Enero nos recibió con una avalancha de casos de contagio, un aumento súbito de las muertes y un sistema hospitalario, que para el 10 de enero ,ya avisaba colapso. ¿Qué pasó? ¿Porqué pasamos de la ‘nueva normalidad ´al segundo pico sin previo aviso?
Cinco días duró el debate de control político en el Concejo de Bogotá sobre la situación de la pandemia. Fue un debate a fondo por parte de todas las bancadas. El Concejo analizó cómo pasamos de un diciembre, en el que aparentemente todo estaba bien en la ciudad, a un panorama de UCIS llenas, aumento de la mortalidad y cuarentenas cada fin de semana. En el debate se denunció las inconsistencias de la alcaldesa en el manejo de la pandemia y se escucharon interesantes propuestas, por parte de expertos en salud así como de concejales, para trazar un camino de cambio hacia adelante.
Si bien la pandemia es un fenómeno mundial, con alta incertidumbre, no es menos cierto que el manejo que se le ha dado por parte de los gobiernos, ha generado diferentes resultados en diferentes territorios. Es pertinente examinar a fondo cómo el gobierno local de Bogotá ha manejado esta crisis, si ha hecho lo que estaba a su alcance y si ha aprendido las lecciones requeridas para manejar una situación de permanente incertidumbre, la cual, posiblemente, se mantendrá vigente durante todo este periodo del actual gobierno distrital. No es menor recordar que Bogotá es una ciudad con una población que dobla a países como Uruguay y que su estructura institucional se puede comparar al de varios países en la región, en cuanto a presupuesto y capacidad.
La primera conclusión, de el amplio debate del concejo y de escuchar a los funcionarios de de la administración, es que esta alcaldía de Claudia López, si tiene responsabilidad en la situación que vive la ciudad y por lo tanto no se puede achacar la situación actual, solamente a la imprevisibilidad del virus o a la cepa inglesa, como lo mencionó la alcaldesa, sin ningún soporte técnico que la respaldara.
Los desaciertos empezaron en septiembre, cuando se inauguró lo que se llama, ‘la nueva normalidad’. Allí se comunicó que una vez pasado el primer pico, Bogotá podía re-abrirse a diversos sectores y tanto Duque como Claudia, promovieron el auto-cuidado, como medida principal. Es decir, la responsabilidad de los ciudadanos en asumir las medidas correspondientes. Ya se habían usado en la ciudad herramientas como la cuarentena total, la cuarentena por localidades, los horarios escalonados por actividad económica, el pico y género, el pico y cédula y los cierres por barrios específicos siguiendo el rastreo del virus.
En septiembre no se implementó una sola medida de aumento de capacidad en las UCIS, ni de aumento de medicina territorial, la cual se ha mencionado como clave para el manejo de esta pandemia por organizaciones de salud, estados que han tenido un manejo más exitoso y médicos. A la par, todos fuimos testigos como regresaba poco a poco la ciudad a la normalidad. Hay que decir, también, que la situación económica era crítica en indicadores como pérdida de capacidad productiva, cierre de negocios, aumento de la pobreza y desempleo, lo cual generaba una gran presión.
La Alcaldía, siguiendo el plan de monitoreo del virus del gobierno nacional, firmó un convenio con las EPS, delegando toda la responsabilidad de rastreo, pruebas y aislamiento, a las mismas. Simultáneamente no hubo un mecanismo de control ni rectoría sobre estas y en septiembre, así como en noviembre se bajaron el número de pruebas.
No hubo un proceso de rastreo del virus, ni sistemático, ni masivo, a la escala de la necesidad de Bogotá. Por ejemplo, en promedio solo se rastrearon, por cada persona diagnosticada como positiva, 1.7 contactos cercanos. En más del 60% de la población las autoridades no pudieron identificar la cadena de contagio. El rastreo de asintomáticos también fue muy bajo, se mantuvo entre el 28% y el 32% en esos meses, cuando la estadística general de la pandemia, muestra que 80% de los pacientes son asintomáticos.
En conclusión, no se hizo un trabajo coordinado de rastreo del virus y se perdió el control del mismo, no hubo una estrategia previsiva que permitiera tomar medidas sectorizadas en dónde se necesitara, ni se creó la capacidad para reaccionar ante brotes específicos y lo más grave, no hubo un trabajo en los territorios con la gente desde una perspectiva de salud pública, la cual abordara las dinámicas sociales que generaban el contagio. Predominó una visión reactiva y de carga de la responsabilidad en el comportamiento individual de los ciudadanos.
Así llegamos a la temporada navideña, con la presión de la situación económica, en dónde las cifras oficiales, producto de un rastreo deficiente, crearon una falsa confianza. Diciembre tiene un calendario cultural ineludible: El trasnochón, el madrugón, las velitas, las novenas, el 24, el 31, la final del fútbol. En suma, es el mes de las reuniones y las aglomeraciones. La Alcaldía no tuvo un plan integral para este mes. Navegó sobre la falsa confianza, no tuvo ninguna previsión y por el contrario lideró con el mal ejemplo.
Fue tanto así, que la primera medida se impuso en diciembre 15, para las novenas, fue reafirmar el auto-cuidado, en un decreto que invitaba a hacer navidad en el núcleo familiar y en reuniones de no más de diez personas. Un mensaje totalmente confuso e inocuo. La ciudadanía no tuvo instrucciones claras ni asertivas, la navidad se hizo al criterio de cada uno, con poca información y acompañamiento. Por su parte la alcaldesa abrió el alumbrado en Ciudad Bolívar generando una gran aglomeración, se promovieron múltiples eventos culturales y no hubo ninguna claridad sobre la aglomeración de más de 5,000 hinchas del América en Bogotá.
Ya para el 22 de diciembre la situación empeoraba en los hospitales, el número de muertos diarios se había doblado, la alcaldesa toma su primera decisión de ‘pico y cédula’ y restricción de horarios, causando una hecatombe en el sector de restaurantes, hoteles y turismo, los cuales sufrieron cancelaciones de reservas en cascada, por una medida de última hora, sin preparación ni aviso y cuando caminábamos hacia el inminente segundo pico ante el ascenso de casos. El gobierno distrital reversó parte de la medida, pero la ola de contagios ya no tenía freno. Lo más insólito e indignante es que, justo días antes de que esa ola reventara, la capitana y su segundo abordo abandonan el barco. Tanto la alcaldesa como el Secretario de Salud toman vacaciones simultáneamente, cuando los médicos ya angustiados, por la cascada de casos que inundan los hospitales, se reúnen con el Secretario de Gobierno. Todo esto sería risible si hoy no estuviera costando cien vidas diarias en Bogotá, o sea que cada hora mueren cinco bogotanos por COVID 19.
Ante los hechos tozudos, la realidad nos golpea con la fuerza de la tragedia, es irrefutable afirmar que la ciudad que no se preparó de forma amplia y adecuada, no tiene ni los hospitales, ni al personal de salud, para este momento que ya estaba anunciado. Uno esperaría que una crisis que ha visto morir 11,000 personas en 10 meses, hubiese generado una reflexión a profundidad para corregir los errores y cambiar el rumbo. Las respuestas después de cinco días de debate del Secretario de Salud, no son solo decepcionantes sino preocupantes.
Para la administración en general todo se ha hecho bien, no se reconoce el colapso hospitalario y la dura realidad de hoy. Queda claro que los médicos no han podido atender a todos los pacientes graves y lo peor es que se mantiene la misma receta fallida para el futuro: cuarentena en el pico, rastreo deficiente en valle y toda la esperanza en la vacuna, cuando la misma Organización Mundial de la Salud ha dicho que esta no puede ser la respuesta para la crisis inmediata. Frente a esta existe, además, la alta incertidumbre de las negociaciones del gobierno nacional para su adquisición, manejo y número de dosis.
Como cereza del pastel el secretario de salud dice no tener como vigilar a las EPS, sobre las cuales está recayendo el manejo de la enfermedad, en medio de críticas a su desempeño por parte de organizaciones médicas y quejas de pacientes frente a solicitud de pruebas, así como el manejo general de estas. Ni reflexión, ni auto-crítica, ni cambio de rumbo, muestra la administración, en cambio surgen denuncias de presión a los médicos que busquen denunciar fallas. La alcaldesa luce enfocada en sobrepasar el ‘chapuzón’ sin generar costos políticos y se muestra totalmente cerrada frente a tener en cuenta cualquier cambio a su estrategia.
No me resigno ante semejante panorama. La cuarentena no puede ser la única respuesta, ya es insostenible. Se requiere un abordaje desde la salud pública en territorio, preventiva, trabajando de la mano con la ciudadanía en educación, rastreo de contagio y variables socioculturales, no solo persiguiendo un virus esquivo, así como a la gente con policía y ejército, en medio de toques de queda y cuarentenas que nos están llevando al extremo emocional, mental, económico y social. El enfoque de salud pública al territorio es además fundamental para la aplicación de la vacuna, según una reciente encuesta, 40% de los bogotanos tiene resistencia a que les sea aplicada.
Es posible manejar esta pandemia de otra forma, con una rectoría fuerte desde la Secretaría de Salud, un programa de rastreo eficaz, y el establecimiento de una nueva normalidad predecible y planificada. Que la alcaldesa deje de manejar esta ciudad al filo del abismo para mantener su popularidad, es hora de cambiar el rumbo, Bogotá tiene el presupuesto y la capacidad, lo contrario se medirá en muertos.