Existen dos funciones divinas que El Eterno ha encargado a los hombres, la primera la de sanar, la de tratar la salud y propender por el bienestar del cuerpo, es allí donde los médicos ejercen una función invaluable. La segunda función divina es la de administrar justicia. Cuando Moshe estaba en el desierto conduciendo al pueblo de D-os a la tierra prometida, los israelíes tenían muchas desavenencias por razón de la convivencia, atender a un pueblo itinerante con más de 600.000 hombres mayores de 20 años aptos para el combate, sin contar mujeres, niños y ancianos no debería de ser tarea fácil, todo iban a consultarlo al gran profeta Moshe; quien aconsejado por su suegro, Jetro, nombró jueces de entre los hombres sabios y temerosos de Adonái para resolver los conflictos de su pueblo, siendo origen de un sistema de gobierno de jueces.
Administrar justicia es misión toral que señala el derrotero de las comunidades. Los jueces deben ser sabios y temerosos de El Creador. El problema empieza cuando la justicia se corrompe al perderse el temor de D-os para dejar de lado la objetividad, la imparcialidad, el sentido común y el buen tino. Cuando el que administra justicia en lugar de sentenciar para cada quien lo que se merece se pone del lado del victimario y del cohecho. La justicia suele ser representada como una mujer con los ojos vendados, que sostiene una espada en una mano y en la otra una balanza equilibrada. Esta representación no es apropiada: La justicia no puede ser ciega, debe arrancarse la venda para distinguir con claridad entre lo correcto e incorrecto. La balanza debería estar cargada del lado de lo correcto y, la espada enhiesta para caer sobre quien perturba el derecho ajeno.
Administrar justicia es un acto político porque en últimas, los jueces con sus decisiones, gobiernan, al ser raceros de lo que justo en una comunidad; tampoco son ajenos a devaneos sobre lo moral e inmoral. La probidad a toda costa, debería ser una de las principales virtudes de todo juez. El juez sólo deber ser juez, sin otro oficio diferente. Cuando el juez es también empresario, terrateniente, influenciador, comerciante o inversor produce desconfianza. Donde esté tu corazón allí estará tu tesoro. Cuando la justicia se corrompe no sólo se vuelve avara y venal, también se carga de ideología; jamás un acto judicial debería ser una expresión ideológica. Una cosa es la política y otra la ideología. Cuando los jueces hacen de las sentencias instrumentos ideológicos sacrifican la justicia para priorizar el resentimiento y el odio.
Probablemente la grandeza de los nueve jueces de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos radique en que, previo a su elección, deben confesar sus convicciones ideológicas, religiosas y políticas, lo que se torna de conocimiento público. Empero, todos los seres humanos son políticos en el sentido aristotélico entendidos como “zoon politikon”, porque forma parte de una comunidad. Lo que se hace inaceptable es que, el juez pignore la objetividad de pensamiento e independencia de criterio para hacer de sus decisiones remedos ideológicos y, de la sentencia ley de citas, en la que se cita por citar cual amanuense académico, por el simple prurito de posar de lúcido.
Cuando la justicia se corrompe amenaza ruina social y yerro moral. Un juez que cree que administrar justicia es cobrar deudas ideológicas es un bellaco con toga, que no ha entendido el sentido de la justicia y se convierte en un peligro para la sociedad. Los jueces no están para cohonestar al gobernante ni al ideólogo. Están para cumplir con una alta misión. No más administradores de justicia con resentimientos frutos de sesgos y taras ideológicas, por favor ¿Es mucho pedir?
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