Durante años, la justicia colombiana ha tenido el desafío de distinguir entre el ruido político y los hechos. En medio de campañas mediáticas, filtraciones selectivas y juicios paralelos, se volvió casi imposible separar lo jurídico de lo ideológico. Sin embargo, cuando la verdad procesal —esa que se construye con pruebas, contradicción y debido proceso— logra coincidir con la verdad real —esa que corresponde a los hechos tal como ocurrieron—, es cuando verdaderamente brilla la justicia.
El caso del expresidente Álvaro Uribe Vélez ha sido uno de los episodios más complejos y politizados de nuestra historia reciente. Desde el inicio, el proceso estuvo rodeado de intereses, versiones cruzadas y un evidente afán de algunos sectores por convertirlo en un trofeo político. Pero el tiempo, los hechos y las decisiones judiciales han ido poniendo las cosas en su lugar.
No se trata de afirmar que la justicia deba inclinarse por simpatías o afectos personales. Todo lo contrario: la verdadera justicia es la que se impone, incluso frente a la presión del momento. Y eso es precisamente lo que ha ocurrido en este proceso, donde las pruebas —y no los prejuicios— han terminado abriendo paso a la verdad.
Cuando el expresidente Uribe fue vinculado a una investigación por presunto soborno a testigos, muchos se apresuraron a condenarlo sin juicio. Fue un linchamiento público que, más que justicia, buscaba revancha política. Hoy, tras años de análisis judicial, las decisiones recientes confirman lo que muchos intuían desde el principio: que detrás de las acusaciones había más cálculo político que sustancia jurídica.
Este episodio debería dejarnos varias lecciones. Primero, que el sistema judicial debe blindarse de la manipulación mediática y de las presiones ideológicas. Segundo, que la justicia lenta, aunque desespera, cuando llega con fundamento fortalece la democracia. Y tercero, que ningún ciudadano, por influyente o polémico que sea, debe ser tratado como culpable antes de ser vencido en juicio.
La coincidencia entre la verdad procesal y la verdad real no ocurre todos los días. Pero cuando sucede, como en este caso, no solo se reivindica el nombre de una persona, sino también la credibilidad de las instituciones. Y eso, en tiempos de polarización y desconfianza, es un triunfo que el país necesita celebrar.
Porque cuando la verdad y la justicia caminan de la mano, Colombia también da un paso hacia la reconciliación.
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