En distintas partes del mundo se repite la advertencia de que la disminución de la natalidad y el envejecimiento de la población representan una amenaza para el desarrollo económico. En Colombia la discusión no es ajena, la tasa de natalidad bruta en 2023 fue de 13,48 nacimientos por cada 1.000 habitantes y la tasa de fecundidad actual apenas alcanza 1,1 hijos por mujer, muy por debajo del nivel de reemplazo poblacional de 2,1. Las cifras muestran que en 2024 se registraron cerca de 453.901 nacimientos, lo que significa un 12 por ciento menos que en 2023 y una caída del 31 por ciento respecto a 2015.
Frente a estos datos algunos insisten en que el país estaría condenado a una “crisis demográfica” que pondría en jaque al sistema productivo y de seguridad social. Sin embargo, este planteamiento encierra un falso dilema. Lo que realmente debería preocuparnos no es que nazcan menos niños, sino que persista un modelo de desarrollo económico basado en la expansión sin límites que choca de frente con la sostenibilidad del planeta.
Más población significa mayor presión sobre ecosistemas frágiles como el Amazonas, la Sierra Nevada o los páramos. También implica más consumo de energía, más residuos y una huella ambiental que la Tierra no puede soportar. La reducción del número de nacimientos puede contribuir directamente a disminuir la huella de carbono, pues menos población implica menores niveles de emisiones, un consumo de recursos más controlado y un aporte significativo a la lucha contra el calentamiento global. En ese sentido la baja natalidad no es una amenaza sino una oportunidad para reorganizar nuestras prioridades hacia economías centradas en la innovación, la redistribución justa y el bienestar humano, en lugar de medir el progreso por la simple suma de habitantes y mercancías producidas.
La abundancia de mano de obra en las últimas décadas ha permitido normalizar la explotación laboral, los bajos salarios y la precariedad, mientras el crecimiento económico se ha sostenido en la extracción intensiva de recursos naturales. Una sociedad con menos nacimientos puede abrir paso a otra lógica que apueste por empleos de calidad, que garantice sistemas de protección para los adultos mayores y que reconozca que el verdadero desarrollo radica en mejorar la calidad de vida y no en multiplicar la población.
Este escenario abre además una necesidad impostergable, fortalecer la inversión social, la salud preventiva y la educación pública de calidad, especialmente en zonas apartadas donde la juventud enfrenta desigualdades históricas. Si Colombia logra ampliar su red de hospitales y centros de salud con enfoque preventivo, garantizar oportunidades educativas dignas y pertinentes y crear condiciones que devuelvan la esperanza a las y los jóvenes, el país podrá romper con los ciclos de pobreza y violencia que han marcado su historia. Menos nacimientos no significan menos futuro siempre y cuando sepamos invertir en quienes ya están aquí y en mejorar sus condiciones de vida.
Me alegra también por las mujeres y por sus derechos, porque poco a poco se están acabando aquellas “paridoras” sometidas que no descansaban en su vida de criar y lactar en detrimento de sus sueños personales. La baja natalidad les abre horizontes de autonomía, libertad y realización, rompiendo con un mandato cultural que las confinó durante siglos a la reproducción y al sacrificio silencioso.
Es hora de que el Estado y la sociedad colombiana asuman esta realidad demográfica como una oportunidad y no como una amenaza. Deben dejar de lado las recetas cortoplacistas que buscan impulsar la natalidad a toda costa y comprometerse a construir un modelo social y económico que garantice dignidad, equidad y sostenibilidad. Apostar por un país que reduzca su huella de carbono, que aporte a frenar el calentamiento global y que invierta en el bienestar integral de sus habitantes es la mejor manera de preparar a Colombia para el mañana.
Al final algunos perderemos el goce de ver crecer y jugar con los nietos, pero tal vez la humanidad se salve de tanto “criao de abuela” y de la carga insoportable de una sobrepoblación que ya no tiene cómo sostenerse.
Luis Emil Sanabria Durán
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