Colombia atraviesa una etapa crítica en materia de seguridad marcada por una serie de atentados y actos terroristas recientes, como el ataque al candidato Miguel Uribe Turbay y las acciones violentas en el suroccidente del país. Estos hechos reavivan traumas colectivos de décadas de violencia e inestabilidad en el país. Sin embargo, más allá de la violencia física, la verdadera amenaza que emerge es la consolidación de una “sociedad del miedo”, concepto que va más allá del temor puntual a la acción de los violentos.
Este fenómeno ha sido analizado por pensadores como Byung-Chul Han, Zygmunt Bauman, Frank Furedi y Heinz Bude, quienes advierten que el miedo social distorsiona la democracia, debilita la confianza, socava la esperanza y convierte al ciudadano en súbdito.
Para Bude (2014), el miedo no es un sentimiento individual, sino una emoción social que alimenta el populismo; Bauman (2006) lo define como “miedo líquido”, porque se infiltra en todos los aspectos de la vida social, se convierte en un recurso de control social y manipulación política que debilita la ciudadanía y refuerza tendencias autoritarias.
Furedi (2005) sostiene que el miedo es una herramienta de poder que los líderes políticos contemporáneos explotan para llenar vacíos ideológicos, y Han (2022) resalta cómo el miedo se vuelve performativo: la gente actúa bajo el miedo antes que por deliberación racional.
En Colombia, la sociedad del miedo se manifiesta en la creciente polarización, los discursos alarmistas y el uso electoral del miedo. Las campañas políticas apelan a escenarios apocalípticos si “gana el otro”, debilitando así el voto propositivo. En este contexto, el miedo justifica medidas excepcionales, como las que se dieron en épocas pasadas bajo el estado de sitio. Esta lógica ha llevado a normalizar la suspensión de derechos en nombre del orden público y el país no debe repetir ese camino.
Hoy, Colombia presenta síntomas de esa sociedad del miedo: una ciudadanía dividida, agresiva, ansiosa y desconfiada de sus instituciones. El crimen organizado muta, las redes sociales amplifican el pánico y los medios refuerzan la sospecha. ¡El miedo ya no es una reacción; es un estilo de vida!.
Es posible resistirse frente al miedo
¡Pero resistirse es posible! Existen al menos tres factores en el camino para escapar a este concepto, el primero es reconstruir la confianza institucional. Es necesario creer en las instituciones democráticas, incluyendo la Policía Nacional y las Fuerzas Militares, que, más allá de sus críticas, siguen siendo el soporte del orden constitucional colombiano. El respaldo ciudadano también debe extenderse al Congreso, las altas cortes, la Fiscalía y la Rama Judicial, exigiéndoles independencia, pero sin presiones externas.
En segundo lugar, se debe garantizar seguridad sin autoritarismo. La seguridad ciudadana debe basarse en derechos humanos, prevención del crimen y la violencia, proximidad de la fuerza policial y justicia pronta y eficiente, no se debe caer en la trampa de la represión populista. La modernización de la Fuerza Pública y las reformas institucionales deben anclarse en una narrativa de esperanza, no de miedo.
En tercer lugar, es urgente promover una pedagogía democrática. Una ciudadanía bien formada, crítica e informada, es clave para evitar que el miedo capture la deliberación pública. La educación cívica debe ser parte integral del proyecto de país. No olvidemos que una democracia sin una cultura política bien cimentada es una democracia de papel.
A continuación, quiero hacer algunas propuestas para que la ciudadanía no caiga en la trampa del miedo. En primer lugar, evite difundir cadenas de WhatsApp, videos o audios que promuevan miedo, odio o confusión. Consulte fuentes oficiales o medios confiables. Cada ciudadano puede frenar la viralización del pánico.
En segundo lugar, participe en las actividades de su comunidad, conéctese con redes locales (juntas de acción comunal, asociaciones barriales, redes de vecinos) que trabajen por la seguridad o la convivencia. La organización comunitaria fortalece el tejido social y reduce el miedo.
En tercer lugar, antes de apoyar un candidato, revise su programa de gobierno, no solo sus ataques al adversario. Identifique y rechace los discursos que usan el miedo como argumento central. Que su voto no sea por miedo, que su voto sea por argumentos.
En cuarto lugar, exija transparencia a las autoridades, pero no las desacredite sin evidencia, cuestione con criterio. Apoye el fortalecimiento de la Policía, la justicia y las instituciones. Evite reproducir narrativas de colapso institucional.
El punto cinco consiste en apoyar espacios de perdón, reconciliación y memoria. Participar de manera activa en actividades comunitarias reduce el miedo, al mismo tiempo que se comprende el pasado y se construye convivencia ciudadana.
Una sexta recomendación consiste en involucrarse en espacios de educación ciudadana, apoyando escuelas, universidades, grupos juveniles. Es muy importante promover debates, talleres y espacios formativos sobre ciudadanía, derechos y democracia.
Finalmente, es clave cuidar su salud mental, el miedo también es un estado psicológico. Hacer ejercicio, buscar acompañamiento emocional, recurrir a otros si se necesita ayuda es clave. Una mente sana resiste mejor la manipulación del miedo.
En conclusión, el miedo no se combate negándolo, sino enfrentándolo con verdad, esperanza y acción colectiva. Colombia tiene cicatrices, pero también fuerza moral y humana para seguir adelante. La democracia se defiende desde la cotidianidad: desde un voto informado, una conversación respetuosa o una denuncia responsable. La sociedad del miedo solo se instala si la dejamos crecer. Cada colombiano tiene el poder de detenerla.
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Colombia puede superar esta dura prueba si no permite que el miedo dirija su destino. Las instituciones democráticas, el compromiso ciudadano y la educación son los antídotos. Colombia no está condenada al miedo, sino llamada a construir esperanza desde su resistencia histórica.
Juan Carlos Nieto Aldana, PhD.
Experto en Seguridad ciudadana y liderazgo
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