De la visita de Francisco A Bélgica

Hace poco más de un mes me avisaban de que el Papa Francisco visitaría el país vecino. Yo que nunca he sido una groupie del Papa, de ninguno, pero sí le quiero como lo que es, consideré que con tanto como sufre la Iglesia en estas latitudes tal vez sería bueno rezar por ella junto a tantos otros miles, en Bélgica, acompañando al Vicario de Cristo en la Tierra. Involucré a toda la familia, busqué la entrada que me faltaba para asistir a la misa de clausura de su visita apostólica y nos dimos el madrugón, además de seguir todas y cada una de las indicaciones que la organización nos había estado enviando a modo de amenazas disuasorias, durante la última semana.

¿Alguien se puede creer que una organización de un evento tan medido y pensado pueda enviar correos cada dos o tres días, a modo de spam, para recordarte que debes asistir con dos horas de antelación y cumplir con todas y cada una de sus exigencias? Puedo entenderlo e incluso lo aplaudo, pero la realidad del asunto es que no hicieron nada de lo prometido: ni el aparcamiento estaba hasta arriba, ni el escáner de seguridad estaba conectado, ni hubo revisión de documentos identificativos, ni siquiera abrieron las puertas a tiempo y todo el que quiso entró al estadio Rey Balduino con su bolso y su mochila. Creo que sus medidas solo sirvieron para que muchos fieles se quedaran en casa y evitaran el madrugón del domingo ante la insistencia de la organización por hacerte creer que tu mañana de domingo iba a ser una pesadilla multitudinaria.

Organización mal. Faltal. Asistencia, pobre. Paupérrima.

No solo porque las calles estaban vacías, desoladas, sino porque el corazón frío de Europa es así; poco cálido. Es cultural, dicen, pero lo cierto es que el corazón se educa y que, a ser acogedor, a mirar al otro con dulzura, a aplaudir al Papa por su esfuerzo y su dedicación se aprende y si no, se copia, se imita de otras culturas, porque lo bueno se adopta. Europa ni eres tan bonita, ni tan buena como crees.  

Esta Europa Cristiana de hoy pareciera huérfana de Madre. Cerrada, fría, árida y yerma, preocupada en exceso por la norma y poco bondadosa y cariñosa. ¡Ay si fuera más católica! Tal vez adoptarías la forma de tu Madre y verías en tus gentes su reflejo. Pero para esta Europa del norte ningún líder es tan especial como para mostrar entusiasmo y así es capaz de recibir al Santo Padre y a la vez enmendarle la plana por no comulgar con sus propias mentiras: Europa quiere un Papa a su medida, que se ocupe de los pobres, sí,  que pida cien mil veces perdón por los abusos del clero – nunca es suficiente la reparación por esos pecados de los miembros de la Iglesia, igual de pecadores que cada uno de nosotros- pero que empodere a la mujer dejándola abortar libremente porque el planeta con tanto ser humano empieza a ser insostenible.

Y es que, en estas latitudes, la libertad es entendida más como un hacer y permitir lo que uno quiera – dejándole ser así esclavo de sí y de sus pasiones- más que como esa capacidad de hacer el bien que todos llevamos dentro. Porque amigos, eso es la libertad y ahí no hay subjetividades, ni sentimientos, ni opiniones, ni verdades personales cambiantes en función de la coyuntura.

El Papa ha sido muy claro en sus mensajes; en la misa del domingo: abrirnos a la acción y libertad del Espíritu, comunión en el amor que une, en el compartir y la generosidad, así como la denuncia clara y contundente de los escándalos. Y ser testimonios vivos de la palabra de Dios como lo fue la nueva Beata de la Iglesia Católica, la carmelita española Ana de Jesús, y en cada uno de sus encuentros a lo largo de este pequeño país vecino. Pues como dijo Francisco, si el rey Balduino fue valiente en su momento, valiente han de ser los obispos en perseguir la causa de Balduino, en declarar el aborto como asesinato, en denunciar cada abuso que se cometa en el seno de esta Iglesia, ya dolida, pero esperanzada por la acción del Espíritu Santo.

Almudena González