“La ciudad, más que un conjunto de edificios, es una red de emociones compartidas; el miedo, la alegría, la nostalgia, todas circulan por sus calles como el viento entre las hojas.” Esta reflexión de Jane Jacobs, en Muerte y Vida de las Grandes Ciudades, resuena con fuerza en Bogotá, donde el uso de la bicicleta se ha convertido en un símbolo de resiliencia y libertad en medio de la precariedad del sistema de transporte público y la dificultad de movilizarse en una ciudad que ha olvidado por completo el bienestar y calidad de vida de sus habitantes por construir un sistema y un modelo de ciudad donde el negocio y el cemento se prioriza.
Bogotá es hoy, sin duda, una ciudad que gira alrededor de la bicicleta. Con más de un millón de viajes diarios que se realizan en la Bogotá-región, la bici se ha convertido en un pilar de movilidad, pero también en un reflejo de los desafíos y contradicciones de una ciudad que busca modernizarse sin resolver las viejas problemáticas que la aquejan. Entre la inseguridad y la acumulación de basura, los ciclistas se enfrentan a un recorrido que no solo es físico, sino también emocional y, en muchos casos, peligroso.
En mi intervención de esta semana en el Concejo de Bogotá, subrayé dos situaciones alarmantes: la basura que se acumula en los puntos críticos de la ciudad y el alto índice de robos de bicicletas. Estos problemas, que a simple vista parecen desconectados, están íntimamente ligados, pues ambos crean un ambiente hostil para los ciclistas y para cualquiera que quiera transitar las calles de nuestra ciudad a pie o sobre dos ruedas.
Uno de los mayores enemigos de los ciclistas en Bogotá es la basura. Aunque parezca increíble, el mal manejo de los desechos puede significar la diferencia entre la vida y la muerte para quien pedalea a diario. Un ejemplo claro es lo que ocurre en los deprimidos que forman parte de las ciclorrutas, como el de la calle 26 con avenida Boyacá, o el de la calle 63 con la avenida 68. La basura que se acumula en estos puntos obstruye el sistema de alcantarillado, provocando inundaciones durante la temporada de lluvias, lo que obliga a los ciclistas a desviarse hacia las calles vehiculares, poniendo en riesgo sus vidas.
Lo más grave es que esta situación no es nueva. El Acueducto de Bogotá invierte más de 30.000 millones de pesos anuales en la limpieza y recolección de desechos del sistema de alcantarillado. Aun así, no estamos preparados para enfrentar las lluvias, y mucho menos para brindar seguridad a quienes recorren la ciudad en bicicleta. La basura, lejos de ser solo un problema estético, es una amenaza tangible para la seguridad vial.
El otro gran problema al que nos enfrentamos es el robo de bicicletas. Aunque las cifras muestran una leve mejoría en comparación con años anteriores —en 2023 se reportaron 7,162 hurtos frente a los 9,469 de 2022—, la sensación de inseguridad persiste. Cada día, en promedio, se roban 15 bicicletas en Bogotá, y muchas de estas en zonas que ya son peligrosas de por sí, como la Calle 80 o la Avenida NQS.
Los ciclistas, organizados en colectivos, han solicitado al Congreso, la Fiscalía y las cortes penas más severas para quienes cometan delitos relacionados con el hurto de bicicletas. Pero, más allá de la respuesta punitiva, lo que necesitamos es una estrategia integral de prevención y protección. La Alcaldía había implementado en 2023 la estrategia “En Bici Nos Cuidamos”, que asignaba 350 uniformados dedicados exclusivamente a la seguridad de los ciclistas en tramos críticos. Sin embargo, hoy solo quedan 180 uniformados para cubrir 8 localidades en dos turnos de 90. Un número que, como bien podrán imaginar, es insuficiente para combatir una problemática tan extendida.
Entre enero y junio de 2024, se redujo el hurto de bicicletas en un 33.74%, es decir, 1,417 bicicletas menos robadas en comparación con el mismo periodo del año anterior. A pesar de esta reducción, el miedo sigue latente, sobre todo en localidades como Engativá, Suba y Kennedy, que lideran las cifras de robos. Es frustrante pensar que, aunque estamos avanzando, no lo hacemos lo suficientemente rápido como para que los ciclistas se sientan seguros. En este contexto, la bicicleta en Bogotá ha pasado de ser una alternativa ecológica y saludable, a convertirse en una especie de lucha diaria. Cada ciclista que sale a la calle debe enfrentarse no solo a las condiciones precarias de la infraestructura, sino también al temor constante de ser víctima de un robo.
La bicicleta representa el futuro de la movilidad en Bogotá y en el mundo, en tiempos de crisis climática la evidencia nos dice que para que el futuro sea sostenible, debemos abordar de manera urgente las problemáticas que afectan hoy la movilidad en las grandes ciudades, transitando a medios de transporte limpios y amigables. Bogotá, “la capital mundial de la bicicleta”, ya no tiene el mural que celebraba este logro. ¿Será que, al igual que el mural, también estamos perdiendo el impulso de ser una ciudad verdaderamente ciclística? Solo el tiempo y las acciones nos lo dirán.