A medida que nos acercamos a un proceso electoral todo se vuelve confuso. Las encuestas nos dan algo de luz sobre la opinión de la ciudadanía, pero no necesariamente es veraz. Demasiadas encuestas fracasan, hay que decirlo, por el interés de quienes las realizan en beneficiar a un candidato en particular.
Algo así está pasando en el proceso electoral norteamericano, que llevará a los estadunidenses a las urnas el próximo 3 de noviembre. ¿Quién ganará las importantísimas elecciones americanas? Una cosa es lo que dicen las encuestas y otra distinta la realidad de los que piensan el voto en beneficio de su candidato.
Todos los analistas andan buscando respuestas, pero no son fáciles los análisis. Si al final como todos piensan, son unas elecciones de continuidad, se requiere saber qué cambiará en el comercio mundial. ¿cómo será la postura estadounidense ante el cambio climático? ¿qué escenarios se plantean en la seguridad de las diferentes zonas calientes del planeta? Pero sobre todo en las libertades individuales, las que hoy están seriamente amenazadas con actitudes xenófobas y reprobables en manos de la administración Trump. Como se van a abordar para satisfacer las demandas de una sociedad preocupada por el deterioro de la convivencia más elemental.
Las encuestas predicen una victoria del candidato demócrata Joe Biden. La paradoja seria tener más votos que tu oponente y no ganar las elecciones. Esto debido al endiablado sistema electoral norteamericano, que requiera tener al menos 270 votos de los 538 en contienda.
Ya le pasó a la candidata Hillary Clinton en las elecciones anteriores, con la única diferencia de que ella iba perdiendo soporte electoral hasta el mismo día de las elecciones.
En este caso, Biden supera en casi todas las encuestas (salvo en las manipuladas descaradamente) al candidato que defiende la oficina oval de la Casa Blanca. Y más aún, después del grotesco espectáculo dado por el presidente Trump, en el debate electoral celebrado el pasado martes 29 de septiembre, en el que dio todo un recital de zafiedades impropias del líder de la nación más poderosa de la Tierra.
Pros y contras tienen los dos candidatos. La ciudadanía más ilusionada podría votar con la nariz tapada, cruzando los dedos porque los demócratas vuelvan a la Casa Blanca.
Biden tiene una hoja de servicio intachable después de tres docenas de años en el Senado y ocho años de vicepresidente del añorado Barack Obama. Pero su débil carácter y su falta de programa electoral, hace que más de un posible votante dude por su aire descafeinado.
Por el contrario, Trump tiene para dar y tomar grandes dosis de vitaminas en cuanto a sus contradicciones se refiere. Habla al corazón de la clase media baja americana, quien representa lo más granado de sus votantes.
Envuelto en diferentes escándalos durante su mandato, nada parece desgastarle, ni pasarle factura. Tampoco se ayuda con las dudas creadas sobre su supuesto contagio del Covid-19. Ni tan siquiera la burlona situación del aprovechamiento fiscal de sus finanzas, hace mella en ese suelo lectoral del 40% que le protege.
Pero hoy las cosas producto de la particular situación de salud pública han cambiado. La pandemia que ha dejado más de 200.000 muertos, está pasando factura en el activo más preciado que debería tener un presidente: su credibilidad.
Su falta de respuestas y los encontronazos con alcaldes y gobernadores, han puesto en tela de juicio su capacidad para liderar el país. La devastadora cifra de desempleados y el empantanamiento de la situación de millones de empresas, vuelven a poner “la economía” en los primeros lugares de las demandas. También la política exterior, la elección de un miembro de la Corte Suprema y la violencia de genero están en la agenda de la ciudadanía.
Ganar las elecciones presidenciales no es una tarea fácil en ningún país del mundo. Mucho menos si el aspirante ostenta ese puesto en el momento electoral. En Estados Unidos, donde hay un alto porcentaje de estados fieles tanto para los demócratas como para los republicanos, es casi imposible cambiar la tendencia de un lado a otro de la balanza.
Por eso es tan importante ganar los votos de los estados indecisos, para llegar a esa mítica cifra de 270. La Florida, Pensilvania o Michigan son algunos ejemplos en donde para asegurarse los votos finales hay que ganar sí o sí.
Muchas incertidumbres quedan por aclarar en estos 30 días. Esperemos que los factores exógenos de siempre y las infundadas sospechas de fraude en el voto por correo, no empañen el buen funcionamiento del sistema electoral. La clave para ganar es movilizar al electorado más diverso, quiénes por diferentes razones de agotamiento político, prefieren quedarse en casa antes de ayudar a decidir cuál debería de ser el sistema de gobierno más adecuado para su país.