En los últimos días, el presidente Gustavo Petro, a quien la historia reconocerá como el presidente del cambio, ha pronunciado una serie de intervenciones acerca de las mujeres que han suscitado reacciones encontradas, polémicas y dolorosas. Desde la mirada feminista, no podemos dejar de señalar que tales expresiones revelan un proceder errático, que pareciera. desconocer la densidad histórica de nuestras luchas y la sensibilidad política que merecemos.
No obstante, el gobierno del cambio también ha sido el gobierno de las grandes reformas: la reforma a la salud, la reforma pensional, la reforma laboral, la reforma agraria y la restitución de tierras. Todas ellas configuran un horizonte normativo y político que, en su profundidad, busca reducir las brechas de desigualdad, discriminación y exclusión que por décadas han perpetuado gobiernos centralistas, elitistas y patriarcales.
Estas reformas, en su conjunto, son conquistas que tienen el potencial de transformar las condiciones materiales de vida de millones de colombianas, especialmente de aquellas que históricamente han habitado la periferia, el campo, los barrios populares y los márgenes de la economía. Porque, aunque beneficien a toda la sociedad, es innegable que su incidencia sustancial recae en las mujeres, quienes han llevado sobre sus hombros el peso de la precariedad, el trabajo no remunerado y la violencia estructural.
Por eso, desde el feminismo reivindicamos el sentido profundo de estas reformas como herramientas para la justicia social y la dignidad de las mujeres. Y al mismo tiempo, exigimos coherencia: no basta con transformar las estructuras económicas y sociales si en el discurso público se perpetúan estereotipos o se emiten palabras que hieren y deslegitiman nuestras luchas.
En este sentido, con firmeza, pero también con empatía, le pedimos al presidente Gustavo Petro que elimine de su discurso cualquier descripción o comparación de los cuerpos de las mujeres. Las mujeres no somos metáforas ni adornos retóricos: somos ciudadanas plenas, constructoras de país, sujetas de derechos y protagonistas de las transformaciones que este gobierno impulsa. Lo que debe resaltarse en la palabra presidencial no son nuestros cuerpos, sino nuestros aportes, nuestras capacidades, nuestra formación y nuestro liderazgo en todos los escenarios de la vida social, económica y política.
El cambio verdadero exige no solo reformas estructurales, sino también un lenguaje político que honre la vida, la voz y la autonomía de las mujeres en Colombia.
Así que presidente, sabemos de su nobleza de pensamiento frente a la igualdad y a la capacidad de las mujeres, el que tiene boca se equivoca dice el refrán, pero de la misma forma se corrige.
De su discurso comparto plenamente el apoyo a Palestina, y la indignación por la descalificación de Trump por la lucha contra el narcotrafico, al modificar los percentiles de información y desconocer el trabajo realizado en la erradicación y sustitución de cultivos ilícitos, la incautación de pasta procesada y en proceso de envío al exterior, y rechazo igual que usted la guerra y estas mafias, que carcomen a las mujeres y sus familias.
Esperamos una intervención que nos permita ver su capacidad de escucha y resarza la palabra que lastimó los sentires de las mujeres, no nos queda mucho tiempo en este mandato, luego si hay afán, el cambio es ahora es con nosotras y el ahora es ya.
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