Solamente entre y 10% y 20% de los consumidores de cocaína se convierten en adictos. Un estudio del National Institute on Drug Abuse (NIDA) indica que aproximadamente el 15% de los usuarios de cocaína pueden volverse dependientes dentro de los primeros años de uso. Este riesgo aumenta con el consumo frecuente o crónico, especialmente en formas más potentes como el crack.
Factores como el método de consumo (inhalado, fumado o inyectado) también influyen, siendo el crack y la vía intravenosa los que presentan mayor potencial adictivo. Luego el negocio de la cocaína es un negocio de oferta. Se consumirá tanta cocaína como la que halla en el mercado.
Según datos del National Survey on Drug Use and Health (NSDUH) de 2023, publicado por la Substance Abuse and Mental Health Services Administration (SAMHSA), aproximadamente 5 millones de personas de 12 años o más en Estados Unidos han consumido cocaína en el último año ,esto representa el 1.8% de esa población, ahora bien, cuando se mide el consumo en el ultimo mes la cifra baja a dos millones de personas, es decir, 0.7% de la población de 12 años o más y si tan solo un 10% es adicto, o presenta algún grado de dependencia, tan solo doscientas mil personas constituirían una base de demanda inelástica que buscaría cocaína a cualquier precio y cualquier lugar.
Luego es falso el relato según el cual una muchedumbre de cientos de millones de zombis adictos a la cocaína está demandando toneladas de droga que generan violencia y caos en inocentes territorios campesinos y en barrios pobres de las ciudades del tercer mundo.
La verdad es más simple, el caos y la violencia son producto de la oferta cada vez más creciente debido a la complicidad de agentes estatales con las redes mafiosas de producción y distribución.
Los lobistas del narcotráfico tomaron el relato político de los extremistas de izquierda y crearon la supuesta responsabilidad de los Estados Unidos como determinador del tráfico de drogas culpabilizándolo por la demanda, pero esa demanda no existe, lo que siempre ha existido si es una violenta irrupción de drogas ilegales que, mediante una oferta constante, precios a la baja y distribución eficiente, se ha implantado en una sociedad que no las pidió y no las necesita. Pero la narrativa de la “corresponsabilidad” ha facilitado la aparición de normas que protegen los cultivos de coca y las bandas armadas que los patrocinan convirtiéndolos en actores políticos, e incluso en víctimas de una supuesta “agresión imperialista” disfrazada de lucha contra las drogas.
Según los datos más recientes disponibles del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos, en 2023 se registraron 29,449 muertes por sobredosis relacionadas con cocaína y el Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas (NIDA) y el Departamento de Justicia sugieren que entre el 4% y el 16% de todos los homicidios anuales en EE.UU. están vinculados de alguna forma a las drogas (incluyendo tráfico, pandillas y disputas territoriales), lo que para un total de aproximadamente 21,000 homicidios en 2023 implicaría entre 840 y 3,360 muertes. Estas son las verdaderas víctimas del narcotráfico, no los milicianos que vigilan cultivos en Colombia, o los pandilleros que asolan los vecindarios populares en nuestras ciudades y mucho menos las bandas armadas o el cartel de los soles.
La administración Trump no admite el relato culpabilizador sobre el papel de Estados Unidos en la lucha contra las drogas y está asumiendo una posición realista exigiendo resultados a los responsables.
En el caso de Colombia como principal productor de cocaína nos incumbe detener la oferta y esto solo será eficiente si se eliminan los cultivos coca y dejando atrás la narrativa la demanda de cocaína como determinadora del tráfico. Esto es un asunto de oferta y esa oferta la han creado narcos y es responsabilidad nuestra terminarla.
Jaime Arango
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