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Confidencial Noticias 2025


Es difícil escribir esta columna. Pocas veces Colombia ha estado tan atravesada de dolor, ira, amenazas y desesperación. En la historia de este país polarizado, con pocas décadas de tranquilidad, un momento como el actual debería encontrarnos más experimentados como ciudadanos capaces de resolver las dificultades. Pero las amenazas de hoy parecen rebasarnos.

Son tiempos difíciles. La unión de un desastre externo (como la pandemia), la violencia política y la agitación social, hacen de esta época una difícil de obviar. Quizá se me ocurra el año 1999 como último precedente, con un país asolado por la subversión y un terremoto en Armenia que nos llenó de luto. Hoy tenemos una pandemia que ha matado a más de 76.000 colombianos, y una sociedad totalmente fracturada en su propia agitación partidista. Es la tormenta perfecta para todos los males.

Precisamente porque estamos atravesando una pandemia es que uno pensaría que la sociedad se uniría en torno a un mismo objetivo, dejando de lado las profundas diferencias que nos caracterizan, para tener a Colombia como único propósito. Con unidad, la institucionalidad podría operar mejor para canalizar sus acciones. Con solidaridad, la sociedad aprendería a desdecir de su violencia, sus inseguridades y problemas.

Sin embargo, parece que ni el coronavirus fue capaz de quitarnos nuestra enfermedad de ira. Colombia es un país enfermo de ira, donde pululan las riñas por los motivos más insignificantes, y donde la diferencia en pensamiento o creencias termina en una promesa de odiar al contrario como si fuera el peor enemigo.

Vivimos en un país donde la población se divide en dos, y cada mitad cree que la otra es el peor enemigo de la Nación. En tales circunstancias, un proyecto de país se enfrenta a todas las dificultades posibles. Gobernar es casi una locura consistente en defenderse de la oposición, y ser servidor público es casi un signo de deshonra. La confianza es inexistente. La prevención al contrario, al otro, es costumbre.

Quizá todo lo anterior pueda explicar esa serie de hechos que nos han consternado la última semana: policías envueltos en llamas, jóvenes con heridas de bala, un bebé fallecido a bordo de una ambulancia víctima de bloqueos, y la muerte, la horrible muerte, rondando por el icónico viaducto de Pereira para atentar contra la vida de un joven alegre llamado Lucas Villa, con disparos producidos desde la oscuridad. Si esto lo leyera alguien externo, muchos años después de los hechos, entendería que la semana que vivimos fue una locura.

¿Cómo lograr que Colombia tramite mejor sus problemas? Quizá lo primero sea reconocer que nosotros mismos somos el problema. Que todos y cada uno de los colombianos, al señalar con tanta ira al contrario, tendemos a ignorar nuestras propias culpas. Cada colombiano, en su respectivo bando, cree que el otro es incapaz de tener buenas ideas y que todo lo que hace está decididamente mal. Por eso, incluso hasta los mejores artistas, las personas de buenos propósitos y las madres de familia, terminan haciendo algo que está mal: compartir una noticia falsa, exagerar hechos, difundir rumores, dar vía libre a la alegría por el dolor del contrario. Todas esas son locuras en las que pocos, muy pocos en realidad, no han caído.

Reconocer que hacemos mal es el primer paso. El siguiente, es asumir que el contrario puede tener razón o no, pero que lo que dice merece nuestra atención. Por eso, y aunque esta semana ha dejado múltiples imágenes de dolor e ira, uno siempre agradece cuando las personas paran la pugnacidad y se oyen: en el Portal de Las Américas, por ejemplo, policías y manifestantes llegaron el miércoles a un diálogo que sirvió para que no ocurrieran hechos dolorosos después. Cuando la gente para de gritar, uno puede oír su verdadera voz. De la misma manera, cuando los otros deciden dejar de insultar, uno tiene que prestar atención a lo que se dice.

El diálogo en estos términos tiene que ser la premisa. Nunca es tarde para hablar. Siempre es buen momento para hablar. Todos deberíamos encauzar hacia mejores destinos esa locura llamada Colombia.

@oramirezvahos

Óscar Ramírez Vahos | Opinión

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