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En un país de desigualdades altísimas en el que además los ganadores lo controlan todo, las diferencias entre las vidas de los pobres y los ricos son insubsanables. La opción de lograr una vida digna o  de vivir sabroso empezando de abajo es casi una imposibilidad.

El Estado aquí es fundamental. Es el encargado y tal vez el único capaz de nivelar la cancha al proveer mediante políticas públicas acertadas la provisión de bienes y servicios para que la gente no tarde cinco generaciones en salir de la pobreza. Esta es la primera vez que un gobierno electo a nivel nacional pone la lucha contra la desigualdad en el centro de las reformas. Eso quiere decir que hay que priorizar, y por supuesto la triada salud, educación y trabajo es la que efectivamente lleva a obtener resultados, pero todo depende de la calidad de la política.

El gobierno parece estar demasiado ansioso y en eso está sacrificando la calidad. La reforma a la salud pudo hacerse mucho mejor, no empezando por el final, recolectando evidencia, integrando a todos los sectores y no dejándose llevar por el debate espurio de lo público vs lo privado, donde la evidencia mundial es ínfima.  Otro ejemplo de oportunidad perdida fue la concreción de la promesa de campaña de la Renta Básica Universal sin condicionamientos con una institución que ya había avanzado lo suficiente y que sólo necesitaba un liderazgo con experiencia directa y conocimiento en la materia. Esa posible victoria temprana se perdió.

Ahora el presidente Petro tiene una nueva oportunidad con la reforma laboral, que puede ser el avance más exitoso de este gobierno. No es difícil. Colombia se raja en materia laboral en todos los aspectos. El empleo formal es escaso, la cultura laboral es tóxica, la jornada laboral es infame y la productividad es una de las peores en América Latina.  Ante eso, los pasados gobiernos basaron sus políticas en el mito del emprendimiento, que está ampliamente demostrado que tiene resultados mucho menores y frágiles, menor población atendida, son más costosos para la sociedad y generan menos resultados de largo plazo. En Colombia, el 85% de los emprendimientos fracasan antes de los cinco años.

Es verdad que la reforma laboral va a tener retos, que pueden ser perfectamente atendidos con una buena orientación de la política pública de apoyo a la pequeña y mediana empresa, vía incentivos directos o tributarios. Aquí la oposición se ha centrado en argumentos sin evidencia y por el contrario están atribuyendo a la formalización laboral cosas que son producto de la cultura. Por ejemplo, se les endilga a las licencias de maternidad que no se contraten mujeres, cuando las medidas de protección a las mujeres, incluyendo las licencias maternas y paternas, las leyes de cuotas y otras similares han permitido que el mundo avance en la lucha por la equidad. Modelos de libertad absoluta como el norteamericano tienen resultados malísimos en la tasa de ocupación femenina.

Otro argumento incoherente es afirmar que no podemos avanzar en la formalización cuando somos improductivos. Falso. La productividad y la creatividad están directamente relacionadas con las buenas condiciones laborales que logran retener el talento y hacerlo crecer. Si se quiere corregir la improductividad sería mucho mejor reducir las jornadas laborales e invertir en capacidad, estabilidad y cultura laboral – desde el Estado, incluso – que proteger esperpentos como la jornada laboral de 46 horas.

El miedo al colapso de las empresas es un miedo infundado. Los riesgos pueden ser perfectamente mitigables con una buena política de apoyo a los pequeños y medianos. Mucho de lo que se va a reformar, los grandes ya lo implementan mediante sus propias políticas laborales o de retención del talento. Donde sí debe haber miedo es en la clase política. Si el Estado logra avanzar en la formalización laboral, quiénes han convertido a las entidades públicas en su bolsa de empleo clientelista si deben estar seriamente preocupados. Las OPS han sido un mecanismo de desigualdad, corrupción y ansiedad social. El país merece funcionarios técnicos, independientes y comprometidos, cuyo vínculo clientelista no determine su vida diaria.

Ñapa: el nombramiento reciente de la nueva directora de la Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas ejemplifica muy bien mi punto: se pueden hacer nombramientos técnicos, serios y eficientes, con mecanismos de transparencia y que funcionen. Una experta como ella en el montaje de los mejores sistemas de información pública de este país tiene mucho que enseñarnos. Enhorabuena.

Laura Bonilla

Laura Bonilla

heckika@gmail.com
Gerente para América Latina, Fundación Paz y Reconciliación

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