Foto: Colprensa
“El poder para establecer el significado simbólico del acto violento es tan crucial como la capacidad para llevar a cabo el acto mismo” afirma David Moss en su análisis sobre el secuestro y asesinato de Aldo Moro. En este contexto, ¿qué significado tiene el atentado sucedido en Cali el 21A? ¿Buscan desconcertar y fragmentar a la población, de tal manera que perciban que no tienen otra opción que someterse a las formas de control que usa la organización criminal? ¿Buscan desacreditar a las autoridades políticas creando una narrativa sobre la ineficacia del gobierno local en función de atraer a los ciudadanos hacia otras formas de acuerdo social controlado por la organización criminal? Hannah Arendt, señala que “la violencia puede destruir el poder; es radicalmente incapaz de crearlo” y la vez la observación histórica sobre la violencia indiscriminada ha demostrado la imposibilidad real de que un grupo social oriente absolutamente todos sus actividades cotidianas sobre la posibilidad de ser victimizado.
En general casi todas las organizaciones terroristas han llegado a la conclusión de que la violencia indiscriminada es contraproducente y compromete la existencia misma de la organización, pero esto correspondía al modo de pensar de formaciones ideológicas de naturaleza y origen, completamente diferentes a los actores responsables del bombardeo del 21 A en Cali.
Estamos frente acciones terroristas que no buscan cambiar un estado de cosas sino mantener un estado de cosas. Al parecer se trata de un serie estratégica de acciones violentas, ejecutadas por varias organizaciones, no por una, que tienen como objetivo mantener un determinado estatus quo.
La razón para mantenerlo es que a partir del año 2022 estas organizaciones han logrado una progresión constante de sus activos estratégicos pasando a controlar unas 320.000 hectáreas de coca y a contar con unos 22.000 hombres en armas, desplegados en 790 municipios, que mueven aproximadamente 20.000 millones de dólares al año, luego el modelo de gobernanza bajo el cual están operando provee un ecosistema optimo y seguro para el desarrollo de sus negocios, garantiza el crecimiento, a la vez que debilita las herramientas de persecución legal, la actividad directa de la fuerza pública, posibilita la actividad transnacional y aporta un relato legitimador del crimen.
Los eventos terroristas, a partir del atentado contra Miguel Uribe Turbay y quizá desde antes, realizados por diferentes organizaciones, que a su vez compiten entre si por los recursos ilícitos, tienen un objetivo común, evitar el cambio de gobierno. Ya sea, mediante la eliminación fisca de lideres identificados como potencialmente decididos a combatir las economías ilegales, o bien promoviendo un ambiente incierto, confuso y amenazante que impida la realización de un certamen electoral normal, o creíble.
También, en el marco de esta gramática del miedo, es posible que estén tomando como referencia estratégica los eventos de terrorismo de baja intensidad que se llevaron adelante en el año 2021 y que bajo el rotulo de “estallido social” implantaron el mensaje de “miren lo que pasará si no nos eligen”, transformado, en “miren lo que pasará si no nos reeligen”.
Es inusual que una sociedad deba enfrentar un ataque terrorista dirigido a evitar un cambio de gobierno. En primer lugar, porque se establece la duda pública sobre si ese gobierno, apoya, o no, la violencia dirigida a garantizar su continuidad. Esta ambigüedad sobre el origen del poder de intimidación tiende a concentrar la respuesta social en un relato común de lucha existencial, un asunto que trasciende lo político y se expresa como defensa de la vida misma.
Si el gobierno concede espacio a esta gramática del miedo, si la transforma en una narrativa alterna, deja de ser un simple opositor político para transformarse en un agresor y en este caso el partido de gobierno y sus seguidores son percibidos como una fuerza de ocupación, que es como la sociedad civil venezolana percibe al gobierno chavista. En este caso enfrentamos un fenómeno complejo que Thornton describió como que el objetivo “de los terroristas es romper los lasos que unen a la masa con las autoridades dentro de la sociedad y eliminar los apoyos que procuran su fuerza a la sociedad. Se trata de un proceso de desorientación que, como tal, representa el más característico uso del terror”.
Que un gobierno en ejercicio se sume a este propósito implica que la campaña política de oposición deberá asumir tareas y desarrollar narrativas que van mucho más allá de la estrategia política y la táctica electoral. Es decir, que para ganar la elección no solo debe tener una causa movilizadora, sino también derrotar al miedo.
Jaime Arango
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