Si hay algo que demuestra el nivel de irrespeto por los demás es la impuntualidad. No existe excusa para siempre llegar tarde. Los pretextos son ya conocidos y solamente empobrecen la maltrecha imagen del impuntual. Quien no aparece y finge miles de excusas para justificar el retraso permanente, es tan descortés como quien hace esperar sin aparente razón. Son los impuntuales un lastre social, generan retrasos en todos los procesos y, además, tienen el descaro de ser excesivamente intolerantes con los puntuales.
Aunque puede parecer un chiste, la realidad es que una persona impuntual siempre está esperando (curioso pero cierto), que los demás estén ahí para ella. La impuntualidad sigue hoy adherida a nuestra cultura y normalizada por la gran mayoría, que pareciera sentir una solidaridad contagiosa con aquellos que también llegarán tarde: si todos vienen retrasados pues en teoría no pasa nada con que yo me demore un poquito. Un poquito que traducido de ‘colombiano’ a castellano, puede equivaler a cualquier cosa entre cinco y más de sesenta minutos (o mejores minuticos).
Eso de que “los importantes se hacen esperar”, nos ha hecho solidificar actitudes sociales de inmenso irrespeto y poquísimo profesionalismo. Parte del subdesarrollo está directamente conectado con la baja capacidad para poder establecer tiempos, fechas claras, horas precisas y la habilidad de poderlas respetar. Caemos en el error de creer que somos los únicos ocupados, que nuestra agenda es la más compleja e importante, cuando lo cierto es que somos una parte del engranaje, en un mundo plagado de reuniones híbridas que nosotros mismos montamos unas encima de otras, esperando que milagrosamente podamos estar en todas al mismo tiempo y con la misma capacidad de atención.
El ritmo de hoy es frenético. Pocas personas pueden decir que no están plagadas de reuniones, llamadas, sesiones de trabajo en grupo, teleconferencias regionales o comités específicos. Todo al tiempo y todo sumándose diariamente en una conjunción de solicitudes que buscan hablar con nosotros, contar con nuestra opinión o escuchar nuestras ideas. Al tiempo, amalgamado y atropelladamente, así vivimos hoy semana tras semana, pero es justo ahí en donde necesitamos priorizar y negociar, porque para quedar mal y malgastar las horas de terceros, no debería haber espacio.
Es evidente que todos tenemos días malos y casos fortuitos que nos cambian por completo la agenda, pero estos deberían ser la excepción y no la regla. Los impuntuales parecieran sentirse superiores a los demás, sus frases son chocantes y poderosamente irritantes: “es que aquí vivimos muy complicados.” ¿Es en serio que esas personas creen que los demás habitantes de la tierra no tienen nada que hacer sino esperar a que su agenda se abra y puedan, los viles mortales, acceder a su presencia? Las personas que mayor impacto han tenido en mi vida guardan estricto respeto por los demás, sin importar su rango o su abolengo, los valoran por lo que son.
Gentil invitación a que pongamos en valor el tiempo de los demás, así como creemos que el nuestro es un gran tesoro que odiamos desperdiciar. Muchas veces caemos en el narcisista error de visualizarnos como el centro, cuando en realidad somos parte de una inmensa maquinaria. Avisar a tiempo, cancelar espacios de forma oportuna, reprogramar, decir que no y ofrecer disculpas sinceras cuando se incumple por minutos, son simples ideas que deberían ser fáciles de aplicar, en una sociedad que nos exige (a todos), estar presentes y participando.
Por más que sigamos transformando hábitos y desplazando actividades que antes requerían nuestra presencialidad o espacios de desplazamiento, el día continuará teniendo las mismas 24 horas, y para lo que no deberíamos dejar que se destine ni un segundo, es para permitir que los impuntuales malgasten nuestro tiempo.
Alfonso Castro Cid
Managing Partner
Kreab Colombia