Por: Esteban Restrepo
En momentos de desesperanza, las sociedades a menudo se ven seducidas por el vacío del autoritarismo. La popularidad de figuras como Javier Milei y Nayib Bukele no se debe tanto a su ideología, sino más bien a un cansancio general con la política convencional y la falta de soluciones efectivas a las necesidades sociales. Contrario a la creencia de algunos, los electores no están engañados por las promesas fantasiosas de estos líderes; más bien, parecen dispuestos a permitir que el Estado falle como proyecto colectivo, habiendo perdido toda esperanza en él.
Desde la antigüedad, se advirtió sobre el peligro de que la democracia se convierta en oclocracia, una tiranía de la mayoría, si cae en manos de un demagogo.
Una sociedad que opta por el autoritarismo, dejando de lado las soluciones reales, es una sociedad que ha elegido el miedo sobre la esperanza.
Esta tendencia hacia el autoritarismo se justifica a menudo por la lucha contra un “enemigo común”. En contraste, la política social progresista busca abordar las complejidades de la sociedad mediante la inclusión y el pluralismo. Pero, ¿por qué el autoritarismo resulta atractivo? Se alimenta de la simplificación, ofreciendo una narrativa de “nosotros contra ellos”, que resulta más fácil de digerir y falsamente reconfortante. Los políticos sociales, por otro lado, presentan una visión más matizada y compleja, que puede parecer menos consoladora en tiempos inciertos.
Psicológicamente, el autoritarismo apela a la necesidad humana de estabilidad y previsibilidad. Los estudios demuestran que en tiempos de crisis, las personas tienden a preferir líderes fuertes y decisivos, incluso a costa de sus libertades. El miedo y la incertidumbre hacen que la promesa de un orden autoritario parezca más atractiva que la propuesta de una democracia diversa y desordenada.
La historia nos enseña que cuando las sociedades optan por la autoridad sobre la libertad, a menudo enfrentan el caos. La renuncia a la complejidad y a los logros en derechos y garantías sociales, en busca de una seguridad ilusoria, lleva a resultados paradójicos y dolorosos.
En este escenario, los líderes autoritarios a menudo interpretan el apoyo popular como un cheque en blanco para imponer su voluntad, ignorando los límites impuestos por los derechos humanos. Así, las elecciones hechas en nombre de la libertad terminan restringiéndola.
Frente a estos retos, es crucial como sociedad abordar con paciencia la complejidad de las soluciones sociales. Las respuestas fáciles y rápidas no conducen a cambios reales. Como líderes progresistas, nuestra tarea es escuchar atentamente lo que la sociedad está expresando y ofrecer respuestas eficientes sin sucumbir al encanto peligroso del autoritarismo.