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La vieja política se enzarzó en un cara a cara bronco en exceso y lleno de reproches. A Rajoy le sorprendió la agresividad de Sánchez, que se tomó el debate como su última bala antes del 20-D

«Un presidente del Gobierno tiene que ser decente y usted no lo es». La frase lapidaria de Pedro Sánchez y la contestación de hartazgo de Mariano Rajoy: «Hasta aquí hemos llegado», se convirtieron en el punto de inflexión de un tenso cara a cara en que los dos candidatos se enzarzaron en exceso. Este sí era el debate decisivo, y se celebró a solo cinco días de la gran cita electoral del año, recuperando el formato encorsetado y anticuado de la Academia de la Televisión.

El líder socialista aterrizó en el plató vestido con traje azul, corbata roja y una intervención muy preparada. «Usted ha subido los impuestos mientras amnistiaba a excompañeros del PP, ha puesto en pie un modelo de crecimiento a costa de precariedad y su reforma laboral ha introducido consecuencias sociales demoledoras», arrancó el secretario general del PSOE derrochando una agresividad que desde el principio desconcertó al jefe del Ejecutivo, con corbata azul, rodeado de papeles y que no terminaba de despegar a pesar del movimiento continuo de pies.

Rajoy optó por obviar a su adversario y continuó con la temática del primer bloque, la economía, aprovechando para vender optimismo si su partido consigue renovar tras el 20 de diciembre. «No tenemos que resignarnos. En los próximos cuatro años crearemos dos millones más de empleos porque estamos en condiciones para hacerlo y porque es la manera de asegurar todo lo demás».

Sánchez atacó de nuevo interrumpiendo a su rival: «Esto ya lo escuché hace cuatro años», aseguró mientras volvía a la carga: «Ustedes lo único que han hecho ha sido devaluar los derechos de los trabajadores, han recortado todo menos la corrupción en su partido». Fue la primera gran alusión a uno de los temas protagonistas del debate, que en su mayor parte se tradujo en los ‘papeles de Bárcenas’ pero que también alcanzó a los ERE de Andalucía.

Hubo baile de cifras económicas, referencias continuas a la herencia de Zapatero y bronca incluida en torno al rescate. «Cuando llegamos al Gobierno en 2011, España estaba al borde del rescate y de la quiebra, apenas podíamos financiarnos. Éramos el enfermo de Europa», enumeró Rajoy ‘sacando pecho’ por los logros económicos de su gestión. Pero no funcionó: «Sí hubo rescate del sector financiero y usted lo llamó línea de crédito», contestó Sánchez, llegando incluso al vacile: «Ahora dirá que usted también ha conseguido que el petróleo bajara a mínimos históricos». Pero fue más allá: «Mire, señor Rajoy, usted no rinde cuentas con los españoles, la gente de a pie lo conoce como el del plasma». La tensión empezó a subir notablemente.

La batalla económica se libró en la subida de impuestos del PP -«le ha subido usted el IVA hasta a ‘los chuches’ de los niños»-, en las pensiones -«el Gobierno socialista de Zapatero fue el único de la historia que las congeló»- y volvieron a si hubo o no hubo rescate y a la herencia recibida, escenificando un verdadero espectáculo del «y tú más». En el salto al segundo bloque, referido al Estado del bienestar, se libró otra de las batallas. Pedro Sánchez introdujo la desigualdad existente entre hombres y mujeres y mezcló todo tipo de temas: la brecha salarial, la ley del aborto e incluso la violencia de género. Rajoy volvió a sentirse atacado: «Parece que quiere sacar los votos de las mujeres. Le pido que me explique cómo he recortado los derechos de las mujeres», e intentó defenderse: «¿Por qué quiere confrontar conmigo en este tema si estamos de acuerdo?».

Las escasas propuestas en sanidad y educación pasaron desapercibidas cuando, a continuación, en el turno de las reformas institucionales, Sánchez apostó por meterse de lleno en la corrupción y el debate se convirtió en todo un ring de golpes bajos. «Usted debió dimitir por los SMS a Bárcenas. Se fue con las vacaciones pagadas por parte de la empresa de Correa, los pagos de la sede de Génova en B y el ordenador con las pruebas destruido a martillazos. Los españoles el 20-D tendrán que elegir al presidente, que sea una persona decente, y usted no lo es». El cara a cara se convirtió en ese momento en una verdadera guerra sucia.

Rajoy no dudó en articular su defensa mientras se reponía de la conmoción del golpe: «Si cree que tenía que haber dimitido, por qué no presentó una moción de censura», arrancó su contestación. «Yo soy un político honrado. Jamás me han citado en ningún juzgado. Mis declaraciones de la renta son públicas. No me dedico a la política por dinero», afirmó con enfado visible, y pasó al ataque: «No olvide lo que le voy a decir. Va a perder estas elecciones. No se puede recuperar uno de una afirmación ruin, mezquina y miserable. Si quiere emponzoñar este debate, yo no lo voy a hacer. Es una intervención miserable y le va a perseguir toda su vida». Dicho y hecho.

Los rivales protagonizaron entonces una bronca incómoda -exhibición de nóminas incluidas, «yo cobraba 80.000 euros siendo líder de la oposición y usted en mi lugar, 240.000», llegó a decir Sánchez -que no se suavizó siquiera cuando el moderador, Manuel Campo Vidal, requirió una intervención sobre Cataluña o la política internacional de España-. Ambos ‘pasaron’ del guion: el líder del PSOE seguía con los papeles del extesorero popular, el presidente defendiendo su «honorabilidad», y volvieron al «y tú más» con los recortes en prestaciones por desempleo.

Solo en el minuto final de despedida -ese en que se dirigen a los votantes indecisos- recuperaron la calma. Pedro Sánchez afirmó que España necesita «imperiosamente un cambio» y presentó su partido como el garante para recuperar el Estado del bienestar, y Mariano Rajoy recordó que «las cosas están mucho mejor» apelando a que ahora «hay que perseverar en el cambio conseguido». Justo después, Albert Rivera y Pablo Iglesias celebraban el fracaso del bipartidismo, al menos, en este debate.

Esneyder Negrete – @esnegrete

esnegrete05@gmail.com
Comunicador Social – Periodista egresado del Politécnico Grancolombiano de Bogotá, escribo sobre política, Derechos Humanos, conflicto armado, entre otros temas. Llevo cinco años vinculado a Confidencial Colombia.

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