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Confidencial Noticias 2025


En Colombia se nos ha vuelto costumbre repetir una afirmación indulgente: que hemos avanzado en muchas dimensiones del desarrollo humano, pero algo subyacente —corrupción, malas instituciones, falta de liderazgo— nos impide despegar. La versión tecnocrática de este mito sostiene que, en medio del estancamiento general, la ingeniería es como una isla brillante en medio de un país rezagado.

Pero si se observa con más rigor, esa narrativa se cae. En una reciente charla (en Políticas Públicas), el profesor Ricardo Hausmann —exministro venezolano, economista jefe del BID y hoy director del Growth Lab de Harvard— desnudó la razón por la que América Latina sigue estancada: una creciente brecha tecnológica, alimentada por un sistema universitario centrado en la docencia y unas empresas que no encuentran por qué innovar. En el corazón de esa brecha, una ingeniería desconectada del desarrollo productivo.

Todo parece mejorar, menos el ingreso

Hausmann parte de una pregunta clásica: ¿por qué América Latina no converge en ingreso con los países desarrollados? En Colombia, el ingreso per cápita ronda apenas el 10% del estadounidense, sin tendencia al alza. Y explica que tres factores determinan el ingreso: cuántas personas trabajan, cuánto capital tienen, cuánta tecnología usan. Los dos primeros han mejorado: ha aumentado el número de trabajadores per cápita, la participación laboral femenina, y los años de escolaridad de la fuerza laboral. También la inversión en capital se ha sostenido. En cambio, el ingreso no ha subido en la misma proporción. “Todo converge menos el ingreso per cápita. Entonces tiene que ser que la tecnología está divergiendo”, deduce el profesor en su análisis. Peor aún, Colombia no solo no absorbe la tecnología al ritmo global, sino que no participa en su producción. Lo que nos condena no solo al atraso, sino a la dependencia creciente. Y si no innovamos, no exportamos. Si no exportamos más cosas, no crecemos.

Cifras que desmienten el discurso optimista

Hausmann usa la interesante comparación de todos los indicadores frente a Estados Unidos (tomado como referencia del 100%). Así se ven grupos de brechas: unas que ya empiezan a cerrarse, otras que están en el cambio de tendencia, y otras que no muestran cambio.

  • Esperanza de vida: 85%.
  • Urbanización: 80%.
  • Tasa de fertilidad: ya similar a la de EE.UU.
  • Participación femenina: llegó a estar por encima del 100% pre-pandemia.
  • Escolaridad en la fuerza laboral: 70%.
  • Matrícula universitaria: también 70%.

Pero al pasar de la educación al conocimiento aplicado, el rezago se hace abismal:

  • Publicaciones científicas per cápita: apenas 15%, y muchas en áreas no tecnológicas sino en medicina, humanidades o ciencias sociales.
  • Patentes per cápita: menos del 1%.
  • Nuevas exportaciones en 15 años: solo 1% del total, frente al 37% de Vietnam (ejemplo importante).
  • Índice de complejidad económica: Colombia retrocede del puesto 59 al 66 mientras que Vietnam sube del 107 al 61.

En otras palabras, formamos más universitarios, pero no generamos conocimiento productivo. Y la causa no es falta de gasto, sino un sistema mal diseñado.

Universidades pobres, empresas desconfiadas

Las universidades están enfocadas casi exclusivamente en docencia. No necesariamente por falta de visión, sino por falta de ingresos: las matrículas son bajas porque los estudiantes pueden pagar poco. Eso limita la contratación de investigadores, la creación de centros tecnológicos y la articulación con empresas. Como señala Hausmann, algunas universidades ni siquiera tienen mecanismos para recibir donaciones o ejecutar proyectos de Investigación y Desarrollo (I+D). Contratan docentes, no investigadores. Se enseña, pero no se innova.

Del otro lado, las empresas colombianas no invierten en investigación, no necesariamente por miopía, sino porque —como dice Hausmann— no perciben que exista esa ‘caja negra’ confiable que transforme inversión en soluciones tecnológicas. Y solo un tonto pone dinero en una caja que no devuelve nada, advierte.

El resultado: un mal equilibrio. Empresas que no invierten porque no ven cómo monetizar inversiones en I+D. Universidades que no investigan porque no tienen recursos para investigar en I+D aplicado para quienes pueden monetizar sus resultados. Y en el meollo de todo esto, una ingeniería que no conecta el conocimiento con la productividad.

La falsa competitividad de nuestra ingeniería

Muchos en el medio creen que, aunque el país no avanza, la ingeniería colombiana sí es competitiva. Pero la evidencia — e incluso varios testimonios en el mismo conversatorio— apuntan en dirección contraria. Muchos de los ingenieros más brillantes acaban migrando a otros países, o a otras disciplinas, como si la ingeniería local no ofreciera espacio para actuar. La idea de que “el país está mal, pero nosotros somos buenos ingenieros” no resiste análisis puesto que el lamentable estado de desarrollo en que se encuentra el país está directamente relacionado con los resultados de una ingeniería que no innova y no produce desarrollo tecnológico como sí debiera.

Sin innovación, solo nos queda importar

Hausmann lo resume con una frase potente: “Tecnología es el conocimiento que usamos para cambiar el mundo de cómo es, a cómo queremos que sea”. Colombia, hoy, no produce ese conocimiento, le toca importarlo, en general no lo adapta, y ni siquiera lo absorbe bien. Sin investigación en ingeniería aplicada, sin articulación universidad-empresa, sin apuestas tecnológicas, seguiremos dependiendo de importar soluciones, software, maquinaria, y respuestas.

Si no reconocemos que nuestro atraso tecnológico es profundo, que la ingeniería necesita recuperar su vocación científica tanto en la universidad como en su aplicación generando conocimiento a partir de problemas reales, y que sin un sistema de innovación serio que produzca avances tecnológicos, Colombia seguirá en la senda de un país educado pero pobre, moderno pero ineficaz, tecnificado pero irrelevante.

Rafael Fonseca Zarate

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