Esta no es una columna escrita desde los balcones de cualquier tradición ideológica y partidista conocida porque los “paradigmas” se están derrumbando en occidente. Es simplemente una aproximación a la sociedad de mañana.
Hace muchos años que Colombia anda políticamente mal, desde cuando un proyecto de estado, de economía, de cultura y de sociedad liberal, se abortó hace cincuenta años. Es una sociedad que no deja de ser conservadora, es su lastre, porque se asimila a aquellas sociedades fallidas de otra ideología o de un capitalismo premoderno. Ese perpetuo conservadurismo se ha degrado sostenidamente, y hoy en plena revolución de las industrias 4.0, es una sociedad que no ha superado la revolución agraria 1.0, porque ni siquiera hay una visión moderna de la economía y de la sociedad rural, y tampoco de la sociedad urbana.
Colombia termina 2018 en incertidumbre luego de la más agotadora campaña política que los grandes medios la hicieron tan larga como les convenía pues se han especializado en tener al país en estado perpetuo de agitación electoral, que no es igual a un debate político democrático y transformador.
De la agitación politiquera resultó un presidente que no ha logrado convencer, que subgobierna porque es un subordinado, con un torrente de ideas pero sin un proyecto de nación bien fundamentado y cohesionado. Quiere hacer del emprendimiento la fuerza de las oportunidades sin políticas que lo hagan posible. El emprendimiento es una de las estrategias de un modelo de desarrollo, pero no es el centro del modelo económico porque necesita de ciertas condiciones estructurales superiores que no están por ahora en el plan de desarrollo: una potente política de desarrollo productivo que eleve la productividad e impulse la innovación y el emprendimiento, y desde ahí pensar una reforma tributaria duradera y no la disfrazada de Carrasquilla.
Todo está al revés, patas arriba, porque el estado colombiano está con las instituciones torcidas, como lo evidencia el espantoso caso del fiscal general con Sarmiento Angulo y Odebrecht, que termina con la muerte sabor a crimen de los señores Pizano. O el caso menos trágico pero no menos impactante desde la ética y la gobernabilidad, como los bonos de Carrasquilla. Y también tanto puente que se cae o queda mal construido como los tres que hemos visto en este 2018.
Pensó Duque, que por ser un presidente joven, podría empalagar a la sociedad con la economía naranja, la cual tuvo su mejor momento entre mediados de los años 1990 hasta el 2007. Colombia siempre llega tarde a los paradigmas. Cuando algo se pone de moda acá es porque ha dejado de ser moda allá. Diez y más años tarde llega la economía naranja, reencauchada de economía digital (software), la cual tendrá en Colombia pronto techo porque no está sostenida en las industrias de hardware, sobre todo la electrónica, madre de todas las industrias y de todos los servicios en el mundo, aunque la cenicienta en Colombia, tanto que no hace parte de los programas de Colciencias, ni aparece en las políticas de competitividad del nivel nacional y regional. Este es un caso típico de premodernidad industrial y digital. Economía digital sin economía de hardware, es igual a casa sin calle ni servicios. Jóvenes sin economías de hardware son jóvenes de cualquier revolución anterior, pero no de la verdadera economía digital que nació para desarrollar e integrar las industrias y los servicios.
Entonces, estos descompuestos factores políticos e institucionales, más las debilidades de las políticas de desarrollo, la improvisación y el afán de la reforma tributaria, y una paz con demasiados compromisos incumplidos, están generando un ambiente de incertidumbre para el 2019 y los años siguientes. Si el plan de desarrollo no se perfecciona en lo fundamental y adquiere coherencia y consistencia estructural que indique las bases para un desarrollo sostenido y sostenible de largo plazo, Colombia seguirá indiferente, preocupada, desestimulada, descompuesta, informal e ilegal pero también más indignada, con los estudiantes en las calles alentando una resistencia inteligente y pacífica que tiene desconcertado al gobierno y a la derecha, y perfeccionando las condiciones para una revolución que tendrá contenidos, expresiones, enfoques y estrategias, nada parecidas a ninguna idea de revolución del pasado.
Los partidos y los movimientos políticos están en crisis, unos más que otros, fuera de contexto, de discurso y de talante, sobre todo el centro y la izquierda, que son la esperanza. El centro se volvió tímido, tibio, gaseoso, poco ambicioso, queriendo transformar todo sin tocar nada, que se considera democrático en la política pero neoliberal en lo económico; y la izquierda, aun no encuentra un nuevo camino después de la caída del muro, más bien se dejó contaminar y el discurso social no alcanzó para crear una nueva sociedad. A unos y otros les falta radicalidad, creatividad y perspectiva. Esto ocurre aquí y en América Latina, pero también en Europa. Es una especie de sociedad desesperada que se agarra de lo que puede, como el fanatismo de ultraderecha en Colombia y Brasil, la estupidez ilimitada de Venezuela, la perpetuidad que quiere Evo, el nuevo fracaso de Argentina, o un fanatismo en torno a tantas iglesias negocio llevando la imagen de que Dios es un acumulador de riqueza a partir de la desgracia de tanto desamparado.