Hoy día se quiere saber y dar explicación a todo, incluso al arte. Sin embargo, si se pudiera explicar un cuadro, no sería una obra de arte. La obra de arte debe cautivar y envolver por si sola al observador. El artista impresionista Pierre Auguste Renoir ha seducido con su obras de arte por más de un siglo. ¿Qué se esconde detrás de ellos?
Confidencial Colombia revela algunos datos curiosos del artista impresionista Pierre Auguste Renoir desde sus comienzos hasta el fin de sus días.
Sus primeros años
Renoir nació el 25 de febrero de 1841 en la localidad francesa de Limoges. Era el cuarto hijo de Léonard Renoir y Marguerite Morlet. Su padre era sastre y deseaba ampliar su fortuna por lo que decidió trasladarse con toda la familia a París, en 1845, esperando aumentar su capital, cosa que no ocurrió.
El pequeño Pierre acude a las clases de los Hermanos de las Escuelas Cristianas cuando tiene siete años, iniciándose en la lectura y la escritura. Será en estos momentos cuando ya empiece su admiración por el dibujo, llenando de apuntes todos sus cuadernos. También sobresale en el canto, lo que provocará que el maestro de la capilla de Saint-Eustache se convierta en su profesor de solfeo, ingresando el pequeño en el coro de la iglesia cuando tiene nueve años.
Léonard Renoir prefiere que Pierre se encamine hacia el dibujo ya que así podrá dedicarse a la decoración de porcelanas, una actividad tradicional en Limoges.
En efecto, en 1854 Pierre ingresa como aprendiz en el obrador de los Lévy, pintores de porcelanas. Pronto destacará en la decoración floral y se le encargará la ejecución del retrato de María Antonieta en las tazas de café. Por las noches asiste a un curso en la Escuela de Dibujo y Artes Decorativas dirigido por el escultor Callouette. Se entusiasma tanto con la pintura que en lugar de comer, al mediodía acude al Louvre para copiar y dibujar a los grandes maestros: Tiziano, Tintoretto, Fragonard, Boucher, Velázquez, Rubens, …
Esta admiración por los grandes se mantendrá toda la vida y será una referencia constante en buena parte de sus obras. Decoraba las porcelanas diez veces más rápido que sus demás compañeros por lo que consiguió amasar una pequeña “fortuna” que le servirá de ayuda cuando en 1854 la empresa Lévy vaya a la quiebra. Pierre tiene diecisiete años y no duda en colaborar con su hermano mayor, Pierre-Henri, pintando abanicos, coloreando escudos o pintando telas de iglesia para los misioneros de Ultramar, legando a recibir el encargo de decorar un café en la rue Dauphine. Poco a poco va ganándose la vida gracias a los ahorros y los emolumentos que percibe, interesándose cada vez más por la pintura. Sus visitas al Louvre son cada vez más frecuentes y se apasiona por sus maestros
Diana en el baño fue el primer cuadro que me impresionó, y toda la vida he seguido queriéndolo como uno quiere a su primer amor” comentaría años después- por lo que decide ingresar en la Escuela de Bellas Artes.
Estos nuevos creadores tienen su centro de reunión en el barrio de Batignoles, concretamente en el café Guerbois, donde Manet se erige en su líder, acudiendo a la tertulia escritores y críticos artísticos como Emile Zola, uno de los primeros defensores de las nuevas ideas.
A principios de esta década de 1880 iniciará un estrecha amistad con una joven natural de Essoyes llamada Aline Charigot, quien se convertirá en su modelo favorita en esta época. La bella joven encandilará al ya maduro artista y el 23 de marzo de 1885 nacerá el primer hijo de la pareja. Pierre. Renoir y Aline formalizarán su relación al contraer matrimonio civil el 14 de abril de 1890; dos hijos más nacerán de esta relación: Jean, el famoso director de cine, el 15 de septiembre de 1894, y Claude, llamado “Coco”, el 4 de agosto de 1901. Para cuidar a los pequeños contaron con la ayuda de una prima de Aline, Gabrielle Renard, que se convertirá en la modelo favorita del pintor hasta que ella se case en 1914.La fama de la obra de Renoir empieza a traspasar las fronteras de Francia gracias a las exposiciones organizadas por Durand-Ruel en Londres, Boston, Nueva York y Berlín, después de la celebrada en París durante el mes de abril de 1883 que mostró 70 cuadros. Los coleccionistas norteamericanos empezarán a manifestar una especie de fiebre por sus trabajos, adquiriendo buena parte de su producción que hoy se pueden contemplar en los museos y colecciones de la mayoría de las ciudades de los Estados Unidos.
La enfermedad será la triste compañera de las tres últimas décadas de la vida de Renoir. Uno de sus primeros ataques de reuma, que le provocará una parálisis facial, se produce en diciembre de 1888. Para evitar que la enfermedad se radicalice, huirá del frío y buscará lugares cálidos, dirigiéndose hacia el Mediterráneo. Al reuma debemos añadir periódicos ataques de gota, acudiendo a los balnearios con cierta frecuencia para curarse. Las dolencias reumáticas serán cada vez más fuertes, provocando la deformidad de sus manos y brazos. Con vendas evitaba que las uñas crecieran dentro de la carne y para pintar se ataba los pinceles entre los rígidos dedos -“Ya ve usted. ¡No se necesitan manos para pintar!” decía al marchante Vollard-. Pesaba poco más de 48 kilos en 1907 y tres años después quedó postrado en una silla de ruedas, llegando a tener que utilizar un armazón de alambre a la hora de tumbarse en la cama para que las sábanas no rozaran su débil cuerpo. Y aún así su capacidad de trabajo será excepcional, haciéndose construir un caballete en el que el lienzo se podía enrollar como si se tratara de un telar. No olvidemos que su producción alcanza las 6.000 obras, siendo superado en número por muy pocos pintores. Incluso en estos años de grave enfermedad se dedicó a la escultura, utilizando al escultor Ricardo Guinó, alumno de Maillol, como ayudante, indicándole desde su silla de ruedas cómo debía modelar, llegando e entenderse sólo con breves sonidos.Las obras de esta etapa madura están caracterizadas por el vibrante chisporroteo del color, combinado con un potente modelado y un acertado dibujo. El color es aplicado con pinceladas rápidas y relajadas, recuperando el interés por la luz de sus años juveniles, destacando las tonalidades rojizas como preferidas.
En 1915 Renoir recibe un durísimo golpe: Aline fallece víctima de la diabetes el 27 de junio en un hospital de Niza, tras un breve periodo de tratamiento. Tenía 56 años.Pierre continúa buscando en la pintura su vía de escape. “Todavía hago progresos” comentaba. Fue a París en 1919 para contemplar como una de sus obras estaba expuesta junto a Las bodas de Caná de Veronés. El 3 de diciembre de ese año fallecía el pintor en Cagnes, tras haber pedido un lápiz para dibujar, diciendo, según se cuenta: “Flores” antes de fallecer. Tres días más tarde era enterrado en Essoyes junto a su esposa.
En los últimos años de su vida fue frecuentemente visitado por los jóvenes creadores, entre ellos Matisse o Modigliani, que veían en el anciano pintor a un fuerte estímulo para continuar con sus trabajos, a pesar de que sus estilos no tuvieran mucho en común.
Pintor impresionista francés, está considerado como uno de los más grandes artistas de su época. Destaca su estilo sencillo, la armonía de sus líneas, la brillantez del color y el encanto íntimo de sus obras. Como buen impresionista, domina la composición y los efectos luminosos.
Renoir representaba siempre los aspectos más agradables de la vida, exaltando la belleza y el placer. A diferencia de otros impresionistas, se interesó más por la representación de la figura humana que por los paisajes, realizando una gran cantidad de retratos y escenas costumbristas, además de numerosos desnudos femeninos, de gran encanto y sensualidad. Naturalezas muertas, escenas mitológicas y paisajes también tienen cabida en su gran producción (más de seis mil obras). Pintó siempre por placer, un placer que se transmite al contemplar su obra.
En su juventud trabajó como decorador de porcelana, de abanicos, y otros oficios similares hasta que con veinte años decidió dedicarse más en serio a la pintura, ingresando en la Escuela de Bellas Artes y trabajando como aprendiz en el taller del suizo Charles Gleyre, donde conoció a Monet, Sisley y Bazille.
Es por esa época cuando da los primeros pasos hacia el impresionismo, pintando cuadros en los que se aprecia la disolución de la pincelada y de los contornos y la espontaneidad característica de este estilo.
Su pintura y la de sus compañeros impresionistas no fue entendida, recibiendo grandes criticas, por ejemplo de su Estudio; torso, efecto de sol dijeron que era “un amasijo de carne en descomposición con manchas verdes y violáceas que denotan el estado de completa putrefacción de un cadáver”. En medio de tanto malestar, sobrevivió gracias al apoyo de algunos marchantes y coleccionistas como Durand-Ruel y Victor Choquet.
En la última etapa de su vida tiene graves problemas de salud. Sufre crisis de reumatismo y a partir de 1910 sólo puede desplazarse en silla de ruedas. Con las manos completamente deformadas, es incapaz de asir el pincel y hace que se lo aten para poder seguir pintando. De esta época es Las bañistas.
Finalmente, muere en Cagnes-sur-Mer el 3 de diciembre de 1919, cuando pintaba un ramillete de anémonas.
El ejercicio de la pintura es para Renoir una especie de placer físico, la sublimación de la atracción física por medio de la materia pictórica. Salud y belleza se identifican en las representaciones de esas mujeres de piel tersa y rosada. El amor por el trabajo manual de este artista, que procedía de una familia de artesanos y que fatalmente vio sus propias manos deformadas por el reuma al final de su vida, le llevó a rechazar cualquier dimensión intelectual de la pintura o cualquier resonancia literaria en favor del trabajo humilde y bien hecho.
En 1884 escribió una propuesta para fundar la “Sociedad de los irregulares”, la cual asociaba la belleza a las formas orgánicas e irregulares de la naturaleza y rechazaba el mundo mecánico e industrializado, como años antes hicieron Ruskin y Morris, pero cuya sensualidad se alejaba de la religiosidad de éstos. “A veces hablo como los campesinos del sur. Dicen que son unos desafortunados. Yo les pregunto si están enfermos y me dicen que no. Entonces son afortunados; tienen un poco de dinero, por lo tanto, si tienen una mala cosecha no pasan hambre, pueden comer, pueden dormir y tienen un trabajo que les permite estar al aire libre, a la luz del sol. ¿Qué más pueden desear? Son los hombres más felices y ni siquiera lo saben. Después de unos cuantos años más, voy a abandonar los pinceles y dedicarme a vivir al sol. Nada más.”
Las penurias económicas de Renoir terminaron con el éxito de la exposición impresionista de 1886 en Nueva York. En 1892, realizó una muestra antológica en los salones de Durand-Ruel. Dos años más tarde nació su hijo Jean -el cineasta Jean Renoir-, y Gabrielle Renard, prima de su mujer Aline, entró con dieciséis años en la casa del pintor para ayudar en la tareas domésticas, aunque acabó convirtiéndose en su modelo favorita. Jean escribió: “El espíritu inherente a los niños y niñas, a las criaturas y los árboles, pobladores del mundo que él creó, encerraba tanta pureza como el cuerpo desnudo de Gabrielle. Y finalmente, Renoir revelaba su propio ser a través de esta desnudez.”
A partir de ese momento los éxitos se suceden. Sin embargo, ni su artritis, que le lleva a instalarse en la Provenza en busca de un clima más cálido -es operado en 1910 de las dos rodillas, una mano y un pie-, ni el alistamiento de sus hijos Pierre y Jean durante la Primera Guerra Mundial, ni incluso la muerte de su esposa en 1915, logran disminuir su entusiasmo por la pintura.
Todos los detalles formales, o casi todos, parecen ciertos en la ficción histórica de Bourdos. En efecto Andrée Heuschling, después a Catherine Hessling, entró en la familia Renoir empujada por el mismísimo Matisse, que la conoció en Marsella –reconociendo en ella sus curvas suaves el gusto clásico que su amigo había desarrollado con la edad– y en 1917 le recomendó que acudiera a su casa y se ofreciese como su modelo. Siendo adulta, la que acabó siendo esposa del cineasta Jean Renoir y madre del intelectual Alain Renoir confesó repetidamente que la idea de plantarse en el hogar del patriarca de los Renoir no le seducía particularmente, pero tenía 17 años y su región natal, las Ardenas, rugía con fuerza la guerra. La Costa Azul, al sur de Francia, era un refugio en el que huir de ella y el hogar del pintor, uno en el que ganarse la vida.
Pese a la prohibición expresa de su padre, Jean Renoir acabó también enamorándose de Hessling y casándose con ella en enero de 1920, solo un mes después de que muriera el patriarca. Inspirado por ella, Jean abandonó su carrera como ceramista para dedicarse al cine y empujar a Hessling a lo más alto. Su primer trabajo, de hecho, fue escribir el guión de Catherine, una película de 1924 que dirigió Albert Dieudonné con su mujer como protagonista.
Podemos verla hoy en el Musée d’Orsay, por ejemplo, desnuda y exuberante porque con la vejez Renoir adquirió gustos rubenescos y porque dicen que además estaba enamorado de ella. Andrée Heuschling, que después se pulió el nombre a Catherine Hessling para triunfar en el show business –y que también se hizo llamar simplemente Dedée, pero eso solo en el hogar Renoir–, posó para el pintor en 1919 en Las bañistas, uno de los cuadros más significativos de su última etapa, esa tan enigmática en la que le dio por remontarse al Barroco y pintar diosas y ninfas. Es una de sus mejores obras y la última en la que aparece Hessling, su última modelo y, para muchos, la mejor de cuantas conoció. Poco después de eso Pierre-Auguste Renoir, el pintor más grande de Francia, visitó el Louvre por última vez y murió a los 78 años de edad.
La cinta retrata los últimos años de vida del pintor, desde la traumática muerte de su mujer Aline Charigot en 1915 a la posterior irrupción en su vida y la de su hijo del bello “regalo de Niza”, que es como la apodó Henri Matisse.
Porque Catherine Hessling, entonces aún Andrée Heuschling, entró en esta histórica dinastía de creadores e intelectuales empujada por Matisse, que reconoció en sus curvas suaves y sus ojos con forma de almendra el gusto clásico de su amigo Renoir y le recomendó en 1917 que acudiera a su casa y se ofreciese como su modelo. A Dedée la idea no le gustaba, pero había nacido con el siglo y, como el siglo, en 1917 no estaba en posición de elegir. Era solo una adolescente de las Ardenas, donde rugía con fuerza la I Guerra Mundial, y a sus 17 años no tenía otra dirección que ir más que al Sur, a la casa en la Costa Azul donde el pintor, ya una celebridad, vivía escondido de los aplausos. No es lo que buscaba el regalo de Niza, dijeron siempre quienes la conocieron, cuando llamó a las puertas del viejo Renoir. Quería, ante todo, un cobijo para protegerse de la guerra.
Se dice con frecuencia que lo que cautivó a Renoir de Hessling no fue su físico, aunque estuviera allí para ser retratada, sino su carácter. Se dice que fue lo mismo que conquistó a Jean, que cuando la joven entró en casa vivía también con su padre, retirado del frente temporalmente por una herida de guerra que le dejó cojo de por vida. Tenía 23 años y se enamoró, como su mismo padre, de la adolescente, pero a diferencia del pintor, el hijo no estaba allí para pintarla, ni siquiera para admirar su belleza. El anciano le prohibió frecuentarla y en modo alguno que emprendieran cualquier tipo de relación con argumentos que, casi con toda seguridad, no eran sino celos disfrazados.
Hessling fue también protagonista de la primera película que dirigió Renoir, La Fille de l’eau, y de una aparatosa adaptación que hizo en 1926 de Nana, de Zola, entre otras películas. Sin embargo el cine, aquello que más unió a la pareja, fue también lo que la separó. La decisión de Renoir de que la actriz Janie Marèse protagonizase La Chienne, su primera cinta sonora, desató una crisis entre ellos que no pudieron superar.
Separada del cineasta desde entonces –el divorcio definitivo no llegaría hasta 1943–, Hessling aún actuó en un buen número de películas como secundaria –entre ellas Le Petit Chaperon rouge, de Alberto Cavalcanti en 1929 o Crime et châtiment de Pierre Chenal en 1935– y llegó a convertirse en una cotizada bailarina. La actriz –que siempre clamó, por cierto, que nunca estuvo en su intención hacer carrera en el show business– se retiró definitivamente del cine y abandonó la vida pública. Murió en París en septiembre de 1979, solo un mes después de que Jean Renoir lo hiciera en California.