Una de las grandes preocupaciones de los seres humanos cuyo ego les abate, es la trascendencia. Permanecer más allá de la muerte, ¿Cómo permanecer en este plano cuando el cuerpo haya sucumbido y degradado?, ¿Qué será de quien fuimos? Trascender, así sea en el nombre de una edificación, en una estatua, una pintura, un legado artístico o benéfico, o por medio de la recreación de la conciencia al través de la inteligencia artificial, o de la prole en la mayoría de los casos. Algunos trascienden en objetos que terminan siendo carga sin interés para los descendientes de la tercera y siguientes generaciones; los objetos más afortunados terminan en el olvido en un museo o una biblioteca, e incluso, en una librería o tienda de artículos usados.
Trascender es la memoria, la memoria de los amados en tanto aquellos existen. Razón tenía Borges, “Ya somos el olvido que seremos”, no en vano, la vida también es memoria, momentos y sucesos. La vida no es más que una sucesión de momentos plasmados en el presente eterno que será memoria. No hay pasado, no hay futuro: Tan sólo el ahora. El aquí y el ahora. Preocupaciones siempre las habrá y la hubo, así como hubo y habrá compañía y soledad que marchan de la mano al vaivén de los tiempos. Momento es lo que hay, lo que se valora y curiosamente siempre se atesora.
¿Por qué afanarse por el mañana si siempre se está en el presente? El mañana no existe y, menos para quien deja de ser. Las necesidades se satisfacen en el ahora. Nadie puede satisfacer el hambre, ni la sed, ni el frío o el calor del mañana. El problema del mañana aún no llega y no siempre llegará. ¿Por qué ha de ocuparse por algo que no se sabe si sucederá? o por algo que probablemente no suceda jamás. Preocuparse es ocuparse de algo que no ha llegado y probablemente jamás llegará.
La vida es como un hilo que va de a poco uniendo entretelas del corazón; cada entretela es un momento, al final, la cadena que forma el hilo es la vida. La existencia humana es una sucesión de momentos. Algunos a penas inician a hilar momentos, otros ya están por cerrar la hilada de momentos. Al final, sólo al final, el corazón termina por atesorar momentos, momentos avenidos en recuerdos sollozantes o alegrantes: La memoria. Al fin y al cabo, se trata de momentos, nada más que momentos.
Se pasa por alto que, siempre se estará en el momento indicado, oportuno y justo para cada quien. Lo que ha de ser, será y es.
El momento llega siempre en presente, al punto que muchas veces se deja de estar y ser en el momento, por quedarse en algo que ya sucedió y se esfumó: La nada. No importa la hilada total, sino el momento, la cuenta que se hila. De hecho, se va la vida en el pasado, y por pensar en el mañana se olvida el presente. El momento es el presente, lo que se hace ahora y no lo que se hizo o se hará.
No se trata de vivir el momento por el momento. Se trata de ser plenamente consciente del momento. Se es plenamente consiente cuando los ciento y pico de sentidos están allí en el momento. No es sólo el oler, el ver, el sentir, el saborear o el escuchar, es también sentirse y ser consciente con el ahora. Muchas veces se cree estar pero, no es así, porque se está absorto en otros menesteres, en tanto la mente divaga. Oye pero no escucha, prueba pero no saborea, toca pero no siente, mira pero no ve, desea pero no ama, come pero no nutre, anhela pero no valora.
Momentos. La vida está pletórica de momentos, aciagos o felices, cálidos o fríos, oscuros o diáfanos, geniales y vanales. El humano y sus momentos, por eso el humano es momentáneo y temporal. Este es un momento. El humano es pasajero del momento. Solo El Eterno es quien es antes, ahora y después, permanente.