¡Hay que admitirlo! Bogotá es la ciudad con la que Gustavo Petro se desquita cada vez que algo sale mal en su gobierno. Pareciera ser la forma que tiene el jefe del Estado para desviar la atención sobre los fracasos de su mandato.
Para todos es bien sabido que, si por él fuera, el Metro de Bogotá no avanzaría y seguramente, estaría en veremos. La más reciente improvisación presupuestal de su gobierno llevó a que el director del Departamento Nacional de Planeación, Alexander López, dijera que se evaluarán los giros para la obra y todo por cuenta de la derrota que sufrió la reforma tributaria en el Congreso de la República.
La caída del proyecto impulsado por el gobierno es un ejemplo contundente del desorden que caracteriza a esta administración. Sin esta reforma, su capacidad para cumplir con ambiciosas metas queda severamente limitada, y no es para menos, pues el derroche, la falta de ejecución y la corrupción han imperado en la era del petrismo. En este sentido, aplaudo que el legislativo no se dejara meter los dedos en la boca y se opusiera a seguir exprimiendo el bolsillo de la gente.
El fracaso de la reforma tributaria es un claro síntoma de un gobierno que no logra articular una estrategia coherente y que solo vive para polarizar el país. La desconexión entre la retórica de Petro y las acciones concretas se hacen cada vez más evidentes.
En represalia por el hundimiento de la tributaria y como pataleta de niño chiquito, Petro anunció la ruptura de relaciones con las comisiones económicas del Congreso. En vez de comportarse como el gobernante y estadista que debería ser, decidió actuar como un opositor más, olvidándosele el cargo que ocupa y cuya dignidad irrespeta todo el tiempo.
Pero más allá del show semanal que ya estamos acostumbrados a ver por cuenta del presidente de Colombia, las implicaciones si se incumple con los pagos para el proyecto del Metro serían bastante graves. Aquí hay contratos de por medio y está en juego la credibilidad de la nación. Por eso celebro que el alcalde Carlos Fernando Galán respondiera y señalara que la obra sí o sí se tiene que blindar, independientemente de los caprichos políticos que vienen desde la Casa de Nariño.
Bogotá es una de las ciudades con los peores niveles de movilidad en América Latina y lleva varias décadas esperando una solución real y estructural a su caos vehicular. La primera línea del Metro no solo representa un alivio para millones de ciudadanos, sino que es un paso necesario para transformar la infraestructura de la capital del país. Los retrasos y la incertidumbre perpetúan el rezago, afectando directamente la calidad de vida de las personas y la competitividad de la ciudad.
Lo cierto es que este gobierno, que parece más enfocado en las disputas políticas que en las soluciones concretas, no puede seguir desquitándose con Bogotá. Tiene bloqueado el proyecto para nuevos accesos por el norte de la ciudad, quiere acabar con TransMilenio y cada vez que puede pone una traba en la rueda para el avance del Metro.
Mientras tanto, Bogotá sigue esperando a que las palabras del presidente se conviertan en hechos, pero amanecerá y veremos. Por eso no nos podemos confiar, porque seguramente no cumplirá y la ciudad capital no puede someterse a seguir pagando los platos rotos.