Por: Doris Santa Fe
Bajo un cielo pintado por cometas y una noche reservada para la música, el Parque Simón Bolívar, vivió una de las jornadas más esperadas de la 28ª edición del Festival de Verano, que arrancó el pasado 1 de agosto y continuará ofreciendo actividades hasta el próximo 31. Aunque la jornada de hoy fue llamada “el cierre del Festival” por el gran concierto organizado por la emisora Olímpica Stereo, en realidad se trata de un mes completo de celebraciones que combinan deporte, cultura, recreación y música para todos los públicos.
Por el magno evento, se implementaron cierres viales y controles de ingreso, incluyendo la prohibición de bebidas alcohólicas. Aunque, en algunos puntos del parque se encontraban botellas vacías en el suelo, la convivencia fue ejemplar. Miles de personas disfrutaron sin incidentes, en un ambiente que mezclaba seguridad, orden y un entusiasmo contagioso.
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En las zonas verdes, las escenas eran dignas de una postal: manteles de picnic extendidos, carpas para descansar y niños correteando detrás de cometas que pintaban el cielo con formas y colores. La mayoría eran compradas, listas para volar, aunque todavía se veían algunas hechas a mano, defendiendo la tradición. Padres, abuelos y tíos se turnaban para dar instrucciones, recoger la pita y volver a lanzarlas, celebrando cada vuelo como si fuera el primero.
Más allá de las cometas, el parque ofrecía rincones para el juego y el encuentro: bingos con premios, concursos familiares y un espacio para mascotas donde los ladridos y las risas se mezclaban con la música de fondo. Todo respiraba un ambiente distendido, como si Bogotá se hubiera tomado un día entero para reencontrarse y celebrar al aire libre.
Con el paso de las horas, la atención se trasladó a la Plaza de Eventos. Allí, luces y cables se ajustaban mientras bailarines y músicos realizaban sus últimas pruebas. La velada prometía un recorrido por ritmos variados: Los Hermanos Medina, Alquimia, Rikarena, Jhon Alex Castaño, Pipe Bueno y Óscar Enrique encendieron el ánimo con salsa, merengue, música popular y tropical.
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El momento más esperado llegó con Jessi Uribe, que hizo vibrar al público desde la primera nota, provocando gritos, coros y bailes improvisados. La noche alcanzó su punto culminante con Farruko, quien cerró con una descarga de energía urbana que hizo saltar a miles de personas al unísono, iluminadas por las luces del escenario y los destellos incesantes de los celulares que adornaban la noche.
Cuando se apagaron las últimas notas, quedó la certeza de que el Festival de Verano es más que una programación: es una celebración viva que convierte al Simón Bolívar en cielo de colores, patio de juegos y pista de baile; un lugar donde Bogotá muestra su mejor cara: la de la unidad familiar que nunca pasa de moda.
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