De servir como instrumento para comunicar a las comunidades sobre una alerta ante un inminente riesgo, la promoción callejera de un producto o servicio, la invitación a una actividad de entretenimiento e incluso a las convocatorias para ejercer determinado liderazgo civil, el megáfono «revive» como un símbolo mediático que sirve como canal para cuestionar y resistir las radicales decisiones de los gobernantes en el orden local, regional y mundial.
Y es precisamente en el ámbito político en donde este objeto de comunicación está siendo manipulado para «alentar y calentar» los ánimos de centenares de personas alrededor de una figura pública y sus narrativas, discursos u oratorias, que desafortunadamente culminan dejando mensajes radicales con resultados caóticos evidenciados en ataques verbales y físicos, desórdenes públicos, daños a infraestructuras públicas y privadas e incluso incitar a enfrentamientos guerreritas entre naciones. La estrategia es por otro lado.
Si bien es cierto que el «altavoz», con alrededor de 100 años de vida en escenarios públicos y privados está de moda como un símbolo cultural polarizador, un objeto politizado y democratizado utilizado por un conjunto diverso de actores sociales para imponer y cuestionar el «status quo»; también es cierto que debe direccionarse como una herramienta que sirva de eco masivo para divulgar mensajes de esperanza, bienestar, calidad de vida, desarrollo social y sobre todo a respetar la vida. Esto último, en honor a la verdad, es una tarea urgente para líderes y sus equipos de trabajo.
Encuentro, entonces, la respetuosa oportunidad de invitar a las figuras públicas, a los candidatos a cargos de elección popular, a los líderes cívicos y a los asesores en comunicación a enaltecer el dispositivo cónico (megáfono) como un amplificador de noticias alentadoras y visionarias como las elecciones a consejos de la juventud el próximo 19 de octubre, en las que: «debería ser el laboratorio de ejercicio democrático temprano, donde los jóvenes aprenden a organizarse, a hacer campañas limpias, a construir coaliciones y a debatir propuestas», dice, José Manuel Acevedo, columnista de El Tiempo. Yo, digo, además que para en realidad elegir verdaderos, nuevos y honestos líderes.
Un venezolano, con megáfono en mano, en una céntrica y concurrida calle de Nueva York debería gritar con orgullo la reciente obtención del Premio Nobel de Paz por parte de su máxima representación en el mundo, María Corina Machado, quien en varias oportunidades usó el icónico instrumento para alertar a la comunidad regional y global sobre los excesos de abuso contra los derechos humanos de sus compatriotas por parte del autoritario, Nicolás Maduro. «…el megáfono se convirtió cada vez más en sinónimo de oportunidad y liberación, permitiendo que la voz tradicionalmente marginada se amplificara y, no menos importante, se reconociera y respetara», Bret Edwards.
Líderes mundiales, con «altoparlantes» enfundados en sus manos tienen el compromiso con la humanidad de empoderar sin sesgos ideológicos, nacionalistas u oportunistas, la histórica mediación de Donald Trump, para tratar de apaciguar los calientes estados de ánimo, de guerra y de muerte entre Hamas e Israel. En este puntual aparte, el megáfono sirvió para movilizar a cientos de personalidades o ciudadanos del común para protestar en contra de los agudos y escandalosos resultados de los pueblos en contienda. Por lo pronto, en esa acalorada discusión los ecos de paz y esperanza son la fórmula para seguir adelante.
En el ámbito local, la puja electoral del 2026, igualmente, debe invitar a los aspirantes y sus estrategas a usar el «altavoz» para enamorar al electorado divulgando agendas programáticas encaminadas a legislar y ejecutar políticas públicas que permitan mitigar el hambre entre la gente que vive en extrema pobreza, para mejorar y aumentar los ingresos económicos de los más débiles, para volver a fortalecer el sistema de salud, para reactivar los subsidios de vivienda, para auspiciar la educación universitaria, para garantizar la prestación de servicios públicos como el gas domiciliario, para promover trabajos formales que implican carga prestacional para los empleadores, entre otros…
El papel de las acciones estratégicas tradicionales o digitales y sus variados canales buscan en esencia ganar seguidores, adeptos a una línea ideológica, manifestantes por una causa social o ambiental y ciudadanos para que voten por un candidato. Eso es parte del juego en la denominada Comunicación Política. En esencia hasta normal. No obstante, encuentro, por tanto, una falta de rigor ético y moral para usar el megáfono solamente como objeto para alimentar el odio y la crispación mientras los pueblos buscan oír mensajes cargados de oportunidades y progreso. Por esas últimas palabras está la clave para enaltecer la estrategia del megáfono.
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