Hay dos absurdos inexplicables del neoliberalismo colombiano.
Uno, con la apertura unilateral de la economía, Colombia entregó a la competencia internacional el cincuenta por ciento del aparato industrial y de la producción agrícola, y se quedó con la extracción de petróleo, carbón y ferroníquel.
Dos, nada hizo para iniciar una nueva industrialización acorde al cambio productivo y tecnológico que estaba ocurriendo en el mundo. Se convirtió en una economía extractivista, especuladora e importadora, abriendo espacios a la informalidad, al narcotráfico, la violencia, la evasión y la corrupción.
Así, el crecimiento de Colombia se soporta en actividades que no aportan a la productividad y poco a la innovación, al empleo calificado, a emprendimientos disruptivos, al emprendimiento del estado, al desarrollo sostenible del campo, de los océanos y de las ciudades, a la educación y a la investigación de calidad, y por supuesto tampoco contribuye a una paz general y permanente.
La guerra de los últimos treinta años está ligada a las causas y evolución del conflicto en tiempos de la economía del mercado tal como se pensó e implementó sin atender sus posibles implicaciones en las condiciones y características de la singular confrontación nacional en torno al narcotráfico, la tierra, la pobreza y el abandono del Estado, razón por la cual la aceleró y degradó hasta límites insospechados en los gobiernos de Pastrana, de Uribe y de Duque.
Colombia, con la violencia y el neoliberalismo se convirtió en una sociedad y en una economía disfuncional que crece moderadamente con enormes déficits sociales y macroeconómicos.
Crecimiento sin innovación un mal crecimiento
Cuando se habla de innovación se cree que únicamente se alude a la innovación de las empresas. Si estas hacen mejor las cosas la innovación florecerá y sus frutos se esparcirán en la economía haciéndola más competitiva y productiva lo cual traerá bienestar que se irrigará en la sociedad, y el Estado funcionará como un sistema perfecto. Falso, si así de fácil fueran las cosas, las teorías del desarrollo serían otras.
La innovación ocurre primero en la cabeza de los líderes políticos, en tecnócratas innovadores y emprendedores, en investigadores de las universidades, en artistas, escritores y pensadores, en diseñadores de los espacios y de las rutas del mundo, y en empresarios y emprendedores disruptivos. Entonces, esa fuerza creativa y de conocimiento se traduce en reformas a la Constitución y en políticas de Estado, donde la innovación multidimensional se irriga en la economía, en la sociedad y en los funcionarios de las agencias gubernamentales. Es la manera como la innovación viaja de lo macro a lo micro y de lo micro a lo macro, pasando por las regiones.
Los países desarrollados así lo hacen desde hace siglos y los emergentes desde hace setenta años. Los que no lo asumieron porque no quisieron o entendieron no tendrán una oportunidad o llegarán más tarde si algún día deciden trazar su propio camino, como sería el caso de Colombia, que ahora cree que la innovación la encarna un tirano decadente, unos rentistas desalmados, unos especuladores sin compasión, unos empresarios ventajistas amangualados con políticos corruptos que capturan recursos públicos para ellos y para aquellos.
Por lo dicho, las políticas de crecimiento no son buenas desde que en 1991 llegó el neoliberalismo. La constitución del 91 la hicieron con el propósito de que la economía del mercado se echara al hombro el desarrollo del país, por eso, a manera de ejemplo, la concepción del sistema de salud no es un sistema de innovación sino un sistema de enriquecimiento, atención y corrupción. Sesenta y tres billones de pesos anuales con recursos públicos: quince billones de las contribuciones de las personas y cincuenta billones de los impuestos. Doscientas EPS se alcanzaron a crear, quedan treinta, y catorce están quebradas. La cifras de cobertura son un engaño (99%), las de acceso muestran la verdad (70% recurren a los servicios). Lo grave es que los grandes capitales de Colombia y algunos extranjeros están detrás de la captura de los sesenta y tres billones. La otra bolsa pública de la cual también se roban billones, es en infraestructura. Un ejemplo de estos días. La doble calzada entre Piendamó y Popayán es la segunda vez que se contrata. La primera se la robaron.
El negocio financiero en salud es espeluznante porque no es un sistema para crear industrias de salud de alta complejidad para servicios de mayor complejidad. Tampoco se hace suficiente investigación avanzada, ni se imparte educación de alta calidad en salud por todo el territorio nacional, ni llegan buenos servicios de salud a todos los rincones de Colombia.
Más de veinte años se está demorando el país en volver a prender una fábrica de vacunas. Treinta años para que el mercado creara un complejo de alta tecnología para la atención e investigación en cáncer luego de que el Estado adelgazó deliberadamente el Instituto Nacional de Cancerología. Ni una sola gran empresas produce equipos para el sistema de salud, y las farmacéuticas nacionales solo producen genéricos.
Como el negocio del modelo de crecimiento de los últimos treinta años no ha sido la innovación y la inteligencia, las políticas de desarrollo productivo han sido malas. Colombia solo invierte en investigación, desarrollo e innovación (I+D+i) el 0.30 del PIB. Los países desarrollados lo hacen muy por encima del 2% y los emergentes innovadores entre el 1 y 1.9%. Con el 0.30% de recursos para I+D+i no es posible elevar la productividad y transformar la canasta exportadora, ni irrigar recursos para crear una cultura de la innovación en la nación y de generación de empleo y de emprendimientos de gran suceso.
En estas condiciones, el efecto de la innovación en una mejor distribución de la riqueza, medido por el GINI, no es posible, porque son tan pocos los recursos y por tanto la tasa de innovación y de productividad es tan baja que hace imposible una movilidad social asociada a la innovación.
En los países desarrollados la relación entre innovación y concentración de la riqueza no ha mejorado, tampoco ha empeorado, solo ha mejorado en los países escandinavos, pero el GINI en aquellas economías es mucho mejor que en Colombia, porque la reconcentración de la innovación y de la riqueza en los más grandes conglomerados multinacionales (cuasi monopolios) succiona el impacto en la equidad, no obstante, la movilidad social es alta porque son centenares de miles o millones los puestos de trabajo asociados a la innovación en las empresas, en las universidades, en los centros de investigación, de emprendimiento y en el estado.
En Colombia, no existe la movilidad social como consecuencia de la innovación dada la baja inversión en investigación científica y en desarrollo tecnológico ante la ausencia de decisión política para una sostenida acción de transformación de la producción. Entonces, es difícil medir el impacto de la innovación en la movilidad social puesto que la política de desarrollo productivo y de ciencia y tecnología no tienen apuestas de largo plazo generadoras de nuevas oportunidades de calidad y complejidad. Por lo tanto, la innovación no constituye una oportunidad para la expansión, la diversificación, los nuevos emprendimientos, y superar el extractivismo. En estas condiciones, la innovación escasamente aporta a la movilidad social y al no haber movilidad social es imposible cerrar brechas económicas y sociales y aumentar los ingresos tributarios del estado.
Ante la ausencia de una potente política de reestructuración productiva y de innovación, las cosas apuntan a aumentar la capacidad de acumulación vía la captura de los recursos públicos usando una estrategia perversa: no pagar impuestos, pero si ganar subsidios que paga toda la sociedad con sus impuestos. Al final, un mal modelo de mercado es una estafa a la sociedad y al estado, pero que en Colombia sólo beneficia a menos del 0.5% de la población.
El asalto de los recursos públicos se ha hecho por las sucesivas e irracionales reformas tributarias de los últimos treinta años, tramitadas por lobistas pagados por las empresas para que los políticos legislen a su favor.
Regular, monitorear y tener bajo lupa la acción de estos personajes que son el tubo por donde se aspiran los recursos públicos que van a las cuentas de los grandes empresarios, es parte de la reforma política, de la reforma a la justicia, y de la reforma tributaria.
El desafío Petro
Dado un ambiente contaminado de corrupción que se le atravesó a la aventura maravillosa de la creatividad, del conocimiento y de la innovación, el nuevo presidente tiene un desafío monumental: diseñar una política de reestructuración productiva con dos agendas: una de corto plazo para sus cuatro años de gobierno, y otra a mediano y largo plazo sembrada en su gobierno. De esa manera, podrá concertar con el sector privado la manera de llevar la inversión nacional en I+D+i, del 0.30 al 0.60 – 0.70 del PIB en 2026, alcanzar en 2030 el 1%, y en 2040 el 2% y más, y en esas condiciones convertir a Colombia en un exportador de innovaciones sostenibles.
Hay que hacer un trabajo riguroso con las universidades para elevar la calidad de la educación y de la investigación en áreas claves con el fin de optimizar recursos escasos. Y también diseñar una estrategia con los investigadores de la diáspora encaminada a repatriar algunos, garantizándoles las mejores condiciones de trabajo con el objetivo de elevar las capacidades nacionales de aprendizaje dirigidas al cambio tecnológico endógeno; y acordar con la diáspora científica cual sería la mejor estrategia que ellos puedan aportar al salto que debe dar Colombia.
Me gusta como está gobernando el presidente Petro y su equipo del alto gobierno. Hay que apoyarlos.