Ahora, a quienes les rechacen la visa dirán que es culpa de Petro. Miles de colombianos y colombianas son rechazados para ingresar a ese país. La tasa de rechazo de visas estadounidenses es alta. Tan solo en junio de 2023, el 41,9% de las solicitudes fueron negadas a colombianos y colombianas por razones, a mi juicio, altamente especulativas: no tener definido un destino, no contar con dinero suficiente, o no cumplir con estándares de “presentación personal adecuada”. ¿Qué le piden a un extranjero para ingresar a Colombia?
No comprendo por qué la gente sigue arriesgando su vida al intentar entrar a Estados Unidos por la frontera mexicana. Tampoco comprendo por qué en nuestro país no se replantea la política migratoria hacia aquellos turistas que buscan explotación sexual de menores, mientras nuestros propios niños y niñas siguen siendo víctimas de trata de personas y mercancía de la pobreza.
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Lo que sí sorprende es la creatividad de este pueblo para reírse de sí mismo con los temas de coyuntura nacional: que si hay rodilleras, que si el presidente estaba borracho. Pero, al final, el equipo presidencial y la Cancillería resolvieron la crisis diplomática, y se mantendrán los canales para ingresar de manera legal a Estados Unidos. Lo que quedó claro es que la repatriación de ciudadanos colombianos se hará bajo los protocolos establecidos a nivel mundial, y que ser inmigrante deportado no es un delito de lesa humanidad ni debe ser tratado como un crimen, pues somos ciudadanos del mundo.
La reciente crisis diplomática pone de manifiesto un tema importante: la soberanía de Colombia no puede depender de decisiones externas ni de la percepción de otros países sobre nuestra ciudadanía. Las políticas migratorias deben enfocarse en proteger a quienes buscan mejores oportunidades en el exterior y, a la vez, garantizar que nuestros connacionales sean tratados con dignidad, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. Además, es indispensable que el Estado promueva condiciones para que la migración sea una opción, no una necesidad, fortaleciendo la economía local, la educación y la seguridad. La soberanía implica no solo independencia política, sino la capacidad de garantizar a todos los ciudadanos una vida digna dentro de su propio país.
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En medio de esta crisis, un tema que merece especial atención es el de los 26 menores que llegarán este martes en vuelos de deportados enviados por el Gobierno Nacional desde Estados Unidos. Así lo confirmó Astrid Cáceres, directora del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), quien aseguró que los equipos de la entidad estarán encargados de recibir y brindar acompañamiento a estos niños. Este es un recordatorio de que, más allá de las tensiones diplomáticas, las decisiones políticas tienen un impacto directo y profundo en las vidas de los más vulnerables, como los menores involucrados en estos procesos de deportación, quienes no son ni delincuentes ni narcotraficantes..
Si Estados Unidos no contara con los millones de migrantes que realizan trabajos que los nacionales no desean hacer, su sociedad sería completamente distinta. ¿Qué harían sin la diversidad étnica que caracteriza sus principales ciudades? ¿Sin los barrios chinos, los ghettos latinos o la mezcla cultural que les da vida? Sin duda, el aire de Estados Unidos sería pálido, insípido y carente de emoción. Sin embargo, mientras se benefician de esta riqueza cultural, se endurecen las políticas migratorias y se criminaliza al inmigrante.
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Esta noticia, por importante que sea, no debe opacar otros temas cruciales para nuestro país, como el conflicto en el Catatumbo y los retos del proceso de paz. La guerra no solo destruye vidas humanas, sino también el ecosistema, acabando con miles de animales y especies que habitan las zonas de conflicto. Es un desastre que enriquece únicamente a la industria armamentista mientras deja tras de sí un país desgarrado.
Pedir “mano dura” contra el Catatumbo es ignorar las lecciones más dolorosas de nuestra historia. ¿Qué pasaría si los combates se trasladaran a las ciudades? ¿A los centros comerciales, al Transmilenio, a los parques? La guerra urbana sería insoportable, ahí si no nos gustaría la guerra.
El camino debe ser la paz. Es imperativo cumplir los acuerdos de los procesos de paz, garantizar la restitución de tierras y la reparación de las víctimas, y asegurarnos de que las décadas de masacres y crímenes de lesa humanidad no queden en la impunidad. La prioridad debe ser escuchar a las cuchas como les dicen con cariño a las madres de los desaparecidos, quienes, con razón, claman por justicia. La fe mueve montañas y la escombrera empezó a devolverlos. Solo así avanzaremos hacia un país en el que la paz y la dignidad sean una realidad para todos.
No a la guerra, y a La Paz un siempre SI.