Podría decirles que es una barbaridad que en Reino Unido hayan legalizado el aborto hasta rozar el infanticidio o que en Francia lo hayan elevado a derecho es de una calamidad supina, pero este es el tema eterno: la vida no tiene el mismo valor para unos que para otros y así desde la vieja Esparta, donde eran deshechados por feos, imperfectos o pequeños, hasta nuestros días la historia del hombre- y de la mujer- está manchada con la muerte de cientos de inocentes que encontraron su fin nada más nacer o al poco tiempo de ser concebidos.
La discusión sobre el aborto no es nueva. La modernidad y la contemporaneidad lo único que ha hecho es convertirla y disfrazarla de empoderamiento, de libertad, de compasión. Y acompañarlo de derechos humanos, feminismo, igualitarismo y progresismo. Palabras rimbombantes pero vacías de su fuerza original. Es más, cuando alguien se acerca al aborto, lo mira con compasión y analiza, se encuentra en la mayoría de las veces con mujeres rotas, débiles y dañadas que acaban siendo esclavas de lo que hicieron y caen en grandes tristezas porque son incapaces de escapar de la única verdad que encierra el aborto: ahí había una vida, latía un corazón distinto al propio.
Los que lo defienden ignoran la biología del ser humano, que no solos somos parte de la evolución, sino que somos seres que evolucionamos; del embrión al feto, del feto al bebé, del bebé al niño, del niño al adolescente… hasta llegar al culmen de la madurez del individuo en la vejez, y en cada una de estas etapas, edades, mantenemos la misma información genética, y nos vamos completando a medida que crecemos, adquirimos autonomía y sobre todo, somos amados y valorados por los que nos rodean y ahí, en ese amor, está la diferencia.
Los hijos amados nacen. Tal vez alguno se malogre y se produzca un aborto espontáneo. Y ahí la madre se rompe, pero se recupera física y emocionalmente, porque encuentra el apoyo que necesita.
Los hijos inesperados, no todos.
Hay quien frivoliza con la técnica y acude al aborto sin la más mínima conciencia de la vida o de la responsabilidad, y así lo usa como método de salud sexual reproductiva, el progresismo ha querido que se vea así y en España entre 700 y800 abortos al año corresponden a mujeres que ya habían abortado al menos seis veces. (Datos de 2018)
Otras, acuden a el por miedo al futuro, a lo inesperado, al qué dirán. Muchas de ellas cuando acceden a conocer la vida que late dentro de sus vientres se lo piensan y ahí se llenan de arrojo, de empaque y de fuerza y cambian de opinión y esperan sus nueve meses y les cambia la vida y ninguna se arrepiente. En torno al 40 por ciento de mujeres que van abortar se arrepintieron al escuchar el latido en Estados Unidos, en los estados de Texas y Carolina del sur, gracias a las “leyes del latido”.
Otras, viven rotas y simplemente evitan conocer lo que crece en sus entrañas.
Hoy nadie puede decir que su cuerpo es suyo y lo que crece en él no es otra vida, la evidencia científica es clara. Su cuerpo es medio para dar vida y a estas mujeres no se las puede engañar diciendo que el aborto es empoderamiento, o salud sexual, el aborto, se pongan como se pongan, siempre es interrumpir una vida, es decir, matar.
A estas mujeres hay que empoderarlas con la verdad. Su cuerpo es medio para dar vida, una vida que tiene una dignidad propia y que viene a dar sentido a su mundo.
Es el vínculo entre esa madre y ese hijo lo que da esperanza a la humanidad. Cada sí pronunciado al filo del aborto es un sí a la humanidad, un sí lleno de generosidad pues ahí se condensa la salvación de ese hijo y de esa madre, un sí que trae esperanza al mundo y futuro.
Dicen que la unidad mínima de humanidad podría ser un hombre solo, como Robinson Crusoe. Yo creo que la unidad mínima de humanidad es una mujer embarazada que dice sí a ese hijo que espera, pues en su vínculo, su cuerpo, su generosidad, se guarda todo lo que el hombre necesita para seguir creciendo.
Ella tiene el verdadero poder de traer vida, esperanza y futuro y eso es el mayor de los valores, ese es el verdadero poder de lo femenino.
Hacer creer a la mujer que los hijos son una carga y una esclavitud, que abortar es ganar libertad, es no haber entendido el valor de lo femenino, ni el feminismo y predicar un falso feminismo de cuarta ola. Lo que la mujer necesita para seguir adelante con la vida de su hijo es conocerlo y tener apoyo: emocional, social y económico, para afrontar el cambio con la mayor de las ilusiones, aunque estas sean inesperadas.
Almudena González Barreda
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