En la columna de opinión de la semana pasada se dio cuenta de la censura en Colombia durante el periodo colonial y el siglo XIX. En ésta se pretende hacer un recuento de este fenómeno durante el siglo XX y hacernos algunas preguntas de como opera en la actualidad.
Durante la Hegemonía Conservadora primó la censura represiva en la que, principalmente, se establecían multas, arresto de periodistas y suspensión de periódicos. Esta situación se expresó, por ejemplo, en la prohibición de publicar aspectos relativos a la separación de Panamá, pues fue hasta 1909 cuando los medios informativos pudieron juzgar ampliamente las acciones de los gobiernos conservadores y dar cuenta de los errores diplomáticos y de una política exterior clara frente a este doloroso suceso para Colombia.
Sin embargo, después de 1909 se presenta el aumento en la publicación de periódicos de diversa índole: socialistas, obreros, satíricos, literarios, liberales, conservadores, etc. Estas publicaciones (extendidas a finales de la Hegemonía Conservadora y en la República Liberal) se caracterizaron por que muchas fueron regionales, de diversa regularidad, orientación, tamaño y extensión. Aquí jugó un papel trascendental el lenguaje visual plasmado en la caricatura y el interés crítico hacia los gobiernos de turno. Entre las que publicó la Biblioteca Nacional en su exposición “Breve Historia de la Censura” que mencionamos en la columna anterior, se encuentran: El Socialista: Diario de la mañana (Bogotá), Claridad (Bogotá), La Ola Roja: Semanario de propaganda socialista (Popayán), Guillotina: Revista semanal humorística y de comentarios políticos-sociales (Bogotá), Tierra. Órgano del Partido Comunista (Bogotá).
Lastimosamente, con el inicio del periodo de la Violencia y el establecimiento de la dictadura militar de Gustavo Rojas Pinilla se limitó, sustancialmente, la publicación de estos periódicos e incluso se prohibió la circulación de los tradicionales. Con el Decreto 3521 de 1949 se decretó la censura en todo el territorio y el Decreto 3580 del mismo año se creó la Sección de Censura de Prensa, adscrita a los ministerios de Guerra y Gobierno.
El papel de los censores, contratados por el Estado, fue fundamental: recepcionaban los artículos que enviaban los periódicos, los revisaban y, con “alevosía de carceleros”, determinaban si se podían publicar. Después de 1954, producto de la masacre de estudiantes ocurrida el 8 y 9 de junio, la cesura se hizo más drástica; se prohibió la publicación de este hecho en los diarios, se impusieron multas impagables, se retuvieron cargamentos de papel en la aduana y se presionó a que los anunciantes pautaran en ciertos periódicos. Esta situación llevó a que El Tiempo y El Espectador cerraran y como reemplazo surgieran los periódicos El Intermedio y El Independiente que en 1957, finalizada la dictadura, volvieran a adquirir sus nombres originales.
No obstante, la censura se ejercía de manera desigual; mientras que los diarios de los Santos y los Cano se les prohibió su circulación, periódicos como El Siglo gozaron de privilegios y libertad de publicación que la dictadura de Rojas Pinilla les otorgó. Aunque con el Frente Nacional se posibilitó la apertura democrática que el país necesitaba, la información se concentró en los medios tradicionales y en algunas ciudades del territorio nacional. Una cita presentada en la exposición, da cuenta de ello: “La disminución de las publicaciones periódicas en la segunda mitad del siglo XX fue evidente: mientras en 1915 el ministerio de Gobierno contabilizó 383 publicaciones editadas en 80 lugares diferentes, hacia 1963 un observador apenas pudo contar 37, editadas en solo 12 cuidades, principalmente las grandes capitales”.
Con el pacto bipartidista del Frente Nacional y la alternancia de los partidos tradicionales en el poder, se limitó el ejercicio político de las terceras fuerzas. Tanto El Tiempo, El Espectador, El Siglo, entre otros, convirtieron la autocensura en un pacto implícito para restringir la información que se podía publicar de forma crítica contra el establecimiento. Quizás Alternativa, revista dirigida por Gabriel García Márquez y Enrique Santos Calderón a finales de la década del setenta, fue la que sirvió como contrapeso al poder que sobre los medios de comunicación impusieron el oficialismo del partido liberal y conservador.
Entre las preguntas que surgen en un mundo donde las redes sociales reemplazan los medios de comunicación acostumbrados y se habla de una era de la información, se tiene: ¿Cómo se ejerce la vigilancia e inspección sobre ejercicio del periodismo? ¿De que forma se puede controlar la desinformación y las noticias falsas? ¿Cuáles son los límites al derecho de la libertad de expresión? ¿Cómo influye la pauta, oficial o privada, en los contenidos que se pueden publicar en los medios de comunicación? ¿Cómo se imponen discursos a través de “bodegas de twitter”, por ejemplo, para silenciar voces disidentes a la institucionalidad?