En Ecuador, país que vive en similar situación de corrupción generalizada como Colombia, están discutiendo en la Asamblea Nacional una reforma judicial muy importante con un proyecto de ley que implementaría la figura de la cadena perpetua para los delitos graves, entre ellos la corrupción, además de narcotráfico, sicariato, asesinato, femicidio, violación, desaparición forzada y torturas. En los casos de corrupción, los corruptos podrían acogerse a un procedimiento abreviado si devuelven el producto del perjuicio económico ocasionado al país y la pena será máximo de diez años (El Universo, 2024).
En el caso colombiano, una reforma así cambiaría el paradójico poder que se les confiere a los corruptos al negociar con la Fiscalía su reducción de penas por una regla más lógica en la cual el corrupto debe devolver todo lo robado y entregar toda la información a la Fiscalía si quiere evitar la cadena perpetua; es como poner las cosas en orden y evitar lo que podríamos llamar una corrupción residual en estos procesos de negociación.
Un proyecto de ley así tendría un trámite muy difícil en nuestro congreso, puesto que, como se ha demostrado en tantos casos en las décadas precedentes, muchos congresistas son parte de las cadenas de corrupción a través de la contratación pública. Pero hay que seguir esa senda.
Como esta, las propuestas para invertir la tendencia a la corrupción creciente en el país desvelan a quienes aún conservan el sentido ético de la vida en sociedad y la claridad de que mientras haya corrupción el país no podrá mejorar en todas las metas deseables y pendientes de desarrollo, reducción de la pobreza y de la desigualdad.
Y ayudaría a parar la impunidad. Imposible cambiar nuestra condición de corrupción generalizada con una impunidad descomunal: “es lamentable que ahora se tenga que admitir que los índices de impunidad superan el 90 por ciento” Diego Corredor, presidente de la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia (Cuesta, 2024).
Cuando gente bien intencionada y con genuino cariño patrio dice que la educación es el camino (refiriéndose a la casa, al colegio y a la universidad), están en lo cierto, pero solo conceptual y parcialmente hablando. Nuestra cruda realidad indica que, como para educar a una nueva generación se requiere que la anterior pueda y quiera educarla, ni lo uno o lo otro es muy probable. Una mirada pragmática nos dice que no es fácil que una generación en la cual hay una corrupción generalizada pueda educar en valores a la siguiente generación porque precisamente le resultan contrarios a sus ideales de inteligencia y viveza, como la honestidad, la calidad y el respeto.
Es un concepto menos simple que el de la típica historia del papá que insta a su hijo a darle en una paliza al compañerito que lo hostiga, o que se enfada porque no fue capaz de participar en el robo de los exámenes para sacar una buena nota sin estudiar, como sí hicieron algunos de sus compañeros. La inversión de valores es profunda y arraigada.
Un escollo protuberante para que la nueva generación le quede tan difícil cambiar su percepción en torno a lo corrupto, radica en los malos ejemplos con los que se ve bombardeada permanentemente, principalmente fuera de casa, en todas las actividades en que nos desenvolvemos. Bien resumido en la frase “educar con el ejemplo no es una forma de educar, es la única” (atribuida a Einstein), efectivamente estamos educando en corrupción todos los días a la nueva generación a través de los malos ejemplos.
Con un agravante más: el cinismo que despliegan los corruptos. El cinismo es aún peor que la corrupción, porque además de la corrupción que lo origina, reafirma que el corrupto puede pasar por encima de todo; la impunidad lo deja indemne y le permite la corrupción, pero el cinismo lo hace héroe. Y ese es el ejemplo cotidiano.
Mientras logramos avanzar en cambios de la ley como la propuesta en discusión en Ecuador, y en educación, tenemos que, a todo ejemplo negativo descollante, cometido por un personaje público visible para el país, una región o una organización influyente, generar un gran rechazo de todos los ciudadanos no contaminados que presione tanto a quienes eligen, nombran o controlan al corrupto que se vean precisados a castigarlo por su mal ejemplo. Los corruptos más visibles y tristemente más exitosos, que despliegan ese mal ejemplo, profundizan y perpetúan que la nueva generación crea que la corrupción es el factor determinante para tener éxito en la vida.
Un par de casos que han sucedido en los últimos días ilustran esto:
El señor Jesurum es una figura pública que ejerce una gran influencia indirecta en millones de colombianos. Su comportamiento deplorable no puede quedar impune porque más allá de la pésima imagen que deja al país, la enseñanza para esos millones es por creces mucho peor. Este señor no puede estar un segundo más como figura pública influyente y debe ser castigado con la presión que hagamos todos de forma tal que obligue a que sea retirado de esa posición destacada.
El caso de la UNGRD cada vez sorprende más. Todo indica que la acción misma de pretender robar más del 50% de los dineros de una enorme compra pública, con una solución mal diseñada e improvisada, tenía como objetivo, no la solución a la sed guajira, sino el contrato multimillonario que pudiera ser esquilmado. Los señores Olmedo López y Sneyder Pinilla y demás funcionarios directos implicados deberían tener una condena severa, previamente devolviendo lo que les correspondió en el ilícito y de señalar con precisión a quienes entregaron los cuantiosos recursos. El ministro Bonilla, que se unió a la cadena corrupta, aun cuando al parecer no percibiría dinero alguno, debe retirarse y dedicarse a su defensa, recibiendo en forma anticipada la consecuencia de operar de manera incorrecta. Todas las conexiones y ramificaciones de este caso deben ser castigados para que sirvan de ejemplo de que “no paga” ser corrupto (coloquialmente hablando).
No debe perderse de vista lo expresado por el ex primer Ministro Lee Kuan Yew en Singapur en los años 60 cuando empezó su gesta salvadora de su país de las garras de la corrupción: “si quieres derrotar la corrupción debes estar listo para enviar a la cárcel a tus amigos y familiares” (Gossain, 2019). Aquí nos lidiamos entre la admiración que causa el éxito de los corruptos, ilícito, pero éxito al fin de cuentas, y el caos de aplicar medidas fuertes contra la corrupción porque probablemente tocaría las puertas propias y las de amigos y familiares. Hay que tomar partido por un país libre de corrupción, con una decisión fuerte y valiente que nos mejora a todos.
Debemos retirar de las posiciones de influencia a los corruptos, con prioridad, para impedir que den mal ejemplo y no puedan seguir educando en corrupción a nuestra sociedad y su nueva generación.