El valor más preciado dentro del concepto de liberalismo es la democracia. Me refiero al movimiento de pensamiento que derrotó al feudalismo y a los regímenes monárquicos. La libertad del individuo, el mayor derecho al cual puede aspirar un ser humano, que como todos los derechos, conlleva deberes. La comprensión de que la libertad del individuo llega hasta donde comienza la de los demás individuos (Jean-Paul Sartre) es la base del contrato social, la base de la sociedad “moderna” que hoy nos sustenta. Si se pudiese invocar un nítido principio, al entrar a una sociedad, un hombre totalmente libre sacrificó alguna parte de esa libertad a cambio de la protección de esa sociedad para asegurar su supervivencia. Ese fuerte principio de equilibrio lo hemos llamado, mal llamado quizá, respeto. Mal llamado porque se parece más a un dogma, y menos a un entendimiento de un equilibrio.
Cuando alguien transgrede el derecho de otro para aprovecharlo a su propio favor, está violando ese equilibrio delicado. Causa de lo cual, esa sociedad que recibió al individuo debía tener unas reglas comunes, lo que derivó en el concepto que hoy tenemos del Estado, en donde una de sus funciones elementales es preservar el equilibrio en todas las acciones de todos sus individuos, además de hacer realidad para el individuo el amparo prometido. ¡El sistema de justicia!
Todos los días, una enorme parte de los miembros de nuestra sociedad viola ese equilibrio al cometer pequeños actos corruptos como saltarse la fila, sobornar al policía (y dejarse sobornar), pasarse el semáforo en rojo e incluso colocar la música a niveles ensordecedores para sus vecinos que pretenden estar en un silencio normal. Todas transgresiones a las reglas de juego que disponemos para que todos conservemos una parte de la libertad individual, respetando la de los demás, pero más allá, para que la sociedad funcione en beneficio de todos.
Actos corruptos porque la definición más elemental de la corrupción es la apropiación de un derecho de otro individuo (u otros…) al cual no se tenía derecho.
Todos los días nuestra vecindad (en sentido amplio: nuestros conciudadanos) nos asaltan parte de nuestra libertad a través de sus pequeños actos corruptos. En otras sociedades, digamos más avanzadas, controlan esas pequeñas corrupciones con su sistema de justicia, al que no sólo me refiero como operador de represión y castigo, sino sobre todo de comprensión a través de la educación, basada en el ejemplo principalmente. En la nuestra aún no hemos alcanzado ese nivel de desarrollo.
Todos los días también, una parte de los miembros de nuestra sociedad que ostentan los poderes significativos dentro de ella, rompen los delicados equilibrios en que se fundamenta la democracia. El poder-económico, que en su definición liberal sería el producto de la libre competencia en los mercados, que con sus invisibles mecanismos van depurando y seleccionando a los más hábiles y les concede ese triunfo, se ejerce no solo como poder en los mercados sino como verdadero poder sobre el poder-político, condicionándolo desde su elección con la financiación de campañas, incluyendo la compra de votos, que burla la esencia misma de la representatividad en la democracia. El poder-económico logra controlar al poder-político para que altere la libertad de los mercados y los regule a su favor, bajándoles impuestos selectivamente, erigiendo barreras de entrada a sus competidores y eliminando todo tipo de regulaciones a sus negocios, resultando en la enorme concentración de la riqueza que hoy padece el mundo. Una contradicción enorme del capitalismo predominante actual (más conocido como neoliberalismo), que se basa en el liberalismo económico (libertad de los mercados, no regulación) que logra que sí haya un marco regulatorio fuerte del Estado pero que solo le favorezca al poder-económico predominante. Este es el gen de la inequidad, de la pobreza y del enemigo común para un mundo que pudiera volver a estar en el rumbo de la prosperidad para todos, dentro de las diferencias naturales que siempre emergerán entre los individuos.
El control del poder-económico al poder-político es el mayor acto de corrupción posible dentro del concepto de democracia. Curiosamente, una gran parte de este control está “consentido” y se le llama cabildeo (lobbing en inglés). Todos lo sabemos, pero hábilmente han logrado que eso no haga parte del sistema de justicia.
Cualquier control de un poder a otro es una corrupción mayor frente al fino equilibrio que implica la inocente definición de democracia que tenemos.
Dentro del poder-político, a través de los individuos que lo ostentan, las corrupciones suceden con frecuencia diaria también. El poder ejecutivo comprando al poder legislativo (la mal llamada mermelada) por múltiples razones, que van desde liberarse del control político que debería ejercerle, la corrupción ramplona de robar dinero público, o como medio para controlar al poder-judicial para garantizar impunidad, hasta para favorecer al poder-económico que lo controla. El poder legislativo dejándose comprar a cambio de manipulación de contratos o entrega de instituciones para poder robar a través de ellas o controlar el voto de los “colaboradores”. El poder-económico comprando directamente al poder legislativo para que legisle a su favor. El poder jurídico vendiendo impunidad a los otros poderes. El poder ejecutivo rompiendo los equilibrios de los pesos y contrapesos para liberarse del control de las instituciones de control, y poder actuar a sus anchas. Incluso, los individuos ungidos con los altos cargos, comportándose como virreyes que creen que pueden usar favorecimientos por la majestad del cargo sin que eso conlleva una corrupción, no sabemos si pequeña o grande: cualquier intercambio para favorecimiento propio con los recursos de otros (de todos los colombianos) es una corrupción, y que va hasta recibir un favor en razón del cargo, que de otra forma no ocurriría.
Sumemos el poder de la comunicación, controlado por el poder-económico para instrumentar la manipulación sutil de las masas. No solo de los medios y en forma legal (o como han logrado que sea legal la manipulación), sino mancillando el efecto democrático de internet con especial acuciosidad en donde se pierde la sutileza y se usan la falsedad y la difamación con gran soltura.
Todos en una argamasa de todo tipo de corrupciones atentando todos los días contra lo que creemos que es nuestra democracia. A plena luz del día.
La sorpresa no es moderna. Las imperfecciones de la democracia que padeció Sócrates y las sentencias de Platón cuando afirmaba que sólo los más capacitados deberían dirigir la política, y que la sabiduría colectiva era solo una esperanza vana, nos hablan de la complejidad que representa encasillar al ser humano en algo que no le es natural. La libertad, la paz, y esos asuntos superiores no son parte de su naturaleza, son el resultado del triunfo de la razón sobre la fuerza bruta, producto del desarrollo del cerebro a través de la evolución, cuya expresión son las teorías y las fantasías que algunas veces no se pueden poner en práctica. Queda la ilusión de que modelos de gestión de la sociedad como la de los países escandinavos sirvan de ejemplo de cómo, con inteligencia colectiva, se puede gozar de la democracia y experimentar una mejor vida con prosperidad y esperanza alentadora. Algún día.
Por ahora, ya ni se sabe si funciona la recomendación socrática de que el ejercicio del voto solo debería ser ejercido por aquellos que tuvieran las debidas competencias para hacerlo, dado que la polarización elimina a muchos supuestos candidatos a ese conjunto de individuos por haber secuestrado su capacidad intelectual de discernimiento entre lo que debe favorecer a todos y lo que solo favorece a su grupúsculo.
@refonsecaz – Ingeniero, Consultor en Competitividad