Como bien anotaba John Maynard Keynes, “los políticos, que tienen oídos más no ojos, no atenderán consejo hasta que este reverbere hacia ellos como eco del gran público.” Así sucedió con la decisión de las mayorías del senado, renuentes a siquiera discutir la reforma laboral, hasta que la consulta popular, radicada por el presidente Petro, recibió una entusiasta respuesta de parte de la clase trabajadora expresada en su tradicional movilización del primero de mayo.
Con rapidez pasmosa, el presidente del Senado, doctor Efraín Cepeda, incluyó la discusión y votación de la consulta, sin que hubiesen transcurrido los primeros días de los veinte, ampliables a treinta, con que contaba el Senado para pronunciarse. Escuchó “el eco del gran público” y se aplicó igualmente a resucitar la reforma laboral, colocando la apelación de la decisión de archivo impuesta por ocho senadores en la Comisión que había sido engavetada. Mañana conoceremos la ponencia del trámite interrumpido y sabremos que tanto llegó a los oídos de la oposición mayoritaria el reclamo del trabajo frente a la presión del capital donde es más fácilmente escuchado, cuando los políticos acuden a buscar sus donaciones para las campañas electorales.
La teoría económica dominante ha logrado invisibilizar una verdad de a puño: que el sistema económico depende de la coerción de la gente que no tiene alternativa diferente a vender su mano de obra para poder sobrevivir. Los políticos y senadores que adversan una reforma laboral que devuelva derechos cercenados, insisten que quienes la impulsan nunca han pagado una nómina y que los trabajadores que siguen dependiendo de un salario sencillamente no se han esforzado suficientemente. De manera conveniente omiten otras verdades de a puño. La primera, que ahorrar con bajos salarios es un verdadero desafío, y segundo, que para hacer dinero solo se requiere tener acceso a dinero en la forma de herencias, acceso al crédito a tasas razonables o a activos como la tierra.
De ahí que, incluso en las universidades donde se enseña economía, poco se analicen escuelas distintas a la neoclásica, de la cual surgió el depurado neoliberalismo que se fundamenta en la austeridad como política pública, ya sea mediante la política monetaria o la fiscal. La política laboral también ha sido sometida al mandato de austeridad, mediante la mal llamada “flexibilización laboral” que ha limitado los aumentos salariales y reducido las prestaciones sociales, para no mencionar el debilitamiento consciente el contrapoder sindical y es parcialmente responsable de la baja productividad y consecuente reducida capacidad de generación de empleo.
La flexibilización laboral ha suprimido la demanda interna necesaria para estimular la oferta de bienes y servicios que dinamizarían el empleo y el crecimiento económico sobre bases firmes. Pero ha trasladado a los poderes económicos mayores ganancias mientras los trabajadores han visto menguada su capacidad de compra. El resultado es una economía que crece por debajo de su potencial, exporta empleo vía la importación de todo lo que se podría producir en el país y dejar de depender del extractivísmo depredador del ambiente y de las comunidades. Incluso habría que analizar la contribución de las economías ilegales para distinguir que es lo atribuible al sector formal de la economía.
Sólo un vuelco hacia un modelo de desarrollo propio, en función de las realidades del país y de su gente, podría generar el empleo que no saldrá nunca de la represión salarial y la precarización laboral. Ojalá que “el eco del gran público” impaciente con el estado actual de cosas haya llegado alto y claro a los oídos de la oposición al gobierno para que nos presenten una reforma laboral que merezca ese nombre.
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