Aquel niño que un día llegó a una vecindad, en el momento en que un señor (don Ramón) le tomaba una fotografía a su única hija (la Chilindrina), nunca se imaginó que al aceptar la torta de jamón que le ofrecieron de manera inmediata al manifestar que tenía hambre, junto a un par de zapatos viejos que le regalaron para que no caminara descalzo como estaba en ese momento, no solo se quedaría a vivir en ese lugar para siempre, sino además en la mente de los televidentes en todos los países que han transmitido sus vivencias.
A pesar de que este niño sería aceptado por todos los que vivían en aquel vecindario, no logró esquivar la indiferencia de quienes se decían sus amigos, los que a pesar de conocer su situación poco les importaba si desayunaba, almorzaba y cenaba. Tanto era el grado de desinterés, que ni siquiera conocían su verdadero y nombre y estaban seguros de que su vivienda era un barril que se encontraba en el patio de aquella vecindad, ignorando que su casa era la número 8 de aquel vecindario de un sector popular en la ciudad de México.
Las vivencias del chavo del ocho, son las que a diario tiene que padecer un niño de escasos recursos, como por ejemplo el mal trato y las humillaciones.
A partir del humor escrito por su autor Roberto Gómez Bolaños, este niño tenía que aguantar, el que algunos de sus amigos (Kiko, Ñoño y la Popis), le recordaran constantemente que a ellos les sobraba los juguetes y el dinero para comprar dulces y golosinas, que a él le faltaba.
La misma situación deben padecer miles de niños en el mundo entero, que por sus escasos recursos, tienen que soportar las humillaciones de otros similares e incluso de los mismos adultos, quienes se encargan de recordarles, que los seres humanos pueden nacer con los mismos derechos, pero que al llegar a la vida en diferentes condiciones sociales, no van ni a comer los mismos platos, ni a jugar con los mismos artefactos que otros de edades similares pueden disfrutar.
Sin embargo esto no hace, que aquel niño que se esconde en un barril en los momentos en que alguien le llama la atención y le suministra un golpe, se llene de rencor, quizás porque así como hay vecinos que presumen de lo que tienen, hay otros que aunque no viven en su misma situación, conocen la necesidad, porque en menor grado la padecen. Son precisamente personas como don Ramón, su hija la Chilindrina, doña Nieves y Jaimito el Cartero quienes comparten algo de lo que sus escasos recursos les permiten.
Aun así, estas pocos personas que le comparten algo de lo que tienen a este chavo, tampoco escapan a ese grado de indiferencia con el que se le trata, al punto en que ninguno de ellos saben que el origen de los tics nerviosos que este padece cuando se asusta y queda inmóvil, están en el momento en que se comió unos cuantos peces de colores vivos que tenía don Ramón en una pecera en su casa.
Así mismo sucede con miles de niños que padecen enfermedades a la luz de mundo entero, sin que este se interese por saber o conocer el origen de estas, y si pueden tener solución médica que este a la mano, más allá de un simple remedio casero.
No se puede asegurar tácitamente si son estas las razones por las cuales, ese niño que llegó a una vecindad en la ciudad de México un día de los años 70, cuatro décadas después se mantenga vigente, como si el tiempo no hubiese pasado. Fácilmente podría decirse que sí, porque las situaciones de indiferencia, abandono y maltrato físico y psicológico, que debe padecer en la vecindad donde vive, son las mismas vivencias que muchos niños en todo el mundo deben padecer, a la luz de las personas que a diario les ven y aun así no se interesan por ayudar a subsanar este mal.
Este quizás fue el mejor legado que pudo dejar Roberto Gómez Bolaños en la producción El Chavo del Ocho, con la que llegó a muchos países, a través de la cual sentaba su voz de protesta contra la indiferencia hacia una niñez desprotegida, que por su situación social, debe padecer humillaciones, mal trato físico y el desinterés de las personas que le rodean.