Don José Miguel Suarez es un hombre que toda su vida la ha dedicado a las labores del campo, actividad que le sirvió para vivir en medio de las dificultades a las que se ven sometidas las personas que conforman la ruralidad en nuestro país.
Nació en San Juan de Urabá, sin embargo, creció en el municipio de Valencia, Córdoba, a donde se trasladaron sus padres junto con sus 10 hermanos en 1941, cuando la violencia partidista se sentía en todos los rincones del país.
Valencia fue la tierra que los recibió y adoptó al punto en que conocen sus costumbres y tradiciones igual o mejor que cualquiera de los que han nacido allá. Fue en ese municipio que tiene mucho de rural, donde aprendió las labores del campo en los tiempos en que para algunos era más importante que un niño aprendiera a ordeñar una vaca, manejar el machete, el pico y la pala que ir a la escuela para aprender a manejar la tabla periódica, los nombres de los héroes de la historia en Colombia, etc.
Cuenta don José que solo asistió cuatro meses a la escuela y que no le gustó que le dieran órdenes ni que le regañaran, que prefirió aprender a sembrar la yuca y el maíz junto con su padre y sus vecinos no importa sí para eso debía someterse al sol inclemente de la región cordobesa.
Fue de esta manera como creció en medio de una región ganadera por tradición, de extensos pastizales y un hermoso paisaje natural que impacta ante los ojos de las personas que por A o B motivo visitan el departamento y deben circular por las carreteras.
Don José no se avergüenza de no saber leer ni escribir porque su interés no está ni en las letras ni en los números sino los sembrados del cacao, los mismos que el día menos pensado le cambiaron su vida y por los cuales pudo modificar su casa, que en principio fue construida con bareque y hoy esta hecha a base de cemento y ladrillo.
Por invitación de un sobrino probó la siembra del cacao en el año 2013, y con el apoyo de su esposa Ana recogió su primera su cosecha, sin pensar si quiera que esta le daría un giro a su vida, motivándole a seguir adelante.
Es padre de cinco hijos, pero vive en compañía de su esposa con la que comparte la mayor parte del tiempo desde las 4 y 30 de la mañana cuando se levanta a hacer una tasa de café para compartirla con ella y luego, cuando sale el sol, ir a los sembrados de cacao ubicados en la parte de atrás de la finca donde tiene su casa.
En medio del cultivo pasa la mayor parte del día, limpiándoles de la maleza y de las plagas que amenazan una buena cosecha. Se siente muy feliz de haber acertado con la decisión de hacer parte de las familias cacaoteras en Valencia, al sur de Córdoba, uno de los 170 municipios donde se implementan los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial —PDET, que sirvió para que muchas personas en la región sustituyeran los cultivos de uso ilícito por productos del agro como el cacao.
A todo el que le pregunta o le pide un consejo sobre que producto sembrar, don José sin dudar ni titubear, recomienda el cacao porque según cuenta, “le enseñó tanto a el como a su esposa que, sin importar la edad, siempre habrá algo por que luchar”.
Es por esto que pide a Dios que el día en que deba morir, lo haga en medio de su cultivo de cacao.
Poco o nada le importa que la gente diga que está loco cuando lo ven conversando con las plantas a quienes consciente mientras las limpia una a una. Su esposa Ana se mantiene pendiente de su quehacer. Todos los días a las 10 de la mañana le lleva un jugo para que se hidrate y cuando nota que se está demorando por las tardes, acude hasta el lugar donde se encuentra porque le preocupa que algo le pueda suceder.
Don José es de los que viste con el atuendo típico del hombre cordobés. Amante de la música de Alejo Durán y aunque no sabe bailar, disfruta bastante de los porros de la región.
Se considera un hombre de paz, entregado a Dios y a su esposa Ana con quien comparte la mayor parte del día desde las 4 y 30 de la madrugada cuando se levanta hasta las 8 de la noche cuando se acuestan con la idea de continuar cultivando el cacao, un producto del cambio que cambió no solo su vida sino además la de cientos de persona que, junto a él, le apostaron a la legalidad.