Es preciso hacer el esfuerzo de sintetizar lo que hay detrás de los polos ideológicos desde donde nos bombardean a diario, para poder entender si realmente uno si quiere ser militante de una u otra ideología extrema con sus implicaciones reales, que tienen aspectos malos y graves, en los cuales personalmente no veo que ninguna de las personas que conozco, o con contadísimas excepciones, podrían compartir sus dogmas a ciegas. O si por el contrario podría haber conclusiones bien pensadas, que invitaran a reflexiones más lógicas, como obtener lo bueno de cada extremo, sin ser extremista, y empezar a marchar en forma personal al aporte individual a las soluciones colectivas que tanto nos urgen.
La izquierda se basa en la asignación centralizada de funciones para el bien de todos los individuos, la propiedad colectiva y la iniciativa concentradas en el Estado, centrado en el colectivismo llevado a su extremo, un Estado de tamaño máximo, en el que la gestión de ese Estado soluciona los problemas de pobreza y bienestar, con toda la economía regulada, en el marco de esquemas celulares de participación en el que el pueblo ejerce su mandato. Teoría e ilusión, porque en la práctica la condición humana, que conlleva corrupción y codicia, cambia el resultado. El poder político pronto deja de tener contrapesos, retroalimentado por el mismo hecho de convertirse en poder único, en el cual se dispara el poder supremo de unos muy pocos dentro del “partido”. La codicia corre los frágiles límites de la ética y el poder supremo acaba por arrasar lo que no le sirve, entre eso la resolución de la pobreza, y el bienestar del pueblo deja de estar entre las prioridades. Todo aquel que esté agobiado y lo manifieste por la situación sobreviniente es un enemigo de la revolución, disidente y traidor, que hay que eliminar sistemáticamente para mantener el statu quo para garantizar que los que ostentan el poder lo conserven para siempre, para lo cual el fin termina justificando los medios en nombre de “la seguridad del Estado, mantener el espíritu de la revolución, preservar el Estado que los protege a todos y el estilo de vida asegurado”, creando una izquierda radical que incluye el adoctrinamiento de odio masivo a los capitalistas como arma de manipulación, para asegurar que el pueblo estará dominado y sin sobresaltos al respecto. Eventualmente hay oportunidades para unos cuantos, emanadas de una combinación entre buena militancia y sumisión, esfuerzo personal y suerte dentro del “partido”. Se trata de una plutocracia dura y sin compasión, bien atornillada a su poder, muy explícita, que poco o nada anda pensando en solucionar los problemas de pobreza y bienestar del pueblo, sino en aumentar su poder (y riqueza personal). ¡Oh!
La derecha se basa en las libertades del individuo, la propiedad y la iniciativa privada, centrado en el individualismo, un Estado de tamaño mínimo, en que la gestión invisible del mercado soluciona los problemas de pobreza y bienestar con la menor regulación económica, en el marco de una democracia en que todos participan para definir su destino. Teoría e ilusión, porque en la práctica la condición humana, que conlleva corrupción y codicia, cambia el resultado. El poder político pronto es condicionado por el poder económico, emanado de un proceso de bucle entre favores del primero (menos impuestos, barreras para competidores) y, financiación, ejercicio directo (contubernio) o compra de conciencias del segundo, en el cual se dispara el poder económico de unos muy pocos que terminan ejerciendo el poder supremo. La codicia corre los frágiles límites de la ética y el poder supremo acaba por arrasar lo que no le sirve, entre eso, la inversión social para ayudar a resolver la pobreza, y el bienestar del pueblo no está entre las prioridades. Todo aquel que esté agobiado y proteste por la situación sobreviniente es un enemigo de la democracia, un revolucionario y terrorista que hay que eliminar sistemáticamente para mantener el statu quo para garantizar que los que ostentan el poder lo conserven para siempre, para lo cual el fin termina justificando los medios en nombre de “la seguridad del Estado, mantener el orden, preservar las buenas costumbres y el estilo de vida lleno de oportunidades”, creando una derecha radical que incluye la siembra y adoctrinamiento de miedo masivo al comunismo como arma de manipulación, para asegurar que el pueblo estará dominado y sin sobresaltos al respecto. Eventualmente sí hay oportunidades para unos cuantos, emanadas de una combinación entre herencia, buenas conexiones, esfuerzo personal y suerte. Se trata de una plutocracia dura y sin compasión, bien atornillada a su poder, en general disimulada, que poco o nada anda pensando en solucionar los problemas de pobreza y bienestar del pueblo, sino en aumentar su poder y riqueza personal. ¡Oh!
En toda su vida republicana, Colombia ha sido gobernada por derechas, incluyendo al liberalismo, que luce de derecha cuando se le compara con la izquierda radical, como el comunismo. Es relativo, así como el socialismo en Usa o en Europa, que están lejísimos de lo que existe en Corea del Norte. Aquí nos han revuelto esos conceptos como parte de la fórmula manipuladora, para, recordemos, mantener el statu quo. Pero sus resultados funestos los vivimos a diario. El capitalismo fue exitoso en sacar gente de la pobreza en poco menos de dos siglos, pero desde hace 50 años cuando se radicalizó (neoliberalismo) dejó de hacerlo y dio paso a la supra concentración de la riqueza y la desigualdad, que no son sostenibles en el mediano plazo. Pero también contamos con la fortuna de los ejemplos cercanos de experimentos hacia el comunismo (enmascarados de socialismo del siglo XXI) que no han dejado sino desolación, mayor pobreza y curiosamente, concentración de la riqueza en una nueva élite. Es decir, por los dos resultados sabemos bien que es lo que NO debe ser.
Hay valores que no están en juego como las libertades del individuo y la iniciativa privada que atentan contra la naturaleza del ser, la propiedad privada, pero orquestadas por la inteligencia colectiva, que permita que los bienes comunes se gestionen por el Estado, en especial la justicia (sin y para que no haya corrupción), la independencia total del poder político del económico que es el gen de todos los males del capitalismo radical, con las regulaciones razonables que correspondan, las políticas que favorezcan al bien general y no solo a unos cuantos, y las ayudas al pueblo para que todos subamos uno o más peldaños en la escala socioeconómica. Y evidentemente, evitar que los extremos validen “que el fin justifica los medios”, dicho coloquialmente “que todo vale” hasta la doblegación de la voluntad por la fuerza y su violencia consecuente.
Somos una sociedad compuesta de seres humanos que hay que cuidar, en un territorio rico en biodiversidad que hay que cuidar. Esta integralidad de valores fundamentales no se encuentra en las ideologías radicales, de derecha o de izquierda por igual. Hay que desechar la polarización que simplemente es una estrategia para embrutecernos y que no reflexionemos en estas líneas de acción, que claro, desmontan el statu quo de los unos, y anula las posibilidades de los otros.
*@refonsecaz Consultor en competitividad.