más recursos para vincularse a su nuevo mundo como mamá, a su actividad laboral, a criar, cuidar y apoyar el equilibro familiar. Y ese apoyo no debe depender únicamente de la voluntad individual, sino convertirse en una responsabilidad social.
El bebé: espejo del bienestar materno
La ciencia lo confirma: el bienestar de la madre deja huellas directas en el desarrollo de su hijo. Estudios en neurociencia perinatal nos hablan al respecto; “el útero es el primer mundo de el niño. El modo en que lo experimenta – amistoso u hostil – crea predisposiciones de la personalidad y el carácter”. (Verny y Kelly, 1981, p.46)
Establecer un vínculo intrauterino sano, desde el inicio y en especial durante los últimos tres meses, aporta en forma positiva a crear el vínculo extrauterino en las horas y los días inmediatamente posteriores al parto.
Es importante aclarar que emociones o hechos que producen tensiones ocasionales, no afectarán adversamente el vínculo intrauterino como sí lo hacen las emociones o hechos que sean intensos y constantes.
En conclusión “El firme vínculo intrauterino es la protección fundamental del niño contra los peligros e incertidumbres del mundo exterior.” (Verny y Kelly, 1981, p.76
El rol de la pareja: corresponsabilidad y no solo ayuda
El ejercicio corresponsable de este rol constituye uno de los factores protectores más importantes para la salud emocional de la madre y del bebé. Un estudio de la Universidad de McGill (2021) reveló que cuando la pareja participa de manera activa, el riesgo de depresión posparto disminuye en un 40%.
La corresponsabilidad implica transformar la actitud, la cultura, los comportamientos: la pareja no es un “ayudante”, es un compañero de equipo. La calidad de la relación de la mujer con su pareja -sea esta hombre o mujer- ejerce una influencia decisiva en el bebé.
Compartir las tareas domésticas, asistir a controles prenatales y participar en el cuidado del recién nacido fortalece el vínculo familiar y genera estabilidad emocional en todos los integrantes. Al mismo tiempo, es importante reconocer que la pareja también vive cambios, inseguridades y presiones que deben ser atendidos, independientemente de su identidad y composición familiar; de ahí la importancia de establecer una relación con su hijo/a desde el inicio del embarazo.
Trabajo y maternidad: un derecho, no una renuncia
La maternidad no puede ser un obstáculo para la autonomía económica de la mujer. Según la
Organización Internacional del Trabajo (OIT), casi la mitad de las mujeres en América Latina ven afectada su participación laboral tras la maternidad. Esto se traduce en ingresos reducidos, renuncias forzadas o la busqueda de empleos informales.
El reto no es que la mujer tenga que elegir entre trabajar o cuidar, sino que existan condiciones para que pueda desarrollar ambas actividades, si así lo decide.
Flexibilidad horaria, teletrabajo parcial, reincorporaciones graduales, espacios de lactancia y espacios supervisados para el cuidado del bebé, son medidas que no sólo benefician a la mujer, sino también a las empresas, que reducen rotación y retienen talento.
Hacia una sociedad corresponsable
La maternidad no puede sostenerse solamente desde el ámbito familiar. Las redes sociales y comunitarias, así como las políticas empresariales y estatales, juegan un papel clave.
En Colombia, la licencia de maternidad es de 18 semanas, y la de paternidad solamente de 2 semanas. Esta brecha refleja una visión todavía muy desigual del cuidado.
Las empresas y el Estado tienen una responsabilidad y deben ser agentes de cambio: promoviendo licencias equitativas, invirtiendo en salud mental perinatal, acompañamiento en la reincorporación laboral, creando redes comunitarias de apoyo y formando líderes capaces de acompañar estas etapas. Cuidar de la madre no es un favor: es una inversion en capital humano y en el futuro del país.
Conclusión:
La equidad en el embarazo, parto y posparto no pueden seguir siendo un discurso pendiente. Se deben convertir en una práctica real que involucre familias, empresas y comunidades; esta es la clave para asegurar no solo el bienestar de la mujer y del bebé, sino también de toda la sociedad.
Cada madre que se siente acompañada, contenida y valorada aporta con mayor fuerza, salud y plenitud a la construcción de un futuro más justo y humano.
Muchos temas quedan aún en el tintero: la mujer cabeza de hogar, el parto respetado, la dimension espiritual del embarazo y posparto, los duelos perinatales y las nuevas formas de familia que transitan este camino.
Profundizar en ellos es construir una sociedad más consciente, justa, próspera y solidaria con todos.
Elsa Mahecha Suárez
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