El café concertado entre el presidente Gustavo Petro y el expresidente Álvaro Uribe para destrabar el proyecto de reforma a la salud parece cargado de mal sabor.
Fue el propio Uribe, en calidad de congresista, el artífice de la cuestionada Ley 100, y porque como presidente y jefe político del primer Santos y de Duque, se encargó de convertirla en el sistema de salud que hoy conocemos, lleno de “Palatinos”, tutelas para acceder a cualquier tratamiento y EPS expertas en integraciones verticales e intermediaciones financieras abusivas y corruptas.
Si el mandato que recibió Petro fue garantizar la salud como un derecho fundamental, resulta poco probable que ello se logre con quien representa a los poderosos negociantes de la salud de los colombianos. Este encuentro ocurre además, en momentos en que Uribe recibe graves señalamientos del Ex jefe paramilitar Salvatore Mancuso ante la Jurisdicción Especial de Paz, por su participación en la masacre del Aro y otros crímenes.
Le he dicho en mi cuenta de X al presidente Petro qué hay un café mucho más urgente. El que debe tomarse con las fuerzas progresistas y democráticas del país que se la jugaron para que hoy sea el mandatario de los colombianos.
La reforma a la salud puede ser una oportunidad de oro para que Petro recomponga su coalición de gobierno y le imprima un indudable sello progresista.
Ello pasa por alinear y cohesionar su propia bancada del Pacto Histórico, afectada seriamente por decisiones del Consejo de Estado que ha dejado por fuera del Congreso a varios experimentados parlamentarios.
Implica también una conversación con todas las expresiones y sectores de la Alianza Verde, hoy por hoy su principal fuerza aliada. Supone convocar a En Marcha, Dignidad y Compromiso y la Alianza Social Independiente para identificar coincidencias y diferencias sobre la agenda gubernativa. Y construir un diálogo colectivo con las bancadas del Partido Liberal acudiendo a la tradición reformista de este Partido.
Un núcleo duro con estas fuerzas puede desempantanar la reforma a la salud y viabilizar el paquete de reformas pendientes. Puede derivar en un mayor apoyo interno a la política exterior que con acierto conduce el presidente y sería un excepcional escenario para discutir la urgente reingeneria que reclama la política de paz total.
Petro tiene la oportunidad de ensayar un modelo de coalición progresista que tome distancia de la negociación al detal con aquellos congresistas insaciables cuyo ADN solo responde a la mermelada. Congresistas fabricados en las casas de los clanes regionales que han actuado exactamente igual con todos los gobiernos, desde el Pastrana del Cagüan hasta el Uribe de la Seguridad Democrática y los “falsos positivos”; desde el Santos de la Paz con las FARC hasta el Duque de las objeciones a la JEP y el estallido social.
Petro puede proponer como columna vertebral de dicha coalición el paquete de reformas que la gente votó mayoritariamente en el 22. Petro tiene la histórica posibilidad de liderar una especie de Revolución En Marcha 2.0, como lo hiciera en su momento Alfonso Lopez Pumarejo en la década del 30 del siglo pasado.
Es lo habitual en las democracias parlamentarias. Lo acaba de hacer Pedro Sánchez para la investidura como presidente del gobierno español, reagrupando a su propio partido y pactando una agenda con fuerzas políticas afines, incluyendo sectores independentistas y progresistas catalanes.
Contribuye además a aclarar las aguas de la política colombiana tan turbia por transacciones por debajo de la mesa. Ayuda a que la gente sepa que fuerzas gobiernan y cuales ejercen la oposición.
Sería un legado de Petro que elevaría la calidad de nuestra democracia. Un café para avanzar en esa dirección tendría un sabor reformista y un aroma más ciudadano.