Nueve años han pasado desde el icónico plebiscito de la paz del 2 de octubre de 2016, cuando el país se dividió entre el sí y el no al acuerdo con las FARC. Hoy tenemos una moraleja que va del “Nobel de la Paz al Fracaso de la Paz Total” como lo recuerda el expresidente y Nobel de Paz, Juan Manuel Santos, cuyo episodio le dejó una herida que nunca cerró del todo, pero que marcó un punto de inflexión en la historia contemporánea de Colombia. En entrevista reciente con El Espectador, Santos vuelve a la escena pública no solo como expresidente, sino como potencial candidato a Secretario General de la ONU. Su diagnóstico sobre la “Paz Total” de Gustavo Petro no podría ser más severo: “ha sido un total fracaso”.
Lo que para Santos fue un proceso jurídico, verificable y monitoreado internacionalmente por el Consejo de Seguridad de la ONU, para Petro se ha convertido en una consigna difusa y oportunista que mezcla insurgencias, bandas criminales y estructuras narcotraficantes bajo un mismo paraguas discursivo. El resultado: más de 500 firmantes del acuerdo asesinados, una institucionalidad en crisis y un país que se siente más cerca de la guerra que de la paz.
Luis Fernando Ulloa
Santos señala que las disidencias de las FARC no son herederas de la guerrilla que firmó la paz, sino mutaciones criminales dedicadas al narcotráfico y al control territorial. En sus palabras, “dejaron de existir cuando se firmó el acuerdo; lo demás son estructuras ilegales que nada tienen que ver con la política”. Sin embargo, el gobierno de Petro les otorgó un estatus jurídico al reconocerlas como “Estado Mayor Conjunto”, dándoles la apariencia de un actor político legítimo. El resultado fue una peligrosa confusión entre paz y sometimiento, entre justicia transicional y negociación con delincuentes.
Esa confusión no solo tiene consecuencias internas. En Nueva York, la ONU se prepara para emitir su octavo informe sobre la implementación del acuerdo de 2016, y el balance no es alentador. Los recursos destinados a los PDET (Planes de Desarrollo con Enfoque Territorial), columna vertebral de la implementación, fueron reorientados por el gobierno hacia la llamada “Paz Total”. En otras palabras, los fondos concebidos para consolidar la paz territorial están hoy al servicio de una estrategia sin norte, sin indicadores y sin voluntad política.
El exministro del Interior Juan Fernando Cristo —uno de los voceros del proceso de paz de Santos— lo advirtió en la ONU: se necesita un “plan de choque” para rescatar la implementación. Pero nada ha ocurrido. Petro prefiere hablar en los foros globales de Gaza o del antiimperialismo antes que enfrentar la realidad de los 500 municipios donde el Estado perdió el control frente a las BACRIM, el Clan del Golfo o las disidencias.
En su más reciente discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas, el mandatario colombiano propuso incluso conformar un “ejército internacional” para combatir el genocidio en Gaza. Santos, con ironía y claridad, le respondió: “Presidente, primero recupere el control del territorio nacional antes de irse a liberar a otros pueblos.” El comentario, más allá del tono, refleja un malestar nacional: el país percibe que su presidente gobierna más para la comunidad internacional que para los colombianos.
Petro parece obsesionado con su legado moral, no con sus resultados reales. Habla como un redentor del planeta, pero su gobierno se hunde en la inseguridad, la deforestación, el estancamiento económico y el aislamiento político. Colombia, que fue ejemplo mundial con el proceso de paz de 2016, hoy es vista como un experimento errático, un laboratorio de discursos y no de políticas.
Pero más allá de la política interna, Santos aprovecha su tribuna para proyectarse como un reformista global. Aspira a liderar una ONU envejecida —diseñada en 1945— con una agenda que hoy luce obsoleta frente a las crisis ambientales y humanitarias. Como vicepresidente del grupo Guardianes del Planeta, promueve una reforma del sistema multilateral y la fusión de las cumbres climáticas (COP) y de biodiversidad, argumentando que “ambas son dos caras de la misma moneda”.
Su visión global contrasta con el ambientalismo retórico de Petro, quien busca ser recordado como el “presidente que salvó el planeta”, pero cuyo país sufre los peores índices de deforestación amazónica en una década. Mientras Petro denuncia el extractivismo mundial desde los atriles de la ONU, en el Parque Nacional Chiribiquete —el mayor tesoro ecológico del país— avanzan carreteras ilegales financiadas por mafias mineras y cocaleras. La minería ilegal, la contaminación de los ríos y la destrucción de los ecosistemas muestran que el discurso verde del gobierno es apenas un barniz ideológico sobre una realidad en descomposición.
Ahora bien, la aspiración de Juan Manuel Santos a la Secretaría General de la ONU tiene ciertos méritos: experiencia en negociaciones internacionales, un nombre con reconocimiento y una base diplomática latinoamericana sólida. Sin embargo, desde los países poderosos y los círculos globales especializados aún no aparece como favorito ni con respaldo claro en el centro del poder multilateral. Los vacíos en cobertura europea, los riesgos de polarización interna, la competencia internacional —especialmente de candidatas mujeres— y la necesidad de apoyo de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad son obstáculos serios. Es decir, su eventual candidatura podría convertirse en un nuevo ejercicio de diplomacia simbólica más que en una opción real de liderazgo mundial.
Pese a lo anterior y paradójicamente, Santos en la entrevista, implícitamente le recuerda a Petro, que el liderazgo global se construye desde los hechos: Colombia tiene el 70% de sus fuentes hídricas originadas en páramos delimitados, 40 millones de hectáreas agrícolas de las cuales solo se usan nueve, y dos océanos capaces de absorber el CO₂ que asfixia al planeta. Pero nada de eso sirve si el Estado no puede garantizar seguridad, inversión ni confianza.
En conclusión, el legado de Santos y el de Petro representan dos visiones de país: la institucionalidad versus la épica; el método versus la dialéctica. Santos buscó cerrar la guerra desde la ley y con verificación internacional; Petro pretende reinventar la paz desde la alegórica improvisación, entonces la “Paz Total” no solo ha fracasado, sino que amenaza con devorar los logros de la paz parcial que costó años de negociación, miles de vidas y un esfuerzo monumental del Estado colombiano a través de varios mandatarios.
Mientras nuestro actual gobernante juguetea a proyectarse como el líder del Sur Global y la voz moral del planeta, el país se desangra en sus propios territorios, y si bien las otrora poderosas FARC ya no existen como tal, hoy sus sombras crecen agigantadas; la paz no se consolida, y el Estado pierde legitimidad. Mientras la historia implacable terminará juzgando no al Petro que habló en la ONU, sino al Petro que no pudo garantizar la vida de los pobres colombianos.
Luis Fernando Ulloa
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