Una madre en Gaza, con el rostro cubierto de polvo y desesperación, grita entre escombros que ya no puede proteger a sus hijos. A miles de kilómetros, en Bogotá, Medellín o Cali, los televisores siguen encendidos… pero nada de ese dolor logra atravesar la pantalla.
¿La razón? En Colombia, los grandes medios —RCN, Caracol, El Tiempo, El Espectador, Blu Radio— han decidido mirar hacia otro lado. Y ese silencio duele. Duele porque no es casualidad: es una decisión editorial.
En las salas de redacción reina la agenda del poder: lo que vende, lo que gusta, lo que no incomoda. Gaza no cabe en ese libreto porque cuestiona, porque exige humanidad y porque desnuda la brutalidad del mundo que preferimos ignorar. Y mientras tanto, seguimos atrapados en el silencio cómplice de una prensa que prefiere repetir comunicados oficiales antes que mostrar la crudeza del sufrimiento.
El periodismo colombiano —con contadas excepciones— se ha convertido en eco de gobiernos y empresas. Gaza no existe porque no genera rating, porque no hay cámaras propias en el terreno, porque la sangre de otros pueblos parece siempre más barata. Pero hay un dato que casi nadie menciona: al menos 246 periodistas han sido asesinados en Gaza intentando mostrar lo que aquí nunca vemos. Con ellos murieron historias, verdades, testimonios que podían sacudir conciencias.
Las redes sociales han tenido que llenar ese vacío. TikTok, X, Instagram… allí vemos videos que las grandes cadenas ignoran. Allí conocemos nombres, rostros, voces. Allí entendemos que el hambre y la sed están siendo usadas como armas de guerra. Y esa es una verdad que ni RCN ni Caracol ni Semana ni el Tiempo se atreven a contar con contundencia.
Colombia no es un país ajeno a la violencia ni al despojo, pero actuamos como si lo de Gaza fuera una película lejana, un drama sin protagonistas reales. Esa indiferencia también nos define: un país que normaliza la barbarie en casa no puede empatizar con la que ocurre lejos.
Por eso este silencio duele. Porque cuando los medios callan frente a una masacre, no son neutrales: se vuelven cómplices. Y porque el periodismo, cuando renuncia a incomodar, deja de ser periodismo para convertirse en espectáculo vacío.
Que esta columna no sea otro grito perdido en el ruido. Exijamos a los medios rigor, humanidad y valentía. Que dejen de mirar hacia otro lado cuando el horror no ocurre en nuestras fronteras. Que Gaza, y cualquier rincón del mundo donde se violen los derechos humanos, tenga espacio en nuestra conversación pública. Porque el silencio no es neutralidad: es complicidad con la injusticia.
Nota: Esta columna de opinión es responsabilidad del autor(a) y no compromete en ningún momento la línea editorial de Confidencial Noticias
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