Existe una pregunta que ya ronda en todas las mesas de análisis, y en otras mucho más banales: ¿Maduro sí llegará a diciembre? Yo me hago la misma pregunta mientras revisó el ruido geopolítico de estos días. La región vibra, retrocede y avanza como si estuviéramos en un tablero donde los jugadores nunca muestran todas las cartas. Y Colombia, como siempre, queda justo en la mitad.
Algunos sectores de derecha gritan que Colombia ya esta en problemas, que la crisis venezolana nos arrastra, que Estados Unidos toma decisiones sin medir consecuencias. También escucho a quienes dicen que Petro solo juega a posicionarse globalmente, a aparecer en el mapa como un líder progresista que busca protagonismo internacional mientras el país lidia con sus tareas internas.
Esa tensión, entre alarma y espectáculo, define buena parte de la conversación.
Lo que sí cambió fue la actitud de Nicolás Maduro. El hombre que antes tildó de cobarde a Donald Trump ahora muestra un rastro de miedo. Porque una cosa es retar al tigre desde lejos y otra muy distinta sentir el aliento cuando se acerca. Trump rugió, movió fichas, desplegó fuerzas, y Maduro, que siempre presumió fortaleza, solo pide calma. Ahí se ve el quiebre: quien gobierna un país no debería mostrarse tan asustado… a menos que el poder ya no repose del todo en sus manos.
Yo lo único que quiero es que Colombia no se meta en una pelea ajena. Pero tampoco deseo que el presidente se deje llevar por Estados Unidos. Esto no se trata de izquierdas o derechas; se trata de sobrevivir en un vecindario inestable sin entregar la soberanía. No peleemos con Trump, pero tampoco nos dejemos devorar por Estados Unidos. Hay que tener dignidad.
Ahora bien, ¿quién asegura que Estados Unidos no comete delitos internacionales al atacar lanchas supuestamente narcotraficantes en aguas que nadie definió claramente como internacionales? Eso abre un debate serio: si Maduro fuera tan fuerte como pregonó, no permitiría esas incursiones. Pero tampoco olvidemos que en Venezuela ya no entra un avión comercial, aunque Estados Unidos aún no ataca directamente. El silencio aéreo dice más que los discursos.
El periodista Juan Camilo Merlano reporta que hay muchísimo ruido en el país norteamericano: la designación del Cartel de los Soles como organización terrorista, la alerta NOTAM en Maiquetía y múltiples reportes que insinúan una “nueva fase” militar.
Todo alimenta la tesis de que ahora sí viene un ataque. Pero así como sube el humo, también baja. Porque designar al Cartel no implica necesariamente accionar misiles; para los talibanes, por ejemplo, nunca hubo designación formal y aun así los bombardearon. Nada es lineal con Estados Unidos.
El ruido, los reportes y los rumores siempre existen. Y aun con ese ruido, muchos en Estados Unidos se preguntan, con fastidio, por qué tendrían que resolver lo que los venezolanos no resolvieron después del 28 de julio.
Un ataque puede suceder, sí, pero difícilmente será la fórmula mágica. La solución real sigue dependiendo del quiebre interno en Venezuela.
Por ahora, el mundo espera. Y yo veo a Estados Unidos jugando a asustar, midiendo fuerzas y recordándonos que Latinoamérica sigue siendo, para ellos, un tablero que no quieren soltar.
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