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Hay grandes actores secundarios en el mundo del cine, me vienen a la cabeza; Stocking Channing, la famosa Rizzo de la película Grease, en Walter Brenan, el ayudante del sheriff en Rio Bravo, el agente de seguros de Atrapado en el tiempo, Stephen Tobolowski, o la fantástica Margaret Dumont, de Una noche en la ópera y bastantes más con el bigotudo hermano Max. Seguro que les es difícil -sin un fotograma de por medio- acordarse de sus caras, a mí también me pasa. Y es que un secundario del cine es importante en la trama, pero al no ser protagonista no deja grandes huellas, ni siquiera deja registro en nuestros corazones porque normalmente ayudan al héroe, al protagonista, al épico, pero no son él y en muchas veces se sacrifica para salvar al protagonista y acaba con una bala en la espalda, que no le mata, pero le deja malherido.

Miro la prensa y siento que en la película del siglo XXI esta Europa progresista ha tomado – de un modo inconsciente- el papel secundario.  Ha pasado de liderar los grandes temas de la humanidad, de solucionar grandes problemas y salir airosa, y de lograr una estabilidad, una cierta igualdad social, con sociedades avanzadas en derechos y deberes, que viven en paz, a ser una Europa que ni pincha, ni corta. Europa no tiene fuerza; ni social, ni política, ni económica, ni energética, ni innovadora, ni siquiera bélica.

Sus dirigentes, todos mediocres, sin liderazgo claro en sus propios países, claman como cerdos en el matadero por la desinformación, por la falta de sincronía en los discursos de algunos medios y el poder político, por el juego de los logaritmos de internet… Se quejan de que su nueva religión woke no es aceptada por la mayoría y legislan para limitar las voces discordantes. Ese es el gran enemigo de Europa. Los que vivimos a este lado del charco, al norte y al sur de los Pirineos, lo sufrimos. Lo vemos. No muchos se atreven a decir lo que piensan. Lo políticamente correcto ha calado muy hondo y te pueden señalar por ello, de hecho, Netflix ya ha anunciado que controlará las redes sociales de sus actores para que no pase como con Karla Sofia Garcón, y a JK Rowling lleva censurada por el stablishment cultural desde que dijo la obviedad que de sólo existen hombres y mujeres. Mucha gente se autocensura antes de correr el riesgo de ser señalado por decir algo en contra de una minoría, la que sea.

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Sin saber cómo hemos llegado hasta aquí, los que antes bramaban por la libertad de expresión y de todo, se han vuelto contrarios a ella y de todo sacan un -ismo, una -fobia, una denuncia, una agresión, una causa.

Hartazgo de las ideas.

Mientras tanto la gente se empobrece, los empresarios tienen que cumplir con más y más enrevesadas normativas en pro del clima, de la sostenibilidad, del ahorro energético… normativas que asfixian a grandes y pequeños empresarios en todos los sectores productivos. Y esto se traduce en productos encarecidos por procesos largos, que bajan la productividad. En falta de creatividad para innovar que limita y empobrece la competitividad con terceros y nos deja un moribundo panorama empresarial en tantos países de la unión económica europea.

Pero no pasa nada, porque la Europa progresista de hoy es líder en regular, legislar y acoger a todo inmigrante que llama a sus puertas porque las guerras asolan su país, las hambrunas sus tierras o viven perseguidos por sus propios gobiernos. Sí, está bien abrir al que llama, pero hace tiempo que se dejó de leer el cuento del lobo y en ningún país se pregunta ¿quién es? Y los europeos tienen miedo de ir a un parque, a un mercadillo o a cualquier Fest y que un lobo solitario cuchillo en mano apuñale a un hijo, un joven, una madre o al volante de un coche atropelle a una pareja de ancianos o a unos cuantos. Desde el jueves Francia, Alemania y Austria han vivido su pánico de mano de estos lobos solitarios, pero ¡oh!, casualidad, siempre son casos aislados. Y los políticos no asumen este problema real, porque hace tiempo que no pisan la calle, que no van al parque y mucho menos acuden a sus mercadillos sin una banda de escoltas que los proteja. Y no me refiero a los alcaldes, que viven esto como un ciudadano más, sino a los políticos de Bruselas y de cada Gobierno de la Unión que desprecia el hartazgo y la sensación de inseguridad de muchos, cada vez más, ciudadanos europeos.

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Europa podría haber liderado este siglo tan nuevo y retador y, sin embargo, anda sumida en una crisis tan profunda como la hondura de su alma.  Y han tenido que venir del viejo nuevo mundo, el joven JD Vance, vicepresidente de Estados Unidos, a cantarnos las cuarenta.

A Vance no le ha faltado razón, pero algunos no han entendido el mensaje y el resultado ha sido una pataleta de orgullo protagonizada por el ministro de defensa alemán, Boris Pistorius, que respondió indignado al norteamericano de Middletown- Ohio- con un; no debemos tolerar que se nos hable así en nuestra casa, nosotros somos muy democráticos y dejamos hablar a la AfD. Sí, después de un bofetón de sentido común sólo pudo responder de ese modo y dejó en evidencia su falta de sentido crítico y de comprensión del contexto. Llorón.

Europa- y no es la primera vez que lo comento- se ha alejado tanto de sí misma, en un ejercicio de mala comprensión de la libertad, la seguridad y la solidaridad, que ha dejado de lado el liderazgo y ahora es un mero actor secundario que ni siquiera va a tomar partido en el próximo acuerdo Kiev. Nadie espera que lidere en otros temas, irá al rebufo, porque no tiene nadie que tire de ella, no hay ni un Churchill, ni cualquier otro político audaz.  

Almudena González

Almudena González Barreda

almubaron@yahoo.com
Periodista española especialista en tendencias, residente en Alemania desde hace una década, anteriormente vivió en Colombia unos años.

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