Llevo 10 años viviendo en Alemania. Vine sin emoción alguna pues dejaba atrás, una vez más, mi Madrid del alma y había salido, sin billete de vuelta, del paraíso caribeño de mi Barranquilla querida. ¿Qué hago aquí? Eso me pregunto cada día. 10 años, que se han pasado volando. Vine con niños pequeños y me encuentro rodeada de adolescentes de voz profunda, cabello escarola y cuerpos marcados por la juventud que pronto se abrirá a su paso.
Durante este tiempo en el que mi vida personal ha discurrido con pequeños cambios propios de la biología y evolución natural del ser humano, la vida en este país; la social, la económica y la política, ha discurrido en dirección contraria pues los cambios motivados por decisiones políticas, propias de las democracias saludables, han convertido a la gran Alemania en una tierra en crisis y llena de incertidumbres, en lugar de colocarla en la vanguardia de un mundo en constante movimiento, globalizado y cuyos ejes estratégicos han cambiado tanto.
Para el que no lo sabe Alemania es un país cuya vida se fundamenta en el miedo, en el por si acaso, en la falsa sensación de seguridad y del todo bajo control. No es raro tener un seguro para cualquier cosa que en la vida le pueda llegarle a pasar a uno. Como consecuencia se toman y han tomado decisiones políticas que nos llevan al punto de crisis que vive mi precioso país de acogida hoy, a veces es mejor dejarse sorprender por el futuro y manejar con gracia y creatividad la situación en lugar de tenerlo todo bajo control, miren:
Cerrar las nucleares
Tras el desastre en 2011 de la central nuclear de Fukushima, en Japón, Alemania decidió, por si acaso, cerrar y dejar de producir energía nuclear, la última de sus centrales se cerró en 2023 y como consecuencia de ello empezó a depender energéticamente de terceros y a la vez, en pro de los acuerdos del Clima, empezó a demonizar la combustión del carbón y a ensalzar a las energías renovables. Y tuvo que recular con el carbón y aplazar el cierre de las últimas centrales porque con las renovables no cubren las necesidades reales.
Como en la vida no todo se puede prevenir, Alemania que hizo amistad y acuerdos con Rusia – fundamentalmente por el suministro de gas – se vio comprometida el día en que Rusia invadió Ucrania, poco tiempo después de la crisis del Covid- 19 y con una inflación que no veían ni notaban desde 1993.
Este cóctel de crisis y aumentos de precios en todos los sectores de la sociedad afectó de lleno a las industrias principales del país: automoción, ingeniería y química que entraron de lleno en un período de adaptación del que no saben salir y arrastran con ellas a las medianas y pequeñas empresas que forman parte de ese tejido empresarial tan bien construido en este país.
Falta de creatividad, nula resiliencia
Mientras la química se instala en China y se prepara para fabricar desde allí, la automoción y la ingeniería se han dado de bruces con la realidad fanática del Clima y se han quedado atrás en innovación. Si hace diez años en mis desplazamientos por la campiña alemana era capaz de ver dos a lo sumo tres Teslas, hoy veo con asombro que el coche eléctrico es uno más en estos pueblos agrícolas y comparte caminos con tractores y bicicletas. Principalmente debido a que han estado fuertemente subvencionados, flotas enteras de empresas se han renovado con eléctricos, y ahora parece que no hay tonto sin su eléctrico.
Pero es que Alemania, tercer exportador mundial de automóviles, no ha sabido convencer a los mercados, ni innovar, ni adaptar sus precios, ni mantener planes creativos y se ha dejado ganar terreno por los chinos que con sus BYD (Build Your Dreams) y sucedáneos se están haciendo con el mercado de coche eléctrico. El alemán medio es un crédulo, del clima y de lo verde, y del reciclaje y de lo que sea, y va a tratar de hacer lo mismo que haga su vecino. Y en parte esto ha provocado el cierre de grandes fábricas de Volkswagen, de Bosch y las que vendrán. Podrían haber impulsado los sistemas ecológicos de gas licuado en automóviles , o haber desarrollado motores aún más eficientes y menos contaminantes, pero es lo que ocurre cuando la autoridad prohíbe muere automáticamente la creatividad y llega el estancamiento.
Hay espacio para todos en las carreteras alemanas, aunque en 10 años no hayan terminado ninguna de las obras que vi empezadas cuando llegué. Sorprende. No sé si es porque no se quieren endeudar o porque no trabajan a un ritmo adecuado. Lo que sé es que sufro los mismos cortes de carril que entonces. Eso no ha cambiado.
“Esto es de los ochenta”
Cuando mis hijos tienen que reprochar algo arcaico, viejo, anticuado utilizan esa frase del ladillo como resumen de su queja. En Alemania esto es la vida misma. Poco a poco, muy poco a poco, se van digitalizando las gestiones y así ya van despareciendo las recetas en papel y van incorporándose a las tarjetas sanitarias de cada paciente. Poco a poco desaparece el FAX, ese aparatito del bip, bip, que transportaba teletipos y notas de prensa, recibos y facturas, y se sustituye por correos electrónicos que con suerte se contestan o no en el día o una vez a la semana. Aún no es posible hacer en todas las ciudades la compra diaria on line, y mucho menos hay un servicio de entrega en casa- tan practico para personas mayores que viven solas y que han de cargar con bolsas de la compra-, eso es propio de empresas serviciales y aquí pocas saben poner a la persona en el centro.
Tecnológicamente hablando Alemania ha evolucionado poco, muy poco.
Colores en el Bundestag
Hace 10 años llegué a un país dirigido por una mujer conciliadora y capaz de aunar voluntades y hoy, tal y como les contaba la semana pasada, vivo en un país cuyo gobierno ha caído desde dentro. Pero como ha pasado también en España hay nuevos colores en el parlamento alemán. Llama la atención el aumento de la extrema derecha, que atemoriza a los socialistas de toda Europa, aunque creo que no es para tanto. Y me llama la atención la formación color ciruela de Sahra Wagenknecht, tal vez la política que más llame la atención de cara a las próximas elecciones de febrero, pues aboga por la paz, las políticas sociales que se preocupan de los problemas reales de las personas, así como de fortalecer el mercado creando más puestos de trabajo, que en definitiva es lo que más ayuda a la gente a salir adelante y a los gobiernos a funcionar correctamente. Rechaza las ideologías de extrema derecha y aboga por la libertad donde no tiene cabida la cultura de la cancelación. Quiere mejorar las infraestructuras, sobre todo las ferroviarias,- bastante deficientes en este país de autos- las listas de espera, las carreteras y puentes en mal estado… Sobre el papel Sahra, suena muy bien, parece un espejismo de honestidad en un panorama político aturdido y poco honesto. Veremos qué tal le va en los próximos meses a ver a cuántos es capaz de convencer.