Mucho se ha dicho y escrito que de España los latinoamericanos heredamos la envidia, maligna y despreciable pasión de la que los españoles tienen fama de padecerla; lo que no se dice mucho es que más que la envidia los colombianos y conquistados habitantes de la América central y del sur somos herederos de la soberbia, pecado capital que torna a veces en seres con problemas para vivir bien a españoles e iberoamericanos. Soberbios, presumidos, arrogantes y jactanciosos existen en la península ibérica y en estas tierras tropicales. Mujeres y hombres de la España ibérica y de las américas desde México hasta la Patagonia tenemos un alma demasiado soberbia.
Chistes, cuentos y leyendas hay de los argentinos, quienes afirman que Dios está en todas partes pero despacha en Buenos Aires. Maradona, un soberbio irredimible, tiene adeptos que lo tratan como una figura endiosada. Mi buen amigo argentino, Alberto Panicelli, en alguna ocasión en su casa de La Plata, reconoció ser soberbio supremo, pero puso por encima de él a un paisa, amigo y buen contertulio, quien dejaba asombrado al nativo del país austral son su soberbia y jactancia, pues contaba anécdotas de cuando según él era un destacado futbolista, haber convertido en una temporada más goles que Messi. Y es que a no dudarlo la soberbia de nosotros los paisas con su hiperbólica forma de hablar y referirnos a nuestros seres queridos y a nosotros mismos, supera con creces a los famosos, petulantes, pedantes y soberbios ciudadanos de la bella y querida república argentina.
Y la soberbia de un expresidente de la Corte Suprema de Justicia, paisa nato, que cuando fungió de tal se reunía con el soberbio juez instructor y justiciero español, Baltasar Garzón, ingerían licor y cantaban a dúo la machista canción mexicana, Pero sigo siendo el rey.
Los reyezuelos y soberbios politiqueros criollos, hoy emulados por algunos magistrados de las cortes colombianos, cada día crecen de nuevo en nuestro medio y son cada día más prepotentes y altaneros. Leonidas Bustos, junto con su coterráneo; Eduardo Montealegre, organizaron un paro y movieron masas de jueces, magistrados y empleados judiciales para oponerse en auténtico acto de rebeldía y soberbia contra la ley, el Tribunal de aforados. La esposa del primero, cual mujer de un encabritado político, se autodenominó sin pudor ni vergüenza, durante el período que su esposo tuvo el cargo de presidente de la Corte Suprema, primera dama de la justicia. Uno y otro manejaron la justicia investigativa y la juzgadora, como capataces de una hacienda que para ellos fue eso, la rama judicial. La revista Semana, en su edición 1845, hizo un perfil bastante severo de la parábola burocrática y profesional de Bustos y Francisco Ricaurte, hoy desprestigiados ex presidentes de la Suprema Corte, de cómo pasaron de ser mediocres abogados, expertos sí en el arte del clientelismo y manzanillismo puestero, a ostentar una dignidad que jamás merecieron.
En el capítulo quinto de la obra pequeña pero bien ilustrada de la italiana Laura Bazzicalupo, titulada La soberbia pasión por ser, se refiere la ilustre filósofa a la novísima soberbia, a la pasión moderna de este pecado capital superior en el país en el que Silvio Berlusconi encarna el modelo de soberbio moderno. La autora relata con maestría aquellos que como los políticos, magistrados y ex magistrados tienen los rasgos característicos modernos del hombre que se cree el súperhombre de Nietzsche. Escribe la insigne intelectual: “¡Mantiene unidas figuras temerarias y figuras banalmente presuntuosas, vanidosas; figuras jactanciosas y agresivas o refinadas e irónicas, orgullosas y pusilánimes, superficiales o delirantes ….. Íconos titánicos, luciferinos!” Sin duda, todas tienen en común un complejo de inferioridad que las hace mostrarse como superiores, el deseo insaciable de ser alguien. Recordemos que un hijo de un expresidente de la corte, al igual que muchos políticos regionales, han hecho historia sobre la soberbia en nuestro país con la frase ya célebre “usted no sabe quién soy yo”. Es que como nos lo enseña la profesora de Salerno, Italia: “En su historia, la soberbia ha revelado una pasión antológica, una pasión por ser, una pasión de la identidad. El soberbio lo apuesta todo sobre quién es él mismo. El hombre en su soberbia, manifiesta un delirante deseo de transformación radical de su propia condición de hombre, a hacerse igual a Dios”. ¿No es acaso lo que sintieran varios de los magistrados que, cuando se enfrentaron con soberbia al expresidente Álvaro Uribe Vélez, para juzgar y condenar al sanedrín del también soberbio ex mandatario, se autoproclamaran paladines de una justicia que en el fondo tenía móviles y motivaciones egoístas y personalistas de los funcionarios jurisdiccionales que en su momento se sintieron intocables y pulquérrimos?
Recuérdese que con la altanería y soberbia con la que, a propósito de la malograda implementación del tribunal de aforados, respondió el entonces presidente de la corte, hoy subjudice, Leonidas Bustos Martínez: “Yo les pregunto, ¿es que acaso existe evidencia que los magistrados están cometiendo delitos? Yo sería el primero en denunciar esa conducta delictiva”. Mucho antes de esta arrogante posición, hoy en el más triste ocaso de su vida profesional y personal, había escrito la señora Bazzicalupo: “El resultado siempre es la derrota. El soberbio siempre pierde… Se filtra siempre en las historias megalómanas y furiosas de los soberbios: casi parece que les llame y atraiga un remolino de perdición… Como Lucifer en la primigenia escena de la soberbia estaba enamorado de Dios y trataba de identificarse con él, quería ser él, pero no podía, de modo que esa derrota es el destino de todos”.
Edipo, rey tirano de Tebas, fue ejemplificado como arquetipo del soberbio por el gran Sófocles en la antigua Grecia. En el planeta hay muchos Edipos, entre nosotros los iberoamericanos crecen en cantidad y calidad en estos tiempos llamados modernos.