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Confidencial Noticias 2025

Etiqueta: Opinión

Inteligencia Artificial con propósito: el papel del conocimiento experto en la ingeniería del futuro

Hace apenas unas pocas décadas, construir conocimiento en Colombia era una tarea que requería tiempo, paciencia y mucha determinación. Acceder a información significaba largas jornadas en bibliotecas, lecturas detenidas y la selección manual de material relevante, casi siempre impreso. Hoy, con solo escribir una pregunta, la inteligencia artificial (IA) nos entrega una respuesta inmediata, generando la ilusión de tener conocimiento al alcance de un clic.

Pero este acceso instantáneo nos plantea un desafío crucial: ¿cómo usar esta tecnología de forma crítica, ética y con propósito? Porque, aunque la IA pueda procesar datos y simular respuestas «inteligentes», no reemplaza el juicio humano ni el conocimiento profundo que se construye con experiencia, contexto y comprensión sistémica.

 

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En este sentido, es importante entender que la IA no es más que un conjunto de algoritmos entrenados con datos. Sus resultados, por sofisticados que parezcan, dependen de quién los diseña, con qué información se alimenta el sistema y para qué fin se programa. La IA, por tanto, no sustituye al conocimiento experto; lo potencia, siempre y cuando haya una mente formada que le dé dirección.
Desde la ingeniería industrial, el uso de la IA abre oportunidades en diversas áreas: desde la optimización de procesos y la logística inteligente, hasta el análisis predictivo en gestión de la producción y la mejora continua. Sin embargo, estas aplicaciones requieren algo más que «saber usar una herramienta».

Requieren pensamiento crítico, comprensión profunda de los sistemas productivos, responsabilidad ética y visión estratégica. Como lo indica la OCDE (2023), “la implementación responsable de la IA exige no solo principios éticos, sino también conocimiento técnico y contextual por parte de los tomadores de decisión”.

En un mundo en constante transformación, el conocimiento experto no puede ser estático. Exige una actitud de aprendizaje permanente, apertura al cambio y capacidad de reinterpretar los desafíos a la luz de nuevas herramientas tecnológicas. El verdadero experto no es quien acumula datos, sino quien sabe qué preguntar, cómo interpretar y para qué transformar.

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Por eso, hablar de Inteligencia Artificial con propósito implica una sinergia entre la tecnología y la formación integral de quienes la utilizan. En la Universidad de América, el programa de Ingeniería Industrial promueve precisamente esa visión: formar profesionales capaces de integrar la IA en contextos reales, con ética, rigor académico y compromiso con el desarrollo sostenible.

La IA no reemplaza el pensamiento humano, lo amplifica. Y cuando ese pensamiento está guiado por el conocimiento experto, el análisis crítico y una formación con propósito, los resultados no solo son efectivos, sino verdaderamente transformadores.

Heidy Melisa Bautista

Docente del programa de Ingeniería Industrial de la Universidad de América.

Políticas públicas que agravan los problemas que intentan solucionar

En Colombia en 2021, el precio de la gasolina estuvo congelado por decisión del gobierno Duque en los años de efectos de la pandemia. Era una “solución” para contener la inflación, pensada como medida de choque. Pero el costo fue monumental: un déficit acumulado de 36,7 billones de pesos en el Fondo de Estabilización de Combustibles, que estalló en el gobierno Petro. El remedio aplicado entonces, subidas abruptas de precios en 2023, generó una nueva ola de presiones inflacionarias, malestar social y tensiones políticas. Lo que parecía una solución terminó incubando un problema mayor (ColombiaCheck, 2023).

Esto es ejemplo sintomático de políticas que actúan sobre los efectos y no sobre las causas, que aparentemente solucionan en el corto plazo pero que agravan los problemas a futuro. Era una oportunidad para revisar no solo el modelo de fijación de precios, sino los contratos de explotación firmados con multinacionales, que obligan a Colombia a comprar su propio crudo a precios internacionales, a pesar de producir la mayor parte localmente a menor costo, lo que se traduce en grandes utilidades para las petroleras que se cubren con los mayores precios que pagamos los colombianos. Ecuador resolvió en parte este desbalance en 2010 al cambiar sus contratos y tornarlos más justos: el Estado pasó a ser propietario de todo el crudo extraído, pagando una tarifa por barril a las operadoras (Mercopress, 2010). Es un caso de cómo enfrentar las causas estructurales con políticas de largo plazo, aunque resulten impopulares o difíciles en el corto. Un análisis para tomar una decisión así, tiene que tener en cuenta todas las consecuencias relacionadas y no solo las financieras, y en especial los costos sociales que se derivan del precio de los combustibles, que son muy significativos y que impactan a la pobreza y la desigualdad (OCDE, 2013).

 

No se trata de un error aislado. La historia reciente está llena de políticas públicas que, al intentar resolver un problema visible, o no lo solucionan o incluso lo perpetuaron, profundizaron o generaron otros más graves. Otro ejemplo, ocurrió con el programa “Fertilizantes para el campo”, lanzado en 2022 como parte de la política de “soberanía alimentaria”. La medida, intuitiva y políticamente atractiva, buscaba reducir el impacto del alza internacional en los precios de los fertilizantes mediante subsidios. Sin embargo, fue una respuesta sintomática que no abordó el problema estructural: la alta dependencia del agro colombiano de insumos químicos importados (Portafolio, 2022). Dos años después, esa situación no ha cambiado: Colombia sigue importando casi todos los fertilizantes y no fortaleció la producción nacional ni diversificó las fuentes, ni impulsó tecnologías alternativas como biofertilizantes o mejoró la productividad en su uso. Por el contrario, fue una solución de corto plazo que reforzó la misma estructura vulnerable, sin modificar las dinámicas sistémicas que perpetúan y agravan la dependencia (El Tiempo, 2023)(Bolsa Mercantil, 2024).

Otro ejemplo más: durante la pandemia, se implementaron programas como Ingreso Solidario y el PAEF, diseñados para amortiguar la crisis económica mediante transferencias directas. Aunque cumplieron su objetivo de corto plazo, ayudar a millones de familias, la evidencia disponible, como la evaluación del Banco Interamericano de Desarrollo, revela que: (1) aumentaron el consumo inmediato, pero no generaron mejoras sostenibles en productividad ni formalización laboral, (2) no se articularon con políticas de capacitación, crédito productivo o estímulos a la innovación rural, (3) por el contrario, reforzaron la dependencia económica de hogares con bajos ingresos, sin promover trayectorias de desarrollo económico autónomo. Según el BID, “Ingreso Solidario mejoró el consumo, pero no generó impactos estructurales en el mercado laboral” (publications.iadb.org).

Y así podríamos mostrar muchísimos ejemplos.

Estas políticas fallaron en parte, y como lo advirtió hace más de sesenta años, el ingeniero Jay Forrester, padre de la dinámica de sistemas, porque fueron diseñadas con una comprensión equivocada de cómo funcionan realmente los sistemas sociales (Forrester, 1971). Forrester, pionero en el MIT y creador del modelo que inspiró el informe Los límites del crecimiento del Club de Roma (el famoso informe Meadows), formuló una advertencia que sigue intacta: los problemas sociales no son simples, no tienen causas lineales ni efectos inmediatos, y por eso la intuición es una guía peligrosa al momento de intervenirlos. Las políticas basadas en lo “evidente”, en lo que suena lógico o popular, suelen producir resultados contraproducentes porque no tienen en cuenta las múltiples interacciones, retroalimentaciones y retrasos que caracterizan a los sistemas complejos.

En otras palabras: lo que parece una solución puede ser parte del problema. Y lo que realmente funcionaría, como replantear a largo plazo los contratos petroleros, reorientar la agricultura nacional hacia la no dependencia de insumos importados, o reorientar los gastos en subsidios a inversiones sociales que ayuden a que las personas necesitadas puedan generar valor para sí mismos y a la economía, requiere visión de largo plazo, inversiones constantes, sacrificios en el corto plazo y decisiones políticamente costosas. Por eso, en la práctica, se evitan.

Forrester no se quedó en la crítica. Propuso una herramienta poderosa: la modelación computacional de sistemas sociales para anticipar comportamientos, evaluar políticas y tomar mejores decisiones. Lo aplicó a la dinámica poblacional, al uso de recursos naturales, a la contaminación, al crecimiento y los sistemas urbanos. Y aunque sus modelos fueron objeto de debate, el tiempo le dio la razón en lo esencial: cuando no se simulan las consecuencias de las decisiones, no se comprende la complejidad sobre lo que actuará la política pública, y finalmente las sociedades pagan caro los errores.

Aparentemente la solución sería que los dirigentes tuvieran conocimientos sobre dinámica de sistemas y la complejidad de los sistemas sociales. Pero esta solución cae en el mismo problema que Forrester advirtió.

El fracaso de muchas políticas no se debe solo a la falta de capacidad técnica o al desconocimiento de herramientas como la dinámica de sistemas. Se debe también, y quizás, sobre todo, a la estructura misma del poder político. La mayoría de las decisiones en el sector público se toman dentro de una lógica jerárquica que concentra el poder en quienes han sido elegidos o nombrados por razones políticas, no técnicas. Muchos de ellos operan bajo lo que podríamos llamar una pseudo-sapiencia instantánea que “aflora” al ser elegidos o nombrados, azuzada por colaboradores aduladores y asesores complacientes, una rendición de cuentas no profunda que no verifica ni castiga la falta de cumplimiento de metas anunciadas con bombos y platillos, y un sistema judicial precario que rara vez sanciona los errores por incompetencia.

A eso se suma gravemente una cultura política centrada en el corto plazo, donde la urgencia electoral impone decisiones inmediatas, y la corrupción distorsiona la selección de proyectos mal concebidos y no madurados. No se privilegian las políticas que resuelven problemas estructurales, sino las que generan contratos rápidos y titulares favorables.

La recomendación que Forrester de formar a quienes toman decisiones en el pensamiento sistémico, en la lógica de las retroalimentaciones y los rezagos, y en la anticipación de efectos no deseados, sigue siendo válida, pero no es suficiente. Antes de exigir formación en dinámica de sistemas, necesitamos cambiar el marco de incentivos, las reglas del juego y las estructuras de gobierno que hoy hacen imposible el buen juicio.

Enfrentamos los problemas como quien improvisa sobre una partitura que no ha leído. Y cuando el concierto suena mal, cambiamos de director, pero no de partitura. Forrester lo advirtió hace décadas: sin entender la complejidad del sistema, sólo pulimos los síntomas. Y cada elección parece una promesa, hasta que se convierte, otra vez, en decepción.

Rafael Fonseca

Un hombre llamado John Macarthur

Lo más probable es que a muchos no les diga nada el nombre de MacArthur, y para nada es extraño, sobre todo en un país que ha abrazado el humanismo y la creencia que el hombre es el centro de todo y por ello tiene derecho a conseguirlo todo, a tenerlo todo.

John MacArthur fue un revolucionario, un pensamiento contrario a todo lo que hoy vemos como normal; a través de sus escritos no tuvo dudas en señalar lo equivocado de esta sociedad, una sociedad que decidió alejarse de Dios, negar a su creador y no reconocer la necesidad que tenemos de un salvador.

 

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Nacido en los Ángeles – California en 1939, sus padres Jack MacArthur e Irene MacArthur, el primero pionero de la predicación bíblica radial, fundador de varias iglesias, la segunda una mujer descrita como puro amor, con una honestidad y sensibilidad por los otros sobresaliente.

Pero que hace a este hombre especial?, bueno lo que lo hace tremendamente especial fue su voz y carácter, que se levantaron para decirle a la humanidad lo equivocado que estamos, para señalar que la visión que tenemos de nuestra existencia es equivocada; que no somos el centro del universo, que somos los únicos responsable de lo mal que esta sociedad está.

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Defensor de la vida; de la vida que nos ha sido dada, no por merecimiento, sino por misericordia. Contrario a todas las formas que hemos inventado para creernos con el derecho de quitarla, fue un acérrimo contradictor del aborto, y de cualquier cosa que busque justificarlo; para MacArthur resultaba escandaloso que ante semejante aberración de matar a un inocente en el vientre de la madre, existieran partidos políticos que no solo lo aceptaran, sino que también lo promovieran y defendieran.

Este hombre defendía lo correcto. Para él no se trataba de defender lo que subjetivamente definiéramos como correcto; todos sabemos que está bien y que está mal, decía. es un don con el cual nacemos, así que llamar a lo malo bueno y a lo bueno malo, no era más que la consumación de lo equivocado que estamos al creer que no existe ninguna verdad absoluta, puesto que, para esta sociedad, la verdad no es más que la percepción que cada uno tenga de un tema en particular. Que insoslayable error.

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MacArthur, fue un chapado a la antigua. Para él los padres tenían la responsabilidad de criar a sus hijos; no de cualquier manera, sino de criarlos haciéndolos obedientes, inculcándoles el deber de honrar a sus padres, estos debían ser premiados y galardonados si sus acciones eran buenas, pero también debían ser castigados cuando su comportamiento no era decoroso ni correcto.

En cuanto a la familia, no aceptaba la libertad que hoy se pregona de lo que llaman el matrimonio igualitario, para él, la familia estaba constituida exclusivamente por el hombre y la mujer, y aun que muchos pensamos así, a MacArthur se le debe abonar que tenía la valentía de decirlo. Para él el hombre tenía que proteger a la mujer y demostrarle amor, un amor gentil, un amor sacrificial, nunca exponerla a nada que le haga daño, procurando siempre su bienestar.

La mujer por otro lado, debía mostrar consideración y respeto por su marido, acompañarlo en todo, ser apoyo incondicional, la relación entre ambos no se trataba de imponer jerarquías, se trata de someterse el uno al otro y preguntarse diariamente, como podemos hacer feliz al otro, como podemos crear una especie de lugar celestial juntos y gozarnos el uno al otro.

Pero quien era realmente este hombre y de donde salían sus premisas? Pues bien este John MacArthur era un pastor cristiano, tal vez el más predominante de nuestros tiempos, una especia de Spurgeon en nuestro tiempo, un pastor crítico de la iglesia que busca su propio beneficio y se acomoda a este mundo, que se distrae con el objetivo de ser la más concurrida y la que más dinero recoge, crítico del sensacionalismo que busca llenar la necesidad del hombre.

Este era un pastor que no enseñaba nada diferente que lo que Cristo predicó, de allí venían sus enseñanzas, no tenía principios propios, todos provenían de la Palabra, la cual enseñaba con pasión y carácter. Este era un hombre de Dios que siendo útil para Su reino predicó y predicó y murió predicando.

Mucho más que decir sobre este hombre. Pero termino dándole gracias a Dios por este instrumento útil que nos permitió conocer la verdad, la verdad la cual todo cristiano conoce su procedencia.

Jefferson Mena

La Ruta de la Seda: conectividad global y cooperación entre culturas

Tanto la Ruta de la Seda histórica como su versión moderna, la Iniciativa de la Franja y la Ruta, simbolizan la interconexión entre naciones a través del comercio, la infraestructura y el intercambio cultural. En este contexto, la decisión de Colombia de sumarse a esta iniciativa global representa un paso estratégico hacia una integración más amplia con el mundo, más allá de sus vínculos tradicionales.

Esta participación abre la puerta a una nueva era de conectividad internacional, con oportunidades para fortalecer las capacidades logísticas, tecnológicas y de transporte del país, especialmente en regiones históricamente marginadas. Colombia podrá acceder a inversión internacional en proyectos clave como carreteras, trenes de carga, puertos inteligentes e infraestructura verde, con impacto en la generación de empleo, la reducción de desigualdades y la integración territorial.

 

Más allá de lo material, la Ruta de la Seda representa un espacio de diálogo entre civilizaciones, saberes y tecnologías. Este valor resuena en un país diverso como Colombia, al abrir canales para visibilizar expresiones culturales, fortalecer industrias creativas y conectar talentos con redes internacionales de innovación.

Desde lo social, también hay inspiración. Las políticas sociales chinas, con sus particularidades, ofrecen aprendizajes para Colombia en la búsqueda de soluciones propias y transformadoras:

Reducción de la pobreza y desarrollo de clase media: China ha logrado avances significativos en la erradicación de la pobreza extrema. Esta experiencia puede inspirar políticas de inclusión en Colombia, especialmente en zonas rurales, indígenas y afectadas por el conflicto armado.

Seguridad social y sostenibilidad: China ha consolidado sistemas de pensiones, salud y protección social. Colombia podría fortalecer sus propios sistemas con enfoque en el acceso universal a derechos fundamentales, priorizando mujeres, jóvenes y poblaciones rurales.

Innovación en políticas públicas: China ha impulsado modelos de desarrollo territorial, innovación verde y urbanismo inteligente. Estas experiencias pueden orientar a Colombia en la construcción de ciudades sostenibles y con mejor calidad de vida, especialmente en regiones intermedias con alto potencial de transformación.

Históricamente, la Ruta de la Seda fue un corredor global de comercio e intercambio cultural desde el siglo II a.C., durante la dinastía Han. Su nombre fue popularizado en el siglo XIX por el geógrafo alemán Ferdinand von Richthofen. Las rutas terrestres partían de Chang’an (hoy Xi’an) y se extendían hasta el Imperio Romano, mientras que las rutas marítimas conectaban China con India, el sudeste asiático, el Medio Oriente y el Mediterráneo. Más que una red de comercio, fue un puente de diálogo entre civilizaciones.

La relación entre Colombia y China debe entenderse no como una competencia de influencias, sino como una oportunidad para construir una nueva forma de cooperación internacional, basada en el respeto mutuo, el beneficio compartido y la visión de futuro.

Esta alianza ofrece a Colombia una plataforma para diversificar su economía, modernizar su infraestructura, fortalecer su institucionalidad y proyectarse como un actor estratégico en América Latina. Con una visión soberana, el país puede impulsar un modelo de desarrollo más inclusivo, sostenible y conectado, donde cada región florezca, la innovación impulse la economía, y las personas vivan con mayor bienestar, dignidad y justicia social.

El salto a la política internacional no es solo un reto: es una oportunidad para crecer con el mundo, sin dejar de ser nosotros mismos.

Marcela Clavijo

Ecopetrol y su encrucijada

Ecopetrol atraviesa una encrucijada. Mientras el mundo energético se transforma aceleradamente, las grandes petroleras ajustan sus estrategias para sobrevivir en un entorno más competitivo, Colombia parece haber congelado su principal activo energético en una narrativa de transición mal entendida. La empresa más importante del país no puede seguir siendo rehén de objetivos políticos coyunturales ni de una doctrina energética que ignora la realidad. Ecopetrol necesita un cambio de rumbo, urgente, y estructural.

El contexto no podría ser más claro. En 2024, las inversiones globales en petróleo y gas alcanzaron los USD 570.000 millones, según la IEA, superando niveles pre-pandemia. ExxonMobil, Chevron y Petrobras aumentaron su producción, apostando por activos de largo plazo. Mientras tanto, Ecopetrol recortó su inversión exploratoria a niveles históricamente bajos: apenas USD 440 millones en 2023, un 42% menos que en 2019. En el Caribe colombiano, la actividad sísmica ha caído un 70% desde 2018, y las rondas exploratorias están estancadas.

 

Con una producción sin dinamismo los últimos tiempos, sus reservas probadas (1P) han caído de 2.011 millones de barriles equivalentes en 2014 a 1.770 millones en 2023, con una vida útil de 7,1 años. Sin nuevas exploraciones y sin contratos de asignación firmados desde 2021, la sostenibilidad del negocio está en riesgo. En refinación, el margen EBITDA de Ecopetrol cayó de 18% en 2022 a 13% en 2023, mientras que competidores como Petrobras mantienen márgenes superiores al 25%. El torpe monopolio de Ecopetrol sobre refinación debería acabar.

Las inversiones en transición energética —como ISA o proyectos de hidrógeno—, si bien estratégicas, no están generando retornos comparables. ISA representa hoy el 18% del EBITDA consolidado, pero su rentabilidad por activo (ROA) es del 4,3%, muy inferior al 9,1% de los activos upstream. Ecopetrol debe imponer disciplina de capital de solo invertir en activos que presenten retornos de capital superiores a su negocio existente. En enero de 2021, la acción de Ecopetrol se cotizaba a COP 3.300. Hoy apenas supera los COP 2.800, a pesar del repunte del petróleo. La empresa cotiza a un múltiplo EV/EBITDA de apenas 3,6x, inferior al promedio latinoamericano de 5,2x. Es decir: los inversionistas descuentan un futuro de bajo crecimiento, escasa claridad estratégica y alto riesgo regulatorio.

El giro es posible. Necesitamos que Ecopetrol vuelva a explorar agresivamente y se enfoque en generar caja. Colombia cuenta con al menos 2.400 millones de barriles en recursos contingentes en el Piedemonte y la Costa Caribe, buena parte de esos recursos podría convertirse en reservas en menos de cinco años.

Esto no implica ignorar la transición energética, sino financiarla de forma responsable. La electrificación requiere ingresos, infraestructura y tiempo. Noruega, país líder en descarbonización, produce casi 2 millones de barriles diarios. Su fondo soberano es una lección: no se renuncia al petróleo, se capitaliza bien.

El cambio de rumbo en Ecopetrol no es ideológico, es estratégico. Es hora de que la empresa retome una agenda centrada en exploración, competitividad y sostenibilidad financiera. No hacerlo, sería hipotecar el futuro energético y fiscal de Colombia.

Simón Gaviria

Bucaramanga: la marcha, el alcalde y la inseguridad

La última semana he caminado las calles de Bucaramanga para escuchar a los ciudadanos. Dicen que mientras la ciudad arde, hay quienes se suben a la tarima para aplaudirse a sí mismos. Esta semana, Bucaramanga volverá a ser la vitrina de una concentración política que promete llenar plazas y micrófonos, mientras en las esquinas se siguen disparando balazos de inseguridad. La marcha que convoca el Gobierno nacional llega a una ciudad que lleva meses escuchando ráfagas de sicariato y viendo cómo la violencia crece como maleza sobre los muros que prometieron protegerla.

En medio de este ruido, el alcalde Jaime Andrés Beltrán se declara guardián del orden público: advierte que no permitirá provocaciones, como si la única amenaza que debiera conjurar fuera la de un grito político. Pero las balas que atraviesan barrios enteros, los techos desprendidos por tormentas y las familias arrojadas a la intemperie merecen algo más que un discurso para la foto. Bucaramanga no necesita un celador de plaza, necesita un líder que no le tiemble la voz para enfrentar a los que siembran miedo.

 

Resulta curioso que, mientras se suman titulares de homicidios, feminicidios, ajustes de cuentas y extorsiones, aparezcan encuestas que pintan a Beltrán como un mandatario con favorabilidad de porcelana: impecable, brillante y sin grietas. ¿De dónde salen esos números cuando la realidad de la calle los desmiente en cada fuenral y cada negocio que paga ‘vacuna’ para sobrevivir?

No es un secreto para nadie que el alcalde carga una demanda de pérdida de investidura que lo acecha como un fantasma en los pasillos de una alta Corte. Y como si supiera que su silla se tambalea, inventa distracciones: se abraza a la narrativa del orden para encubrir la desprotección de la gente. Mientras tanto, me han dicho esos ciudadanos en las calles que paga bodegas e influencers para barnizar su imagen y maquillar los vacíos con likes y titulares prefabricados. Desvía la atención mientras la ciudad sigue escribiendo obituarios.

Bucaramanga merece algo distinto: un gobierno que deje de bailar entre encuestas, bodegas y plazas llenas para enfrentar, de frente y con resultados, la raíz de esta violencia. Gobernar no es salir bien en la foto de la tarima ni sostener encuestas con cifras que nadie ve en la calle. Gobernar es garantizar que un comerciante pueda abrir su panadería sin miedo a los sicarios; que una madre no deba huir de su barrio porque las balas llegaron primero que el Estado.

Hoy, como representante a la cámara por Santander, vuelvo a decirlo claro: la seguridad no puede ser un espectáculo. No se trata de prohibir provocaciones políticas mientras se tolera la provocación criminal que nos arrebata la tranquilidad. Bucaramanga está cansada de promesas de cartón. Que nadie se equivoque: esta ciudad se merece un gobierno que no improvise soluciones mientras se esconde de la justicia.

Erika Sánchez

Representante a la cámara por Santander

Ley de encuestas: ¿Llega tarde?

En medio de un entorno político convulso y altamente polarizado, el Congreso de la República ha revivido una vieja iniciativa que hoy busca abrirse camino nuevamente en la agenda legislativa: la llamada Ley de Encuestas, un proyecto normativo que pretende limitar la publicación de sondeos de intención de voto en medios de comunicación tradicionales, tres meses antes de una elección presidencial. El objetivo declarado es proteger la formación libre del voto, evitando que encuestas sin respaldo técnico ni transparencia metodológica influyan artificialmente en la opinión pública durante los períodos electorales más sensibles.

Era un Proyecto de Ley que se hundió en anteriores legislaturas,  impulsado en el pasado por el exsenador Rodrigo Lara y retomada hoy por figuras diversas del espectro político como Clara López (izquierda), Angélica Lozano (centro) y Paloma Valencia (derecha) que ha sido presentada como un esfuerzo plural por moralizar la contienda política. Sin embargo, el debate ha estado marcado por acusaciones de censura y cuestionamientos sobre su eficacia y oportunidad, especialmente en un país donde los medios digitales, las redes sociales y la inteligencia artificial ya reconfiguran las reglas del juego democrático.

 

La norma fue bautizada por los grandes medios como «Ley Mordaza» por considerarla nociva para sus intereses, pero hoy es presentada como un sueño loable al pretender la prohibición de publicar encuestas presidenciales en medios tradicionales tres meses antes de elecciones, con el objetivo de evitar que «ilustres desconocidos», superhéroes como el actual Batman (John Edison Mosquera) o aquellos financiados por poderes oscuros, se inflen artificialmente mediante sondeos comprados. Lástima que la iniciativa llegue con una década de retraso y una ceguera digital en pleno siglo XXI dominado por la inteligencia artificial.

Desde el punto de vista jurídico, el proyecto no es ajeno a los sistemas democráticos cuando impone restricciones razonables a las encuestas durante ciertos periodos, siempre que ello no implique una censura injustificada del derecho a la información o a la libertad de prensa. En Colombia, el Consejo Nacional Electoral (CNE) ya tiene competencias para vigilar la calidad técnica de los estudios de opinión, pero estas herramientas se han mostrado insuficientes o, peor aún, ineficaces.

Durante al menos dos décadas, los grandes conglomerados mediáticos ejercieron un poder determinante sobre la percepción electoral. Las portadas se alineaban con ciertas candidaturas, los debates se estructuraban según encuestas internas, y la narrativa pública oscilaba al ritmo de cifras tan dudosas como influyentes. En ese contexto, la ley podría representar un correctivo necesario. Pero el problema es que ya no estamos en el siglo pasado y es evidente su desconexión con la realidad contemporánea. Mientras se discute si grandes medios como El Tiempo, Blu Radio, La W o Caracol pueden publicar encuestas, un candidato –o político tradicional– puede pagar un sondeo amañado, hacerlo viral en TikTok, reproducirlo en WhatsApp y alcanzar en cuestión de horas a millones de ciudadanos sin que medie control institucional alguno. Los algoritmos determinan lo que vemos, y los influencers reemplazan a los editoriales.

En términos prácticos, los perdedores inmediatos no solo son las encuestadoras, sino los grandes medios de comunicación, que verán limitado un insumo valioso tanto para su agenda informativa como para sus ingresos publicitarios y de reconocimiento de candidatos ilustremente desconocidos –aunque también tienen derecho a salir de su anonimato–,  no obstante, durante años, los grandes conglomerados mediáticos ejercieron un monopolio de la manipulación estadística, vendiendo portadas, inflando candidatos marginales como «fenómenos de opinión» y direccionando la agenda pública con encuestas de metodología sin control, entonces la Ley les golpea donde más les duele: el bolsillo.

Por eso su desesperado grito de «censura» apelando a la vulneración del derecho a informar. Pero aquí yace el problema central, al regular grandes medios tradicionales mientras ignora el tsunami digital y  los operadores políticos –los eternos «dueños del juego» – ya migraron sus tácticas a TikTok, Twitter y WhatsApp. Un candidato puede pagar una encuesta amañada a una consultora fantasma, viralizarla con influencers y alcanzar tres millones de usuarios en horas… sin que la ley mueva un párpado.  Los perdedores evidentemente son los medios que pierden su jugoso negocio de intermediación y los ganadores, en cambio, son los políticos que ahora comprarán encuestas digitales sin estándares metodológicos, también ganarán «consultoras» clandestinas que ofrecerán sondeos express, y desde luego las redes sociales serán las reinas de la política y la publicidad. La cereza del pastel es que la ley exige candidatos formalmente inscritos, pero en la era de los precandidatos «informales», los aspirantes usarán redes para medir su viabilidad, que antes era una prerrogativa de grandes empresas de comunicación –manipular cifras, sesgar metodologías o vender favorabilidad– ahora está al alcance de cualquier actor político con presupuesto para contratar una consultora digital, generar contenido viral y posicionar narrativas ficticias ante una audiencia atomizada y desregulada. En otras palabras, la manipulación no se elimina, sino que se descentraliza, se abarata y se vuelve aún más difícil de rastrear.

En conclusión, la Ley de Encuestas llega muy tarde,  con al menos una década de retraso, mientras el debate público se desplaza velozmente a territorios donde el Estado no tiene ni ojos ni dientes. Lo cuestionable es ignorar el nuevo ecosistema comunicativo en el que se libran hoy las campañas electorales, donde los bots, los deepfakes y los contenidos patrocinados dictan las reglas del juego. Los operadores digitales afinan sus algoritmos, los políticos ensayan sus bailes para TikTok y los ciudadanos, confundidos, consumen encuestas sin rigor alguno disfrazadas de contenido viral. Así las cosas, la democracia no está más protegida, pues esta norma lejos de representar una herramienta eficaz contra la manipulación, corre el riesgo de convertirse en una pieza de museo, anclada en un modelo de comunicación que ya no rige los destinos de la actual sociedad.

Luis Fernando Ulloa

Un tiempo extraordinario

Por fin llega ese momento del año en qué uno tiene unos días para recargar pilas, visitar a la familia y disfrutar de esa vida pausada, lenta, lejos de prisas y vive más cercano a su biorritmo y por fin se acuesta sin la alarma de Alexa.

La cena con la familia, el día de la llegada, es mi preludio del cielo. Cuando uno vive lejos de los suyos, ese encuentro que anhela e imagina en su camino se materializa en esa cena. Saludos, abrazos sinceros, un “qué bien os veo”, “qué mayores los niños”, “qué altos están”, se siguen del caos ordenado de una cena multitudinaria alrededor de mis padres, que siempre acaparan la atención de hijos y nietos y de los amigos que están. No hay que hacer nada extraordinario, simplemente con estar presente basta, con disfrutar de la conversación, uno se llena de ellos y recarga esas pilas emocionales que a veces- en el extranjero- tanto necesita.

 

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Esa cena es la entrada grande a las vacaciones estivales, las que te calientan con el sol, te dejan la piel sedosa a base de exfoliaciones de sal y arena fina de playa y te ensanchan el corazón y la cintura porque uno no está contando ni pasos ni calorías cuando disfruta de su paraíso en la tierra. Esas vacaciones de mar, que te baña y te mece con sus olas o te revuelca, si no vas con cuidado. Y ahí, a esa puerta grande me dirijo, así que perdonarán que durante estos días no esté pendiente de lo último para contárselo a ustedes.

Espero que las novedades sean tan predecibles y sosegadas como ese bálsamo suave que es la brisa de poniente; que las señoras sigan bajando a la playa con sus sillas de lona y sus sombrillas, que los jóvenes duerman tanto que las hormonas se les bajen de revoluciones, que los niños sigan haciendo castillos de arena mojada y los fortifiquen con fuertes, y que por fin el agua se detenga ante ellos y no arrase sus juegos. Que los abuelos sigan entrando al mar cogidos de la mano, apoyándose el uno al otro y que los surferos y los que surcan el viento tengan buen viento y buenas olas sobre las que levantarse sin cesar. Que yo disfrute de todo desde la sombra de mi sombrilla, pues huyo del sol directo todo lo que puedo, pero me encanta la sensación de hundirme lentamente al compás de las olas que me mojan los pies y me los dejan como la mejor pedicurista de Barranquilla, suaves, como nuevos.

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Mientras sueño lo que me espera, voy de camino atravesando los campos franceses, que en este tiempo se visten de verde, amarillo y polvo de oro. Tanta belleza contrasta con la vida que discurres por sus carreteras. Llenas de coches, camiones y remolques. Las áreas de servicio están atestadas de gente, he visto tiendas de campaña en ellas y hombres, mujeres y niños, durmiendo en sacos de dormir listos para salir cuando el primer rayo de sol les acaricie el rostro. Los que tienen mascotas aprovechan las colas para dar agua, sacarlas a pasear y acariciarlas, los viajes largos en carretera no son fáciles para ninguno. En las gasolineras hay colas de dos y tres para cada puesto y en las electrolineras pasa lo mismo.

Les contaré un secreto: disfrutar del camino, largo o corto, es todo un arte que ha de entrenarse a lo largo del tiempo. Esa es la verdadera meta, aunque sepamos que al final nos espera el paraíso.

Almudena González

Elegir al elegido

El código de conducta pirata de Bartholomew  Roberts, establecía que “todo hombre tiene voto”. En los barcos piratas en los siglos XVII y XVIII, cada hombre tenía derecho a un voto en las decisiones importantes como elegir al capitán, repartir el botín, o establecer el rumbo del barco. La tripulación podía mediante votación destituir al capitán por incompetencia, cobardía, corrupción, o crueldad. Este sistema reflejaba la necesidad de mantener la cohesión en comunidades cerradas y marginales donde la cooperación y la lealtad eran esenciales para la supervivencia.

Mientras en los barcos mercantes y militares imperaba la tiranía, la jerarquía y el elitismo, en las naves piratas hombres marginados aplicaban los principios de Atenas.  La mañana antes de la tarde de la batalla de Platea, los griegos eligieron a su general y una tarde en el Campo de Marte, los romanos eligieron senador a Cesar.

 

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Occidente ha votado desde siempre, pero fue solo desde que unos oscuros abogados franceses decidieron asesinar a un rey, que el voto dejó de ser la expresión del individuo soberano, para convertirse en la expresión del pueblo, de la voluntad general, en una expresión abstracta de la virtud que es independiente de la forma gobierno, porque los hombres pueden equivocarse en su voto, pero moralmente la voluntad general no, porque no es la suma de los individuos, ni de los intereses privados, sino la expresión de la pureza que anula todas las voluntades particulares y es interpretada y ejecutada por el Elegido.

El Elegido es aquel que encarna la voluntad general y por lo tanto solo él puede ser elegido, aunque para ello sea necesaria una suspensión temporal de la legalidad. Esta invención ajurídica que está en el desarrollo conceptual de la volonté générale  de Rousseau supone que toda elección es un referéndum y dicho referéndum solo puede ser positivo respecto del Elegido porque en cualquier caso, independiente de su valor cuantitativo, es un ejercicio de soberanía.

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Estas antiguas paradojas de El Contrato Social, oscuro texto inspirador de todos los crímenes modernos, han sido retomadas por todos promotores de las ideologías antiliberales, en cualquier punto del extremismo político, para invalidar las constituciones democráticas sobre el la base de que la voluntad general, etiquetada como soberanía popular, es “poder constituyente”, divino, inspirado e intangible, convertido en legislación por el Elegido, aunque dicha legislación sea siempre parcial, es derecho sin poder que para ser político tiene que transformarse en poder sin derecho. El Elegido, es la dictadura.

Lo que la narrativa política desde el ejecutivo nos está diciendo es que solo es posible elegir al Elegido, que cualquier otra figura no es legítima aun cuando obtenga la mayoría de votos individuales porque el Elegido es el único que encarna la soberanía popular que no es una entidad sujeta a lo meramente cuantitativo, porque el Elegido es la voluntad general, el poder constituyente, la soberanía popular, que es más que la suma de los individuos, individuos que por su egoísmo han impedido que el Elegido avance en el consecución de la felicidad colectiva y la implantación del bien común, por lo tanto las lecciones son un atentado contra la salvación, una acción facciosa y conspirativa contra el advenimiento del hombre nuevo, en un mundo donde todos seamos Aureliano.  Frente a esta visión profética no cabe oponer el realismo político. Un mito solo se vence con otro mito.

Jaime Arango

¿Cuándo se perdió la soberanía del país?

¿Y por qué a ciertos sectores les incomoda que se recupere?

Por décadas, la soberanía nacional ha sido un concepto invocado en los discursos patrióticos, pero vaciado de contenido en la práctica política. Si queremos responder con honestidad a la pregunta de cuándo se perdió la soberanía de Colombia, debemos mirar más allá de los momentos formales, como los tratados internacionales o las reformas constitucionales y reconocer un proceso paulatino de renuncias, imposiciones externas y sumisiones voluntarias que han ido vaciando de sentido el principio de autodeterminación de los pueblos.

 

La soberanía comenzó a diluirse cuando se subordinó el interés nacional a las recetas de organismos multilaterales como el FMI y el Banco Mundial. Desde los años 90, con la imposición del modelo neoliberal, los intereses económicos impusieron un rumbo económico que priorizó la apertura indiscriminada de mercados, la flexibilización laboral, la privatización de servicios públicos esenciales, y la extranjerización de sectores estratégicos de la economía, como la minería, las comunicaciones y la energía. El país en manos de los sectores políticos y económicos tradicionales, dejó de decidir soberanamente sobre su modelo de desarrollo y aceptó que las decisiones económicas claves se tomaran en Washington o se escribieran en inglés.

También perdimos soberanía cuando el Estado permitió que su política antidrogas fuera diseñada y dirigida desde el Pentágono, en el marco del Plan Colombia, con consecuencias devastadoras para nuestras comunidades rurales. En lugar de una política integral de desarrollo agrario, se optó por la fumigación masiva con glifosato, por la criminalización de campesinos, por el despojo de tierras y por la militarización de vastos territorios. Se perdió el control sobre el territorio y sobre la seguridad, en nombre de una “cooperación” que supeditó la política interna a los intereses geoestratégicos de Estados Unidos.

Sin soberanía, un Estado no tiene poder propio ni capacidad para tomar decisiones independientes frente a otros Estados o actores internos. En el plano judicial, la pérdida de soberanía se manifiesta en la extradición automática de nacionales, incluso en casos donde existen investigaciones pendientes en Colombia. ¿Cómo es posible que se renuncie al interés colectivo de la paz y a la jurisdicción propia para satisfacer la justicia de otro país? ¿No es eso, acaso, una renuncia expresa al principio básico de la soberanía jurídica?

Y sin embargo, hay sectores de la sociedad -medios hegemónicos, élites económicas, centros de pensamiento- que consideran peligroso siquiera mencionar la soberanía como principio rector de la política de Estado. ¿Por qué? Porque una verdadera soberanía implicaría recuperar el control sobre el modelo económico, sobre el ordenamiento territorial, sobre los recursos naturales, sobre las decisiones estratégicas que hoy se toman con el visto bueno del capital financiero y embajadas extranjeras. Implicaría que el pueblo, y no las corporaciones, sea el sujeto político central.

Estos sectores temen a la soberanía porque ella está asociada a la democracia real, a la participación popular, al desarrollo de la economía productiva nacional y al fortalecimiento del Estado como garante de derechos y no como mayordomo del mercado. Temen que el país piense por sí mismo, porque eso pondría en entredicho sus privilegios. Prefieren la dependencia maquillada de “cooperación internacional”, la entrega del territorio disfrazada de “seguridad jurídica para la inversión”, y la sumisión doctrinaria presentada como “apertura al mundo”.

Recuperar la soberanía no es aislarnos ni cerrar fronteras. Es ejercer nuestro derecho a decidir colectivamente qué país queremos ser. Es asumir la política exterior sin tutelajes, la economía con justicia social, y el desarrollo con equidad territorial. Es volver a creer que Colombia no es una finca para explotar, ni una base militar, ni un mercado cautivo, que somos o queremos ser una nación con dignidad, y eso, para algunos es imperdonable.

Luis Emil Sanabria D.

¿Por qué le tenemos miedo a romper el monopolio de Thomas Greg & Sons?

En mayo de 2023, la Cancillería declaró desierta una licitación por casi 600 mil millones de pesos destinada a la producción de pasaportes, luego de múltiples denuncias de amaños que favorecían abiertamente a la firma Thomas Greg & Sons. Hoy, un año después, ese episodio no puede considerarse aislado ni anecdótico. Revela un problema estructural que el país no puede seguir tolerando: la captura de funciones estratégicas del Estado por parte de un solo contratista que, además de producir nuestros pasaportes, controla también la logística de las elecciones nacionales.

Desde 2007, Thomas Greg & Sons ha tenido el control exclusivo de la elaboración de pasaportes en Colombia, gracias a contratos prorrogados sin competencia real durante casi dos décadas. El más reciente, declarado irregular por la Procuraduría, ascendía a 599.651 millones de pesos y fue revocado por el gobierno del presidente Gustavo Petro luego de que siete competidoras se retiraran de la licitación, denunciando requisitos amañados y condiciones que solo podía cumplir la empresa adjudicataria. Más grave aún, esta misma firma es hoy responsable de la logística de las elecciones de 2026, gracias a un contrato adjudicado por 2,1 billones de pesos. Sumados, los contratos que ha obtenido Thomas Greg & Sons con el Estado colombiano superan los tres billones de pesos. Se trata de una concentración de poder económico y funcional que debería alertar a todas las instituciones democráticas.

 

El país ha sido testigo de múltiples advertencias sobre este monopolio silencioso. No solo por las irregularidades que han salido a la luz —como la sanción contra el canciller Álvaro Leyva por haber prorrogado el contrato al margen del Congreso—, sino también por los riesgos que conlleva confiar a un solo operador privado funciones tan sensibles como la producción de documentos de identidad o el manejo de sistemas informáticos en procesos electorales. El presidente Petro ha sido enfático: en ninguna democracia seria se puede permitir que una sola empresa maneje, al mismo tiempo, la producción de pasaportes y la infraestructura electoral. El riesgo de un «fraude monumental», como lo ha denunciado, no es sólo técnico: es político, institucional y de soberanía.

Algunos han salido a matizar la gravedad de la situación, afirmando que Thomas Greg no tiene acceso directo a las bases de datos, sino que presta un servicio bajo supervisión estatal. Pero esa es una defensa pobre. La dependencia tecnológica, la ausencia de alternativas competitivas y la incapacidad del Estado para asumir estas tareas por sí mismo son, en sí mismas, amenazas a nuestra soberanía. Colombia no puede seguir dependiendo de una sola firma para garantizar derechos tan básicos como el de tener un pasaporte o el de votar libremente.

Por eso, respaldo la decisión del Gobierno Nacional de pausar los contratos y abrir el debate sobre la nacionalización de la producción de pasaportes. Esta no es una discusión técnica ni contractual, es una discusión profundamente política. El país debe invertir en fortalecer su capacidad institucional, y para ello es fundamental dotar a la Imprenta Nacional de Colombia de las herramientas necesarias para asumir esta tarea. Sabemos que no será inmediato, pero es un camino correcto y urgente.

Colombia no puede resignarse a la continuidad de contratos amarrados, ni seguir siendo rehén de empresas que han convertido funciones públicas en negocios privados. La defensa de nuestra democracia y nuestra soberanía exige que recuperemos el control sobre funciones esenciales del Estado. La producción de pasaportes debe volver a manos públicas. La logística electoral debe estar libre de conflictos de interés. Y el Congreso, que representa la voluntad del pueblo, debe asumir su responsabilidad para garantizar que esta transición sea una prioridad nacional.

Alejandro Toro

La regla fiscal

Colombia históricamente se ha caracterizado por arrastrar con el lastre de los llamados déficits gemelos: déficit fiscal y déficit en la cuenta corriente de la Balanza de pagos. Ni siquiera durante el largo ciclo, sin precedentes, de precios altos de los commodities, de los que tanto dependen las finanzas del Estado, entre los años 2003 – 2011, para los productos mineros, que se prolongó hasta el año 2014 para el petróleo, se corrigieron estos déficits, como si lo lograron los demás países de Latinoamérica. Definitivamente, el déficit que acusan las finanzas del Gobierno Central es estructural.

La glotonería de la Nación ha sido tal que, no obstante, el recorte de las transferencias del Sistema General de Participaciones (SGP) a las entidades territoriales, que le significaron a estas, según estudio del Banco de la República, $387.953.907 millones de pesos constantes de 2018, recursos estos que dejaron de recibir entre los años 2002 y 2023. Ello, a consecuencias de dos lesivos actos legislativos, el 01 de 2001 y 04 de 2007. Y de contera, en los últimos 32 años el Congreso de la República aprobó, por iniciativa del ejecutivo 18 reformas tributarias, una cada 18 meses, todas ellas para arbitrarle recursos a la Nación!

 

Antes de meter en cintura el gasto público del cual es responsable la Nación se dio el primer paso con el de las entidades territoriales, expidiéndose con tal fin la Ley 617 de 2000, de “racionalización del gasto público nacional”, pero que sólo le es aplicable a ellas, no a la Nación. Tuvimos que esperar más de 11 años, hasta que se expidió la Ley 1473 de 2011, mediante la cual se procura garantizar “la sostenibilidad de largo plazo de las finanzas públicas”, cuyas disposiciones son aplicables “a las cuentas fiscales del Gobierno Nacional Central”.

Posteriormente se aprobó la Ley 819 de 2003, a través de la cual “se dictan normas orgánicas en materia de presupuesto, responsabilidad y transparencia fiscal” y se estableció el Marco fiscal de mediano plazo (MFMP), el cual debe presentar el Gobierno Nacional al Congreso de la República “antes del 15 de junio de cada vigencia fiscal”. El mismo le habrá de servir de derrotero al Ministerio de Hacienda y crédito público y deberá dar cuenta del Plan financiero, así como el programa macroeconómico plurianual.

Luego se aprobaría la Ley 1473 de 2011, la cual “tiene por objeto expedir normas que garanticen la sostenibilidad de largo plazo de las finanzas públicas y contribuyan a la estabilidad macroeconómica del país”, aplicable “a las cuentas fiscales del Gobierno Nacional Central”. Con tal fin se establece la Regla fiscal, con la cual se “buscará asegurar la sostenibilidad de las finanzas públicas, de tal forma que no se supere el límite de deuda” programado. Esta es una especie de camisa de fuerza para cuerdos, con la cual se busca imponer la disciplina fiscal y evitar el desbordamiento del gasto público. Ese mismo año se aprobó el Acto legislativo 03 dándole rango constitucional al criterio de la sostenibilidad fiscal, el cual quedó consagrado en el artículo 334 de la Carta. Este reza que el “marco de sostenibilidad fiscal…deberá fungir como instrumento para alcanzar de manera progresiva los objetivos del Estado Social de Derecho”. Se reitera en los artículos 339 y 346.

Con el fin de velar por el cumplimiento de la Regla fiscal y el criterio de la sostenibilidad fiscal se creó el Comité Autónomo de la Regla fiscal (CARF), por medio de Ley 2155 de 2021, en la cual se modificó el artículo 1473 de 2011 que la creó. Este es órgano de carácter técnico, integrado por expertos, permanente e independiente, aunque está adscrito al Ministerio de Hacienda. Entre sus principales funciones se destacan pronunciarse y emitir concepto formal sobre el Marco Fiscal de Mediano Plazo y desde luego monitorear el cumplimiento de la Regla fiscal. También se ocupa de las proyecciones del DNP en lo concerniente a la política macroeconómica y fiscal, sobre todo en lo tocante a la sostenibilidad fiscal en el largo plazo. Es de advertir que sus conceptos no son vinculantes para el Gobierno, este lo toma o lo deja.

Todo este andamiaje tiene por objeto propender por la responsabilidad, el control y la austeridad fiscal por parte del Gobierno Central, aunque la verdad sea dicha, en no pocas ocasiones se ha eludido y soslayado el cumplimiento de la Regla fiscal, que es su espina dorsal. Como lo planteó el ex ministro de Hacienda e integrante del CARF Guillermo Perry “utilizando formas de contabilización heterodoxas, que pueden poner en cuestión la tradicional seriedad  de Colombia en el manejo de sus cifras fiscales…El recurso a la contabilidad creativa generan incertidumbre y desconfianza y pueden conducir a rebajas en la calificación de riesgo del país”.

Un ejemplo de ello lo tuvimos recientemente en la administración Duque Márquez, cuando las prácticas alejadas de la ortodoxia de su Ministro de Hacienda Alberto Carrasquilla llevó a una de las revistas de negocios más serias y consultadas, como lo es Bloomberg, a titular en uno de sus despachos de prensa en su portal que “Colombia es acusada de marrullerías (shenanigans) contables para lograr metas fiscales”. Y no era para menos, puesto que en concepto del ex director de Crédito Público del Ministerio de Hacienda Luis Eduardo Arango, “se está rompiendo la ecuación de que el déficit es el que determina el comportamiento de la deuda y lo que hacen es que están emitiendo gastos que no están afectando el déficit”, sino mimetizándolo. Y añadió, “las cuentas pendientes se deben pagar en efectivo o con deuda, pero hay que llevar las cuentas fiscales como se debe”.

El caso más patético fue el manejo que se le dio al déficit del Fondo de estabilización de los precios de los combustibles (FEPC), que alcanzó para el 2022, según el CARF, los $38 billones, que heredó la administración Petro. Déficit este que no se tuvo en cuenta, porque no se contabilizó, a la hora de establecer el déficit fiscal, el cual, a pesar de esta omisión, cerró en 2021 en el 7.1% del PIB, insuflado por el coletazo de la crisis pandémica.

Amylkar Acosta

El viento de dólar y el juego de los reinos

En el gran tablero del reino global, esta semana los heraldos trajeron noticias que sacudieron los pilares de la economía.

Desde las tierras del norte, el Reino del Águila (EE.UU.) celebraba con fanfarrias: los hechiceros de los datos revelaron que el desempleo bajó y las nóminas no agrícolas brillaron más de lo esperado. Un milagro económico que redujo la probabilidad de recortes de tasas por parte de la FED a tan solo un 5%. ¡Una sorpresa mágica!

 

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Mientras tanto, el temido pergamino del emperador Trump, el Big Beautiful Bill, fue aprobado por el Consejo del Congreso y enviado a las cámaras doradas de la firma presidencial. Pero su poder aún es incierto, y algunos sabios temen que sus encantamientos fiscales traigan más sombras que luz.

Por si fuera poco, los pactos comerciales que Trump tejió con tierras lejanas han encendido el apetito de los inversionistas por aventuras más arriesgadas. Así, el antiguo escudo del dólar, antaño refugio de guerreros financieros, comenzó a perder su brillo. El índice DXY cayó por debajo de 97, alcanzando niveles que no se veían desde hace tres inviernos, debilitando al dólar más de un 10% en lo que va del año.

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Y con ello, los comerciantes del mundo comenzaron a aplicar una nueva estrategia: el carry trade. Un juego donde se endeudan con monedas de reinos con tasas bajas, para invertir en tierras con tasas más altas. El oro cambiaba de manos, y el riesgo… también.

🇨🇴En el Reino del Cóndor (Colombia), a pesar de la herida en su escudo crediticio (rebaja de calificación), los vientos del mercado ya lo habían anunciado. Y esta semana, llegaron caravanas con grandes volúmenes de oro extranjero, transformándose en ventas de dólares. ¿La señal? Nuevos aliados, nuevos inversionistas.

El nuevo Ministro Cuéllar, con su espada de reformas, propuso un ambicioso plan para calmar la tempestad fiscal. Sus hechizos incluyen:

  • Financiar el déficit primario con 44 billones de monedas reales
  • Engrosar la caja del reino hasta 29 billones
  • Invocar 3 billones en desembolsos mágicos del extranjero

Un acto osado que podría cambiar el destino del Reino del Cóndor.

Y así, la historia continúa…

Fabián Herrera

Cuando los datos hablan, hasta El Tiempo escucha

En un país donde la polarización política ha contaminado incluso las cifras, sorprende —y alegra— que un medio tradicionalmente crítico del actual gobierno como El Tiempo reconozca, aunque con cautela, un avance fundamental en la economía nacional. El editorial del 9 de julio, titulado “Mantener el rumbo”, admite que “por primera vez en cerca de cuatro años, la carestía rompió el nivel simbólico del cinco por ciento anual”, con una inflación que cerró junio en 4,82 %. No es un dato menor, ni tampoco un milagro fortuito: es resultado de decisiones políticas y económicas que el gobierno del presidente Gustavo Petro ha impulsado pese a las tormentas mediáticas.

Lo relevante del editorial no está solo en los datos —que son positivos y contundentes— sino en el giro discursivo. El Tiempo reconoce que “la marcha de las cosechas resultó favorable”, y que “no solo el clima influyó positivamente en lo sucedido”, sino también una “caída notoria de los costos de producción”. Es decir, hay un componente estructural, de política pública, que comienza a dar frutos. El impulso a la producción nacional de alimentos, la transición hacia energías más limpias y el enfoque en soberanía alimentaria no eran frases vacías: son hoy medidas que estabilizan precios y mejoran el poder adquisitivo de los hogares.

 

Y aquí viene el punto central que el editorial señala con claridad y que debemos subrayar aún más: “Lo importante es que el poder adquisitivo de las familias colombianas es mayor, lo que beneficia a los más pobres”. Este es el corazón de la política económica progresista del gobierno Petro: no se trata solo de indicadores macroeconómicos fríos, sino de transformaciones reales en la vida cotidiana de millones de personas. El precio de la papa, el tomate y las frutas frescas en las plazas de mercado bajó; las tarifas de electricidad, en un país históricamente golpeado por el abuso de los servicios públicos, disminuyeron por el aumento en la generación hidroeléctrica. Esa es la economía popular respirando con algo más de alivio.

El editorial incluso reconoce que “el índice de precios al productor para la agricultura” muestra mejoras importantes. Este dato es fundamental porque conecta con una de las grandes apuestas del gobierno: revitalizar el campo. No es casualidad que en este año hayan aumentado las compras públicas a campesinos, los programas de agricultura familiar y el impulso a economías regionales. La reducción de los costos de producción agrícolas es, entonces, el resultado de haber puesto el foco donde realmente estaba el abandono estatal.

Claro está, El Tiempo no puede evitar el tono dubitativo: “nadie ve posible ubicar pronto al país en la meta de largo plazo del Emisor”, advierte, y menciona el 93 % de cumplimiento del techo deseado de inflación como señal de alarma. Pero incluso esa observación termina dándole la razón al gobierno: hemos avanzado mucho más de lo esperado, en menos tiempo y bajo condiciones difíciles, incluyendo una oposición feroz en los medios y en el Congreso.

Es llamativo, además, que la editorial aborde el debate sobre la reducción de tasas de interés por parte del Banco de la República. Aunque señala que “el debate técnico apunta a ser intenso”, también admite que “hay algo de espacio para reducir los intereses”. Esto es clave: si las tasas bajan, el acceso al crédito mejora, las familias y las pymes se reactivan, y la economía puede entrar en un ciclo de crecimiento más robusto. Todo esto sería posible gracias a los resultados que hoy celebran incluso los sectores más escépticos.

En conclusión, cuando El Tiempo dice que “hay que mantener el rumbo”, lo que está reconociendo —aunque no lo diga de manera explícita— es que el rumbo actual, el que traza el gobierno Petro, empieza a dar frutos concretos. En un país donde buena parte de la opinión pública se forma por lo que dicen los grandes medios, este tipo de editoriales no solo son una señal de objetividad —tardía pero bienvenida— sino también una oportunidad para abrir un diálogo más justo sobre lo que está funcionando.

Por eso, celebro este editorial no solo por sus cifras, sino porque revela que incluso los discursos más duros se empiezan a replegar ante la contundencia de la realidad. Cuando los datos hablan, hasta El Tiempo escucha. Y eso ya es una victoria en sí misma.

Quena Ribadeneira

Estructuras temporales, riesgos latentes: alerta preventiva al alcalde de Bogotá

En un predio propiedad de la Gobernación de Cundinamarca, bajo jurisdicción del Distrito Capital, se levanta por estos días una enorme estructura metálica prefabricada con capacidad para recibir hasta 40.000 personas (Wikipedia, 2025)(ViveClaro, 2025); el proyecto completo tiene una inversión de 22 millones de dólares (Pulzo, 2025). Se trata de un centro de eventos con unas estructuras clasificadas como “no convencionales, modulares, temporales e itinerantes”, una categoría que, según la interpretación normativa vigente de algunos, permite su instalación sin requerir licencia de construcción. A primera vista, el tema podría parecer un simple trámite administrativo, pero en el fondo encierra un conjunto de vacíos técnicos, jurídicos y éticos que merecen una revisión urgente por parte del Alcalde de Bogotá y su equipo.

La clasificación como “temporal” ha permitido omitir procedimientos que, en cualquier otra edificación con capacidad masiva, serían de obligatorio cumplimiento: revisión estructural, evaluación sísmica, análisis de cargas dinámicas, rutas de evacuación, medidas contra incendio, accesos controlados, protocolos de seguridad. La ausencia de verificación de estos requisitos no significa ausencia de riesgo; por el contrario, puede ser el inicio de una tragedia que nadie quiere enfrentar.

 

Lo preocupante no es solo la magnitud de la estructura ni el número potencial de asistentes, sino que la combinación de estos factores -estructura liviana, masividad, euforia colectiva- aumenta de forma exponencial el riesgo si se presenta una emergencia. ¿Qué pasaría si, en medio de un concierto con graderías repletas, ocurre un sismo o un ventarrón, leves pero suficientes para generar pánico? ¿O si se inicia un incendio sin que existan rutas verificadas de evacuación? ¿Qué harían las autoridades si se desata una estampida por fallas en la logística o en el sonido?

La norma colombiana de sismo-resistencia (NSR-10) no contempla estructuras temporales como esta, ni establece protocolos claros para su análisis bajo escenarios extremos. Tampoco existe un régimen robusto para evaluar estos proyectos en términos de seguridad humana. En este caso particular, se suma una aparente omisión en el frente ambiental, pues el terreno forma parte del sistema de humedales de la Sabana de Bogotá, sin que haya constancia pública de licencias o autorizaciones ambientales, sumado a los derechos de los vecinos por el impacto de ruido.

En una región donde ya hemos vivido tragedias evitables -desde los incendios en discotecas como la de Bogotá (RCNRadio, 2025)[1] o colapsos como la de Santo Domingo (Wikipedia, 2025)[2] en 2025 hasta los colapsos de graderías en ferias regionales como la del Espinal en 2022 (BBC, 2022)[3] o la de México[4] en 2025 (GrupoHoy, 2025)-, resulta inaceptable que una estructura diseñada para recibir decenas de miles de personas se instale sin que el Estado ejerza control efectivo. No basta con alegar que todo es legal si la legalidad no garantiza la seguridad.

El predio es público, pero la responsabilidad preventiva es del Distrito. Por eso, señor Alcalde, este artículo no busca señalar culpables ni oponerse al entretenimiento o al desarrollo económico. Todo lo contrario: es un llamado respetuoso, pero firme, a ejercer el principio de precaución. Usted tiene la autoridad —y la obligación moral— de verificar si se han tomado todas las medidas necesarias para evitar una tragedia.

La ciudad necesita saber si alguien idóneo ha revisado los cálculos estructurales, si existen planes de evacuación, si hay cobertura frente a incendios, si la estructura cumple con criterios básicos de ingeniería. ¿Quién respondería si ocurre una desgracia? ¿Dirán que “todo estaba en regla”, aunque nadie lo haya evaluado? ¿Dirán que fue una “fatalidad” cuando era evidente que la improvisación estaba al acecho?

La propuesta concreta es sencilla: que su despacho convoque, con carácter preventivo y técnico, un comité de revisión que analice la situación del centro de eventos en construcción. No para detenerlo, sino para garantizar que lo que hoy se llama “temporal” no se convierta en una tragedia permanente. Además, como dice el refrán popular: “no hay nada más permanente que algo temporal” (noapto, 2024); solo basta mirar la lista de eventos ya programados (ViveClaro, 2025).

Porque la vida de miles de personas no puede quedar a merced de un vacío normativo ni de una interpretación laxa de la ley. Gobernar también es prevenir. Y prevenir, en este caso, puede ser el mayor acto de responsabilidad de una administración que prometió cuidar a su gente.


[1] https://www.rcnradio.com/bogota/explosion-en-discoteca-del-sur-de-bogota-deja-seis-heridos-y-causa-panico

[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Colapso_del_techo_de_la_discoteca_Jet_Set

[3] https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-61940770

[4] https://grupohoymexico.com/2025/04/25/tragedia-en-concierto-de-quevedo-grada-colapsa-y-deja-3-lesionados-en-cdmx/

Rafael Fonseca