Contrario a la narrativa de una administración técnica y basada en la evidencia que pregona en el show mediático el alcalde de Bogotá, Carlos Fernando Galán, lo que estamos viviendo los bogotanos es una gestión marcada por la improvisación, la falta de coordinación y una peligrosa superficialidad en la toma de decisiones. La capital enfrenta hoy una serie de crisis que, lejos de resolverse, se agravan por la incapacidad de articular respuestas claras y efectivas.
La crisis del agua en Bogotá es uno de los temas que ha dejado ver la improvisación de Galán y su equipo, mostrando una administración que parece más interesada en gestionar percepciones que en asumir responsabilidades. Las constantes interrupciones en el servicio y la falta de planificación para garantizar el suministro en las zonas más vulnerables revelan una gestión que opera al margen de las verdaderas necesidades de la ciudadanía. Más preocupante aún es la falta de coordinación con el Gobierno Nacional, una relación que debería ser estratégica para abordar temas estructurales como el abastecimiento de agua y la modernización de la infraestructura hídrica. Galán ha preferido politizar con afanes electorales la relación con el Gobierno Nacional, usándolo como excusa, culpándolo de los problemas de su administración en lugar de construir soluciones conjuntas.
Durante la campaña, Galán prometió enfrentar la inseguridad sin excusas ni retrovisores. Sin embargo, el panorama actual es desolador: los índices de inseguridad aumentan, y las medidas anunciadas no parecen ser más que reacciones desesperadas a la presión mediática. En vez de implementar estrategias integrales, se han priorizado operativos aislados que, aunque generan titulares, no abordan las raíces del problema. Peor aún, esta administración ha tratado de complacer a todos los sectores en temas de seguridad, buscando no incomodar a nadie. Esto ha resultado en políticas fragmentadas, sin la contundencia necesaria para enfrentar las amenazas que afectan diariamente a los ciudadanos.
Especialmente preocupante es la crisis de seguridad que enfrentan las mujeres en Bogotá. El aumento alarmante de los feminicidios que ya suman más de 47 víctimas y la falta de acciones contundentes por parte de la administración demuestran un vacío en la protección de los derechos de las mujeres. Los esfuerzos para implementar políticas de género han sido mínimos, y los refugios o programas de apoyo para víctimas de violencia son insuficientes. Galán parece ignorar que la seguridad para las mujeres no es un tema secundario, sino una prioridad urgente que requiere una respuesta contundente.
El plan de desarrollo de Galán también evidencia una falta de visión de largo plazo para Bogotá. Su apuesta por mantener el modelo de TransMilenio como eje del sistema de transporte masivo perpetúa los problemas de congestión, contaminación y desigualdad en la movilidad. Mientras las grandes capitales avanzan hacia sistemas de transporte limpios, multimodales y sostenibles, Bogotá no encuentra el rumbo sobre la integración de la bicicleta al SITP como aportante a la solución y por el contrario sigue anclada a un modelo obsoleto. Además, la propuesta de urbanizar áreas clave como la reserva Thomas van der Hammen demuestra una visión cortoplacista que prioriza la expansión descontrolada sobre la preservación ambiental. Esta política no solo pone en riesgo un ecosistema vital para la ciudad, sino que también perpetúa un modelo de desarrollo urbano desordenado, en el que el negocio inmobiliario tiene más peso que el bienestar de los ciudadanos y la sostenibilidad del territorio.
Galán también ha demostrado un afán preocupante por quedar bien con todos. Este estilo complaciente puede ser útil en campaña, pero es desastroso cuando se trata de gobernar. En su búsqueda por agradar, evita tomar decisiones firmes, lo que ha generado un desgobierno evidente en áreas clave como el transporte público, la movilidad sostenible y la gestión ambiental. Bogotá necesita un liderazgo que actúe con firmeza y claridad, que priorice las necesidades de la gente sobre los intereses políticos y que se comprometa verdaderamente con el desarrollo de la ciudad. Las improvisaciones y las excusas no son suficientes para enfrentar los desafíos de una ciudad que clama por soluciones reales.
La gran pregunta que debemos hacernos como bogotanos es: ¿hasta cuándo la improvisación y las excusas serán el sello de esta administración? La ciudad no puede seguir soportando una gestión que prioriza el discurso sobre la acción. El tiempo de las promesas quedó atrás; ahora es el momento de exigir resultados.