Son dos los capitalismos

Jorge Robledo

Por el aumento de la productividad del trabajo y la concentración de la producción en unidades mayores, desde la Revolución Industrial –1760-1840–, la humanidad ha creado más riqueza y empleos que en todas sus etapas anteriores sumadas, lo cual generó cambios económicos, sociales, políticos y culturales enormes y positivos, como ocurrió con los ingresos y los salarios reales, la expectativa de vida y el avance de la educación y de las ciencias naturales y sociales, bases de todo progreso. Y las repúblicas sustituyeron el poder de los reyes, que con violencia se imponían como “representantes de Dios en la tierra”, se estableció que todos los seres humanos nacemos iguales y se crearon los derechos democráticos ciudadanos más diversos, aunque con frecuencia los violen. Un gran progreso.

Ante estas realidades, en Colombia, y ganando indulgencias con penitencias ajenas, andan creando un relato político que de verdades saca conclusiones falsas. Dicen que esos avances universales son la prueba de que este país–¡el de Duque y sus antecesores!– se ha gobernado muy bien y que nada importante debe cambiarse, como si no se supiera el escaso aporte de los colombianos a la construcción de ese progreso universal –no porque no podamos sino porque no nos lo han permitido– y los numerosísimos compatriotas que aquí no lo disfrutan o lo hacen muy parcialmente, si se compara con los países exitosos.

Porque lo cierto es que todos los indicadores económicos y sociales de Colombia –y lo digo no porque me alegre sino porque me duele– se encuentran muy lejos, y empeorando, de los de los países avanzados, tanto en los niveles de vida como en los aportes al progreso del mundo. Y estas verdades se confirman todavía más con las lacras económicas, sociales y políticas que destapó y empeorará la pandemia, en razón de lo muy diferentes que son los capitalismos de los globalizados y los de los globalizadores.

En el mundo no hay una sola economía de mercado –un solo capitalismo– sino al menos dos, con diferencias estructurales entre ellas, aunque también tengan características coincidentes. De un lado están países como Colombia, atrasados en ciencia, tecnología, educación y productividad del trabajo, con más desempleados y pobres, con bajos ingresos y salarios y mayores desigualdades sociales y gran corrupción y daño ambiental. Y del otro están los desarrollados, también con problemas de importancia pero a escalas muy inferiores y por causas diferentes. Ellos entran en crisis, y esto es clave entenderlo, porque crean tanta riqueza que no encuentran a quién venderle todos sus productos, en tanto aquí vivimos en crisis porque producimos muy poco, al igual que por otras fallas sustanciales.

La pregunta del millón radica en cuál es la causa principal de estas diferencias abismales. ¿Por qué en Colombia no se han aplicado las teorías y prácticas de la Revolución Industrial, que pusieron a competir de tú a tú con Inglaterra –el primer país en desarrollarse– a Alemania, Francia, Estados Unidos y Japón, entre otros, y más recientemente a Corea y China? No hay sino dos explicaciones posibles: porque hemos sido muy mal gobernados o porque, dicen los malos gobernantes –con pretextos racistas, por lo demás–, los colombianos no tenemos capacidad genética para construir un país auténticamente moderno, falacia de ignorantes o astutos refutada por la muy probada y gran capacidad laboral de los residenciados aquí y en especial en otros países, porque el subdesarrollo los expulsó de su tierra.

Aunque la orientación ya fallaba desde antes de 1990, como lo prueba la mediocridad de las cifras económicas y sociales de esas calendas en Colombia, el “libre” comercio ha profundizado un tipo de economía de mercado diseñado para destruir un siglo de esfuerzos nacionales e impedir que los colombianos podamos desplegar todas nuestras potencialidades. Mientras que las tropas coloniales prohibían que en América se produjeran casi todos los bienes, porque era obligatorio importarlos de España o Inglaterra, ahora les basta y les sobra con las normas de los TLC, que han arruinado y arruinan a muchos de los que se atreven a desarrollar la industria y el agro. Y para engañarnos dicen que ahí nos dejan la minería de las trasnacionales –¡con un recurso no renovable, que inevitablemente se agotará!– para conseguirnos los dólares con qué importarles a ellos lo que sí podemos producir en el país.

Coletilla: Es inmenso el daño que el ministro Holmes le está provocando a la institucionalidad de Colombia, y en especial a la de la Policía y el Ejército. Porque se niega a reconocer que ambos requieren cambios institucionales y porque se ha probado que engaña, miente y viola la ley. Además de otras pruebas, así lo estableció el Tribunal Superior Bogotá al ordenarle cumplir la orden que el minDefensa no le cumplió a la Corte Suprema de Justicia.

@JERobledo